Con 100 años confiesa, bautiza, celebra misa y venció el COVID-19

El sacerdote español Luis Urriza, párroco en Estados Unidos, sigue en activo a pesar de la edad. Un ejemplo para muchos...

Para el Padre Luis Urriza no existe la palabra cansancio, ni jubilación, a sus 100 años vive intensamente, no para, no se detiene, sigue siendo un sacerdote en activo, milagrosa salud emana de su mirada y su hablar, una lucidez impecable.

Dice que los achaques de la vida no son nada, pues ha sido testigo de las grandes guerras en el mundo, conflictos y crisis mundiales; como también ha sido testigo y es sobreviviente del COVID 19 a pesar de estar vacunado. Dios se manifiesta con su poder en la salud y vida del Padre Luis Urriza de 100 años…

– Padre Luis, gracias por concedernos esta entrevista para Aleteia. ¿Nos puede decir su nombre completo, cuántos años tiene, dónde nació usted y dónde vive actualmente?

Tengo aquí mi certificado de nacimiento. Nací en agosto 19 de 1921, en Lerín, Navarra, que es un pueblo pequeño en la montaña, muy bonito. Mi nombre completo es Luis Urriza Tres. 

Entonces en agosto voy a cumplir nada más que cien años.

– ¿Qué significa para usted cumplir esta edad?

Desde luego que no pienso mucho en ello. Diosito no quiere que me vaya aún con Él.

– ¿Cómo podría describir su vida? ¿Qué ha hecho usted de su vida? Si tuviera que darle cuenta a Dios, ¿qué le diría de estos cien años?

Muchas cosas. Como dije ya, nací en Lerín, Navarra; estuve en el pueblo, y yo era muy revoltoso. Luego me fui al Seminario a los 12 años.  Después de unos años ahí, vino la guerra civil, y todos los seminaristas mayores que yo tuvieron que ir a la guerra, los llamaron a la guerra; yo me quedé en puerta.

PADRE LUIS

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Y, mientras ellos estaban en la guerra, a mí me pusieron a dar clases en la escuela que teníamos de niños; yo tenía 16 o 17 años, y enseñaba a niños pequeñitos en la escuela.

Después que terminó la guerra, continuamos en el Seminario, terminamos las clases y estuvimos un año en el Escorial porque no había profesores. En el Escorial mataron a más de cien sacerdotes.

Después volvimos a nuestras ciudades. Después de la guerra estuve en Calahorra, luego en León por un tiempo, y después volví  a Calahorra. Cuando ya era sacerdote, estuve 2 años con los jóvenes, dando clases de latín, de griego, de música y de muchas cosas más, ¡de todo! Me sentí muy cansado, porque eran demasiadas cosas.

Después el párroco de Nuestra Señora de Guadalupe en Port Arthur, Texas, estaba empeñado en que yo viniera aquí para hacer de organista. Pero resulta que me llamaron a hacer el servicio militar; así que estuve 2 años en el servicio militar en España.

– ¿Ahí traía fusil?

No, yo era capellán. Oficiaba la Misa y daba unas clases a los soldados.

Al terminar los 2 años, como el padre del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe estaba decidido a que yo viniera a Port Arthur, me decidí a venir para ser el organista. Y sigo dando clases de música.

– ¿Y en ese entonces sabía inglés?

No sabía ni pío. Tuve que aprender. Cuando yo llegué a Estados Unidos tenía entre 27 y 28 años. Y me quedé.

El problema es que, cuando yo llegué aquí, vino otro sacerdote de Puerto Rico, que también era organista, y me quitó el lugar. Yo me quedé sin nada, sin puesto aquí. Éramos 7 u 8 sacerdotes en la casa, y no hacíamos nada, prácticamente nada más que decir una Misa en latín en alguna parte. 

El obispo me preguntó si quería trabajar en Beaumont, Texas. Yo ni sabía que existía Beaumont; pero me puse a averiguar que había en Beaumont  y me enteré de que había entre 200 y 300 familias hispanas, y que no había iglesia en Beaumont.

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Entonces le escribí una carta a mi superior en España hablándole de Beaumont, y me dijo que yo me encargara de los hispanos de Beaumont. 

– ¿Entonces pertenece usted a alguna congregación religiosa?

Sí, a la de los Padres Agustinos.

– ¿Quién es su fundador y cuál es su carisma?

¡San Agustín! Nuestro carisma es la educación y la misión.

Y, bueno, continuando con mi historia, le enseñé la carta de mi superior al obispo, y éste me dijo: “Comience la Misa mañana mismo en una casa”. Como no había templo, tuve que empezar yo desde el principio. Ya te puedes imaginar todo el trabajo que tuve para averiguar dónde estaban los hispanos, etcétera, etcétera.

