San León Magno nació en Toscana (hoy Italia), alrededor del año 390. Llegó a ser secretario de los Papas San Celestino y Sixto III. Este último lo envió, en el año 440, como representante en una misión diplomática en la Galia, con el objetivo de evitar el enfrentamiento entre dos autoridades imperiales: el jefe militar y el tribuno consular de aquella región. Durante el cumplimiento de dicho encargo, León recibió la noticia de que había sido elegido Sumo Pontífice.
Como sucesor de Pedro, destacó por ser un gran pastor, atento a las necesidades de su grey, fervoroso predicador en las fiestas litúrgicas y prolífico escritor de cartas a los cristianos de las periferias de Occidente. De él se conservan numerosos sermones escritos y misivas, consideradas por la Iglesia auténticos tesoros doctrinales.
La tradición lo señala como un pontífice lúcido y muy sabio, al punto que su fama era reconocida incluso por el poder secular. En un episodio memorable, acaecido durante el Concilio de Calcedonia (451), los 600 Obispos congregados en asamblea se pusieron de pie, en señal de reconocimiento, luego de haber escuchado la carta que San León les había dirigido. En ella, el Papa hacía referencia a la plena divinidad de Cristo, y su plena humanidad. Contra la herejía cristológica de aquel momento, León afirma la total consustancialidad de Cristo con el Padre por su divinidad, y su total consustancialidad con nosotros por su humanidad. Ergo, Cristo no podía ser considerado menos que el Padre. La aclamación fue tal que muchos empezaron a decir que San Pedro había hablado por boca de León.
Por otro lado, por aquellos años, la estructura del Imperio Romano de Occidente estaba cada vez más deteriorada y había gran inestabilidad, por lo que el Papa León tuvo que cumplir un papel decisivo en el ordenamiento de la vida civil y política. Cuando los hunos, liderados por Atila, habían ocupado el norte de la península itálica, se temía la invasión y destrucción de Roma. Entonces, el Papa León salió al encuentro del líder de los hunos y lo disuadió de ingresar a la Ciudad. Así, el temido bárbaro tomó rumbo hacia Hungría, probablemente convencido de que una campaña contra Roma no podría ser afrontada con huestes golpeadas por carencias y enfermedades. Tiempo después, San León se vio obligado a negociar con otro feroz bárbaro, Genserico, jefe de los vándalos, y aunque no pudo evitar el saqueo de la capital del Imperio, logró que la Ciudad Eterna no fuese incendiada, ni sus habitantes masacrados.
Durante sus 21 años de pontificado (440-461), el Santo trabajó incesantemente por la unidad e integridad de la Iglesia, y luchó contra herejías como el “nestorianismo” (que afirma que en Jesús había dos personas separadas, una divina y otra humana), el “monofisismo” (que cree que en Cristo solo hay naturaleza divina), el “maniqueísmo” (que dice que el espíritu del hombre es de Dios y el cuerpo del demonio) y el “pelagianismo” (que sostiene que el pecado original no es tal y por lo tanto la redención se obtiene por mérito individual, sin necesidad de la gracia, haciendo inútil la redención de Cristo).
San León Magno murió el 10 de noviembre de 461, ya con el apelativo de “Magno” (“El Grande”) obtenido, en honor a su sabiduría y a su grandeza espiritual. Fue canonizado siglos después, en 1574.
“Las mismas divinas palabras de Cristo nos atestiguan cómo es la doctrina de Cristo, de modo que los que anhelan llegar a la bienaventuranza eterna puedan identificar los peldaños de esa dichosa subida”, San León Magno.
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