¿Preferir a un hijo más que a otro?

Si preguntas a unos padres si tienen preferencia por alguno de sus hijos, es muy probable que respondan: “¡Claro que no! Queremos a todos nuestros hijos por igual. Cada uno con sus peculiaridades”. Sin embargo, si cada padre y madre se preguntara sobre las reacciones positivas o negativas que pueda tener hacia cada uno de sus hijos, se darían cuenta de que tienen uno o dos “ojitos derechos”. Y es que, sin dejar de defender alto y claro el (verdadero) amor que sienten, algunos de ellos a veces dejan escapar comentarios que, si bien no pretenden ser despreciativos, son significativos. Por ejemplo, cuando algunos padres dicen inocentemente: “Ella está claro que ha salido a mi lado de la familia. Sin embargo él es claramente del lado de mi suegra”. ¿No es esto indicio de que viven una relación diferente con cada uno de sus hijos? Y los niños se ven necesariamente afectados por ello.

El complejo del menos querido

Por este hecho, y aunque los padres se defiendan, los niños aprenden rápido que mamá o papá tienen preferencias. Y la armonía entre hermanos puede tambalearse gravemente. Aparecerían los celos, sobre todo si se suman otros motivos: el talento de uno, el éxito deportivo de otro, la llegada del más pequeño que acapara la atención de los padres… Es entonces cuando nace el complejo del que se siente menos querido.

Por eso es importante que, desde un primer momento, los padres tomen consciencia sincera de sus sentimientos. ¿Por qué no reconocer que se tiene debilidad por tal niño, que ese otro tiene el arte de sacarte de tus casillas, que un tercero despierta una admiración especial por cumplir algún sueño de los padres…? ¿O quizás que algún otro, enfermo o discapacitado, ha suscitado tal devoción que sentimos un vínculo especial con él? Negarlo sería la actitud más peligrosa.

Mostrar a cada hijo que es único

Después de reconocer sus inclinaciones, los padres deben aportar una de cal y otra de arena en su comportamiento con cada uno de los niños: una de cal para acercarnos más a aquel con el que sintamos menos química; una de arena para ser menos admirativos delante del que sentimos un orgullo más espontáneo.

No hay que olvidar que todo niño querría ser el preferido. Y si no lo es, pensará que no le quieren. Por fortuna, los padres saben amar a sus hijos como si cada uno fuera su preferido. Es importante mostrar a cada hijo e hija que es único en el mundo y diferente de sus hermanos y hermanas: “Tú eres el rubí, tú la esmeralda, tú el zafiro…”. El secreto es, simplemente, ¡evitar decir quién es el diamante!

Denis Sonet

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