– ¿Y con cuantas familias pudo empezar la Misa?

Con unas 15 o 20 familias. Y, sí, empezamos en una casa, y todavía existe esa casa.

– ¿De quién era la casa?

De la familia Pantoja.

– ¿Ellos se la prestaron a usted?

Ellos vivían en ella, y yo iba a su casa a decir Misa los domingos.

Esta casa estaba detrás de una iglesia que se llama San José, de los italianos, y después ellos me dejaron un pedacito pequeño, pequeño, para decir Misa los domingos. Ahí celebramos la Misa dominical como 2 años, hasta que se compró un terreno de 6 acres, que es el que tenemos ahora, y comenzamos a hacer la iglesia. 

– ¿Cómo se llama la iglesia?

Cristo Rey.

Y, cuando la terminamos, no teníamos dónde hacer otras actividades, y un día vi un anuncio en el periódico de la ciudad donde decía que vendían barracas. Las barracas eran casas de los soldados, que obviamente ya estaban desocupadas.

Fui a la ciudad a preguntar por las barracas, y me contestaron: “¿Cuántas quiere?”. Yo ni las había visto, así que pensé y dije: “Deme 2”. Así que me dieron dos barracas.

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Resulta que las barracas  miden 120 pies de largo, y eran de 2 pisos y amuebladas todas.

– ¿Y a buen precio?

¡A nada, me las dieron gratis!

– ¿Por qué?

No sé por qué, pero me las dieron. Todo el material y lo que había en esas casas lo tuvimos que traer al lugar nuestro, y vendimos todo lo que tenían adentro. Traer el material nos llevó varios meses, pero era material muy bueno, madera muy buena. Con el dinero de la venta hicimos el piso de un salón de 80 pies por 40. El salón lo comenzamos a hacer los hombres de la parroquia; lo hicimos poco a poco, trabajando los sábados y los domingos. Todo fue gratis.

Y cuando ya casi estábamos terminando el salón, vino un señor que yo no conocía, italiano, y me die: “Padre, ¿quiere que hagamos el bingo?”. Yo no sabía qué era el bingo. Le pregunté para qué era, y me respondió que para hacer dinero. Entonces, cuando los baños estuvieron listos, comenzamos el bingo. ¡Y nos fue muy bien! Varios años estuvimos con el bingo, y con el dinero hicimos la casa donde vivimos ahora, una casa muy buena. El obispo nos había dicho: “Quiero que hagan una casa muy bien para que el sacerdote esté satisfecho y viva bien”.

Hicimos el contrato para la casa en 35 mil dólares en aquellos años, y terminamos la casa y pagué 27 mil; se lo conté al obispo y no me lo creía. Le expliqué que era porque el contratista no cogía el dinero, y le pagaba yo directamente a los trabajadores.

Es una casa de dos pisos, de ladrillo, muy bonita. Y cuando terminamos la casa, al año siguiente me mandaron a otro lugar. Ya no disfruté de la casa.

– Así son las cosas de Dios…

Hablando de las cosas de Dios, en mi pueblo, Lerín, hace años, 1500 y tantos, había un virrey que se llamaba don Luis de Beaumont, o sea el mismo nombre de la ciudad donde estoy ahora. Así que Diosito me mandó a Beaumont. Dicen que el virrey de mi pueblo era muy malo, jefe de los puertos de alrededor.

– ¿Y en Texas es otro Beaumont?

Acá es una ciudad de 120 mil habitantes poco más o menos; está cerca de Houston. 

De aquí me mandaron a un pueblo llamado Waxahachie, Texas, cerca de Dallas, donde estuve unos meses nada más; ahí teníamos misiones pequeñas. Y de ahí me mandaron a San Antonio, Texas, donde tuve que hacer otra iglesia.

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Había una iglesia muy bonita que habían hecho los polacos; pero se compraron todos los terrenos de la iglesia, y tuvimos que tumbar el templo, el salón y la escuela. Entonces tuve que buscar un lugar dónde hacer nuestra iglesia nueva.

Compramos 14 casas, luego vendimos algunas y nos quedamos con el terreno para hacer la iglesia, el salón y la escuela. La iglesia se llamó San Miguel, Saint Michael. 

Es una iglesia muy bonita, moderna. Me costó mucho, mucho hacerla porque a los que estaban en las oficinas del Arzobispado no les gustaba la idea. Pero por fin me la hicieron. Ahí estuve 11 años, en San Antonio.

