Así nos alecciona y nos enseña san Pablo el camino de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, sus hijos: hijos de Dios queridísimos en Su Iglesia. Lo ha sido, y debe seguir siéndolo, si la Iglesia quiere seguir siendo lo que es: la de Él, la de Cristo, la Suya.
Y esto nos lo dice a propósito de lo que pasaba ya entonces en algún pequeño sector –entonces todo era materialmente pequeño, pero sus enseñanzas, las «moralejas» siguen siendo actuales, porque son perennes- de la Iglesia que se descaminaba, como niños que van de un lado a otro y están zarandeados por cualquier corriente doctrinal, por el engaño de los hombres, por la astucia que lleva al error (Ef 4, 14).
¿Cuál es la astucia que lleva –que quiere llevar- a día de hoy al error? Pretender que se rompa la unidad indisoluble entre VERDAD y CARIDAD, de modo que por una mal entendida caridad –porque deja de serlo, deja de ser caridad: amor a Dios y, por Él, a los demás- se corrompa la verdad: se pase por encima de ella y, por tanto, se la desprecie, se la ningunee.
Es la falacia, el sofisma, el engaño de los hombres, la astucia que lleva al error, que encierra –que está en- la «admisión a la comunión de los católicos divorciados y vueltos a casar». Todo es una farsa. Todo es falso.
Todo es engaño en esa formulación, y en la «supuesta solución»: que se pongan en cola, sin más, como ya se hace en algunos sitios; que no solo no soluciona nada, sino que lo empeora todo, si lo único que se hace, por parte de la Iglesia, de la Jerarquía, y de los sacerdotes, que han de velar porque no se echen las perlas a los cerdos. De ese modo obrará en su corazón lo mismo que en el de Cristo: el celo de tu Casa me consume. Solo así –desde ahí- es verdadera la CARIDAD PASTORAL.
¿Por qué esa «solución» lo empeora todo? Por muchas razones, todas de muchísimos peso. Vamos a verlas.
La primera: el Sacramento de la Eucaristía, «culmen y raíz de la vida del cristiano», como recogió el Concilio Vaticano II, queda reducido a comerse «un bocata». Porque no se puede pretender que la Eucaristía ES Cristo, que se sigue creyendo esto…, y que se admita a la comunión a los que están en pecado mortal, sean recasados, sean ladrones, sean corruptos, sean matarifes de niños, sean blasfemos o sean lo que sean. Porque, el que come y bebe sin discernir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, come y bebe su propia condenación.
Si llevar a las almas a su propia condenación es caridad, y es pastoral… que baje Dios y lo vea. Nunca mejor dicho.
La segunda: comulgar conscientemente en pecado grave sin pasar antes por la confesión personal, auricular y secreta, NO ES COMUNIÓN: ES, lisa y llanamente, UN SACRILEGIO. Por eso, admitirles sin confesión, NUNCA SERA COMUNIÓN.
La tercera: los «católicos» que conscientemente se han divorciado y se han vuelto a re-casar, por lo civil o por las bravas, pues no hay más historia, no viven conscientemente «por lo católico»; se saben «fuera» de la doctrina y de la praxis católica. Si se les admite, sin más, a una «supuesta» comunión, ¿cómo va a REVIVIR en ellos su CONCIENCIA, tan maltratada ya con esa situación?
Pensarán, con razón, que lo que ha hecho no es para tanto: vamos, que no pasa nada, y que esto es un chollo, o una engañifa, o que nada es verdad, o que «viva la pepa». ¿Y qué se induce a pensar a los que luchan por defender y salvar su matrimonio, a contracorriente de una sociedad –y, en este caso, ahora también la Iglesia-, que ya no sabe lo que es el Matrimonio -y si lo sabe, peor-; es más, es que ya no quiere ni oír hablar de eso: el mundo –y, en este caso, la Iglesia con él-, se estarían suicidando.
Pero estaría pasando algo gravísimo: que, por primera vez en la historia bimilenaria de la Iglesia, se estaría contrariando las conciencias de las gentes; se estaría pretendiendo SUSTITUIR SUS CONCIENCIAS, o sea, MATARLAS. Porque, si se les quita su RESPONSABILIDAD, se les quita la LIBERTAD. Se hace de las personas unas marionetas, unas carcasas vacias, o unas vacas.
Vamos a rezar para que nada de esto suceda. Para que nunca pretendamos, en la Iglesia, separar lo que no es separable -caridad y verdad-, para, como nos sigue diciendo san Pablo en ese mismo capítulo, lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo (Ef 4, 13).
Publicar un comentario