En menos de una hora murieron quince personas que se habían despertado en la mañana dispuestos a trabajar la media jornada del sábado y disfrutar del descanso dominical en familia
Cada día se registra un promedio de 80 homicidios dolosos en México. Pero hay días en que la cifra llega a cien. Incluso la rebasa. Pero lo que ocurrió en la ciudad fronteriza de Reynosa (Tamaulipas) el sábado 19 de junio ha hecho saltar los escasos botones de alarma que todavía funcionan en un país devastado por el narcotráfico y el crimen organizado.
Salieron de cacería
Ese día, bajo un sol abrasador, un convoy de criminales provenientes de la vecina ciudad de Río Bravo decidió sembrar el terror entre la población inocente, acostumbrada a las balaceras, las persecuciones, los secuestros y las desapariciones entre grupos criminales; acostumbrada, también, a las “víctimas colaterales” del “fuego cruzado”.
El contingente de presuntos narcotraficantes (que se disputan la plaza de entrada a la ciudad de Pharr, Texas) no lo hizo, no aterrorizó, como otras veces, mediante mensajes por las redes sociales. Esta vez decidió –el comando y sus jefes—que debían salir de cacería.
Y las piezas a cobrar serían ciudadanos, gente que encontraban en el camino, unos comprando en un pequeño supermercado, otros regresando a casa, otros conduciendo su coche…
Drogados y resueltos a matar, llegaron desde la brecha del Berrendo hacia las colonias Unidad Obrera, el Maguey, Lampacitos, Bienestar y alguna otra que se les cruzara en el camino. Y dispararon a mansalva, a gente desprevenida.
Un crimen de lesa humanidad, violatorio del Estatuto de Roma. Pero que las autoridades federales y estatales no saben por dónde atacar. Ese día, en menos de una hora, murieron quince personas que se habían despertado en la mañana dispuestos a trabajar la media jornada del sábado y disfrutar del descanso dominical en familia.
Los criminales que incursionaron a Reynosa dispararon en al menos 180 ocasiones, suficiente arsenal para causar la muerte de 15 civiles, entre ellos, dos taxistas, un estudiante, un ciudadano nicaragüense, un albañil y una familia de tres miembros a quienes los detuvieron, los mataron y les robaron el vehículo en el que iban circulando cerca de la frontera con Estados Unidos.
La peor masacre de civiles
Mucho más tarde que a tiempo, la policía estatal y luego la Guardia Nacional reaccionaron ante las llamadas de auxilio al 911 de la población civil y a los insistentes mensajes de redes sociales en los cuales se pedía que “alguien” se hiciera presente para atajar la barbarie que se estaba viviendo en las calles de estas colonias.
Finalmente, las fuerzas del orden pudieron alcanzar una parte del convoy. En la refriega –dice el parte oficial—cayeron cuatro criminales abatidos. Entre los vehículos que lograron decomisarles, estaba él automóvil que habían robado y en el que habían asesinado a una familia. Es la peor masacre de civiles que se recuerda en México en las últimas décadas. Y no hay un solo detenido…
De las quince historias que se han contado, podemos tomar una, la de don Matías de la Cruz Galindo, un albañil de 63 años, padre y abuelo. Un hombre honrado, trabajador, que había vivido las últimas décadas en esta ciudad a donde llegó del Estado de Veracruz.
Ese fatídico 19 de junio, a las doce del día, don Matías había salido de la obra en la que trabajaba e iba a su casa, a comer con su esposa.
En el camino, había dejado a uno de sus hijos en su domicilio y a tres manzanas de llegar a la hora de comer con su mujer, se cruzó con el convoy de criminales. Uno de ellos lo vio y no tuvo otra reacción más que darle un balazo en la cabeza.
¿Por qué? La respuesta la da uno de sus hijos: porque estuvo en el paso de los malhechores. Este mismo hijo ha dicho a la prensa: “Mi padre era una persona muy querida, muy respetada. No se metía nunca con nadie. Jamás le hizo un mal gesto a nadie”.
El coraje contenido
Los ciudadanos de todo México viven en la zozobra, especialmente aquellos que tienen el infortunio de habitar ciudades fronterizas con Estados Unidos o bien, en estados donde los cárteles se disputan la hegemonía. Siete de cada diez mexicanos tienen miedo de salir a la calle. Y si son mujeres, el promedio es de ocho de cada diez.
Por el otro lado, se encuentra la impunidad. Apenas cinco de cada cien denuncias de actos violatorios de la ley llegan a su fin, y dos de cada cien criminales encuentran el camino de la cárcel.
El hijo de don Matías agrega algo que puede ser la radiografía de Reynosa y de todo el país: “Ya tiene rato que hay este ambiente de violencia en Reynosa, de asesinatos. Pero siempre nos había tocado estar del otro lado, ¿sabes? Hasta este sábado que asesinaron a mi señor padre. Y no en un fuego cruzado, como a veces pasa, sino en un atentado. Y eso es lo que más coraje nos da a mí y a mi familia. Nos da coraje e impotencia. Porque a mi padre lo fueron a matar, con todo el dolo. Fueron a hacer daño”.
Con información de Animal Político
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