Después de esos 11 años vino a San Antonio un equipo que se llama Movimiento por un Mundo Mejor, y estuvieron haciendo retiros en todas las iglesias. A mí me llenó el retiro de este Movimiento, y me uní a ellos. Me mandaros a hacer el entrenamiento por 6 semanas, y me quedé con ellos en Washington, donde teníamos 2 casas del Movimiento.

– ¿Para qué era el entrenamiento?

Para hacer retiros del Movimiento por un Mundo Mejor, que más que nada se dedica a buscar la unidad. Fue fundado por el padre Lombardi; él ya murió, era jesuita italiano.

Estuve año y pico con el Movimiento. Acudíamos desde Washington a las iglesias donde nos llamaban, y me mandaron a comenzar este Movimiento en español en Nueva York.

Yo estaba muy contento y me gustaba mucho el Movimiento, pero me llamó mi superior para decirme que me necesitaban otra vez en  Beaumont. ¡Y volví a Beaumont! Era 1977. ¡Y aquí estoy ahora, desde 1977 hasta la fecha! En Cristo Rey, en mi iglesia.

– ¿Cuántos años de sacerdocio tiene usted?

77 años.

– ¿Y qué significa para usted Cristo Rey a lo largo de cien años de vida y 77 de sacerdocio?

Pues mi vida entera, aquí he pasado de todo. Y gracias a Dios estoy bien; todavía estoy aquí de párroco.

– ¿Se siente protegido por Cristo Rey?

Claro que me siento protegido por Cristo Rey. ¡Seguro! Y por el obispo también.

– ¿Vive en comunidad, padre Luis, o con algunos hermanos?

No. Yo vivía solo, pero ahora tengo aquí a un sacerdote de Nigeria, agustino también. Habla bastante bien el español; estuvo en Canadá primero.

– ¿Es su vicario?

No, nada más está ayudándome a mí para que no esté solo.

– ¿Entonces usted en qué diócesis está incardinado?

En la diócesis de Beaumont. Cuando yo llegué Beaumont no era diócesis, sino que la erigieron después. 

– ¿Continúa siendo usted de la orden religiosa de los agustinos?

Así es. Tenemos otra iglesia, la de Guadalupe, a donde iba a ir yo; ésa fue la primera iglesia de los agustinos.

– ¿Cómo cuántos bautizos ha realizado usted, cuántas primeras Comuniones ha presidido, y como cuantos sacramentos del Matrimonio?

 ¡Uy! Sólo el año pasado yo realicé 187 bautizos. Más que ninguna iglesia de Beaumont.  

– ¿Puro hispano?

Sí, puro hispano. 

– ¿Y confesiones?

Vienen a confesarse todos los días; les he dicho que vengan a la hora que quieran, y están viniendo a todas horas.

Este año hicimos 104 primeras Comuniones. Matrimonios no hubo muchos; 10 o 12 al año, pero también es más que en ninguna otra iglesia.

Este año tuvimos 84 confirmaciones.

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– Seguramente algunos de los que usted bautizó ya le llevaron a sus hijos…

¡Sí! Muchos me dicen: “Padre, usted me bautizó”. Me encontré con una señora que me dijo: “Padre, usted bautizó a mi hija, que ahora ya tiene 36 años”. También hay un sacerdote al que yo bauticé, y a todo el que encuentra por ahí le dice: “A mí me bautizó el padre Luis”.

– ¿Ha sido padrino?

Padrino no, he bautizado pero nunca he sido padrino.

Durante cien años el mundo ha cambiado mucho. Platíquenos de cuál ha sido su visión: una guerra civil en España, la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Vietnam, etc. Tantas cosas… ¡Una pandemia que acaba de suceder! ¿Usted qué piensa de toda esta historia?

Son muchos años, pero no pienso en eso, voy a llegar hasta donde Dios quiere nada más. 

Pasa uno por tantas cosas; guerras y más guerras; y esta pandemia, pero también una que hubo antes. Cosas terribles, pero aquí estoy. 

– ¿Cuál cree que haya sido la clave del éxito para mantenerse fiel a su vocación?

Pues que Dios me quiere aquí, eso es todo. Que Dios me quiere aquí y me ha dado la salud para estar aquí y seguir para adelante. ¡Y con gusto además! Hasta que Dios quiera.

– ¿Qué pasó con sus papás y sus hermanos? ¿Se quedaron en España?

Mis papás se quedaron en España; y yo no los podía estar yendo a ver porque entonces sólo nos dejaban salir de vacaciones cada 10 años. Así que estuve 10 años sin verlos, pero finalmente pude ir a España y verlos, pues aún vivían los dos. 

