Ser padre y madre sin límites: eso es ser un buen educador

Tengo mucho de oveja y mucho de pastor. He tenido padres y pastores a los que he seguido, admirado, querido. Al mismo tiempo sé que en la vida me tocará acompañar a otros. Tendré que amarlos, admirarlos también y nunca dejarlos solos. Y tendré que hacerlo siempre con cariño, con amor y nunca recurriendo al miedo.

Jesús se muestra como la puerta al redil:

“Os aseguro que Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.

El buen pastor cuida a los suyos y los hace entrar por la puerta de su corazón. No sólo tengo vocación de oveja para seguir sus pasos.

Tengo una vocación muy clara de pastor, de padre. Muchos han confiado en mí y han puesto su vida en mis manos. Siempre me conmuevo al pensarlo.

Tengo una responsabilidad sagrada, demasiado pesada para que puedan cargar con ella mis hombros. Quisiera cuidar como educador a todos los que Él me confía. Como leía el otro día:

“Como educador, siempre soy padre y madre de mis ovejas, y no sólo durante el acto educativo. ¡Padre y madre siempre! Por eso siempre debo estar imbuido de una responsabilidad paternal que se refleje en todos mis actos; todo lo que yo haga posee un valor pedagógico: sea que esté celebrando la misa, sea que esté comiendo o jugando. La responsabilidad paternal es inseparable de mi persona. Por eso, si duermo, es para tener suficientes fuerzas a fin de servir a los míos. Y si no duermo, también es para servir a mis ovejas. Por ellas sacrifico mi voluntad y, sobre todo, doy mi corazón por mis ovejas”.

Es la actitud del pastor a ejemplo de Cristo. Entrega su corazón, entrega su vida.

No busca su interés, ni la satisfacción de sus deseos. No es egoísta y sólo piensa en aquel al que sirve y educa. No quiere sino su bien, no el bien propio.

Es así como debo mirar a Jesús para aprender, para ser mejor pastor, para ser más generoso. Jesús cuida de mí para que yo cuide de otros.

Me hago pastor en el Pastor. Me hago Cristo en Cristo. Quiero ser esa puerta por la que muchos puedan pasar. Con esa libertad de la que habla Jesús, donde se puede entrar y salir.

Es una responsabilidad inmensa que Dios pone en mis manos. Quiere que los guíe hasta Él.

Todo lo que hago en esta vida tiene importancia. Ahora que estoy confinado se ven con más claridad mis defectos y mis límites.

Veo que no estoy a la altura de lo que estoy viviendo. Que en medio de estos días de encierro no sale lo mejor de mí, a menudo surge mi egoísmo. Me vuelvo impaciente, irascible, poco tolerante.

Entonces no todo lo que hago es por los míos, por los que Dios me confía. Me busco a mí mismo. Deseo que me dejen tranquilo. Quiero descansar y tener paz. No es ese el camino.

Por eso le pido a Jesús que es el buen Pastor que eduque mi corazón según sus sentimientos. Quiero tener un corazón generoso, abierto, grande. Un corazón que se parta por entero por los suyos. Un corazón humilde y servicial.

Es lo que mi alma desea. Un corazón que dé su vida sin poner límites. Lo más importante que puedo dar como pastor a los míos es mi corazón, es mi amor puro, es mi tiempo, es mi interés.

Si no lo hago me estaré cuidando a mí mismo. Desearé sólo mi bien y aprovecharme de los que Dios ha puesto en mis manos. Querré que las cosas me salgan bien a mí y no avanzaré.

Quiero educar y acompañar como Jesús. Dice el padre José Kentenich:

“¿De dónde viene nuestra impotencia? En gran parte se debe a que confiamos únicamente en nosotros mismos. Nos ligamos, nos desposamos, nos vinculamos demasiado poco con el gran Educador, con Cristo. Una palabra que se dice desde el contacto interior y permanente con el Señor actúa infinitamente más que todas las otras palabras que se dicen sin el vínculo personal con esta fuerza divina”.

Quiero que mi voz sea la de Jesús. Suya mi palabra. Sin Él en mí, poco estoy educando.

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