– ¿Y qué opinaban de que usted se hubiera ido a otro continente, y de que fuera sacerdote?

Nada; mi madre encantada de tener un hijo sacerdote, mi madre era una mujer de iglesia. En su tiempo trabajaba mucho en la iglesia; era modista, así que arregló muchos de los ornamentos de la iglesia.

– ¿Cuántos hermanos tuvo usted?

Dos, un hermano y una hermana. Todavía viven. Mi hermano está retirado, él fue secretario de un pueblo cerca de Pamplona. Y mi hermana es ama de casa, tuvo 6 hijos.

– ¿Sus sobrinos han ido a verlo a Beaumont?

Uno de ellos sí ha venido aquí. Estuvo conmigo un año, mientras estudiaba en la universidad.

– ¿Cómo ha sido su vida en cuestión de enfermedades? ¿Las ha tenido? ¿Cómo las ha librado?

He tenido muchas enfermedades, pero sigo para adelante. Y tuve covid. Me pusieron las dos dosis de vacuna, y de todos modos me contagié; me pusieron la Pfizer. Estuve unos días internado en el hospital, luego volví a casa y aquí estoy.

– ¿Y qué pensó cuando se enfermó de covid?

Nada, sólo que quería salir del hospital.

– ¿No tuvo miedo?

Miedo no.

– ¿Considera que el mundo ha cambiado con la pandemia? ¿Cree que algo va a ayudar para concientizar más a los seres humanos?

Espero que sí. No lo sé de seguro, pero espero que nos demos cuenta de que hay que ayudarnos.

– ¿Cómo la pasó usted durante el confinamiento por la pandemia?

Estuvimos nada más 2 semanas sin celebrar Misa; después ya empezamos con las Misas virtuales. Me veían en España, y en toda Hispanoamérica. 

– ¿Qué piensa de los hispanos?

¿Qué quieres que piense? Me he llevado muy bien con ellos; aunque también he tenido problemas con algunos, pero, bueno, vamos tirando para adelante. Hay toda clase de gente, de personas, como es normal; cada cual tiene sus pensamientos y sus ideas. 

– ¿Y cuál es su comida favorita, padre Luis?

Yo me como lo que me traen. Hay una señora muy buena que me trae de comer todos los días. 

– ¿Y le gusta de todo? ¿Puede comer de todo?

Sí, de todo. Menos menudo, el menudo no me gusta, no sé por qué.

– ¿Los tacos?

Tacos sí, pero no como muchos.

– ¿Cuál es la clave para tener salud y vida?

La clave es trabajar. Yo no paro. No hay que perder el tiempo.

– ¿Usted hizo deporte alguna vez?

Sí, en el Seminario me gustaba la pelota, pelota de mano. En Estados Unidos ya no hice ningún deporte.

– ¿Puede contarnos alguna anécdota, algún momento difícil que haya pasado a lo largo de su sacerdocio o de su vida?

Algo que tuvo que ver con el obispo que me dio permiso para construir la iglesia. Después de años un día me dice: “Oiga, ¿cuándo me va a pagar los 16 mil dólares que pagué yo por el terreno?”. Yo no tenía dinero en el principio, por eso él pagó por el terreno. Pero se murió y se acabó el asunto.

– ¿Cómo le va a usted con las nuevas tecnologías, con las computadoras, los teléfonos, las redes sociales? Usted vivió la época de la televisión en blanco y negro, el teléfono normal, el telegrama… Y ahora el internet. ¿Cómo se desenvuelve con las nuevas tecnologías?

Mal, mal. No me he metido a las redes sociales, pero debería haberlo hecho.

– ¿Cómo va a festejar usted sus cien años?

Ahí no me he metido yo. Pero me dicen que vamos a tener una Misa con el obispo y todo el clero diocesano; va a ser al mediodía, y después habrá una comida con el clero. Luego, a las 6 de la tarde habrá otra Misa para el pueblo, y después habrá una cena en un hotel.

– A continuación quisiera hacerle esta pregunta a Jesús, asistente y brazo derecho del padre Luis. ¿Jesús, qué ha significado para ustedes conocer al padre Luis?

Él siempre ha sido la voz de los latinos en la diócesis; nos apoya y nos defiende. Ésta es una zona bien racista, una de las más racistas de Estados Unidos. No sé si el padre Luis te contó la historia del muchacho que murió en un baile, cuando apenas empezaba. Estaba juntando dinero para la parroquia, con bailes; y en uno de los bailes se murió un muchacho, y el padre Luis no tenía templo parroquial todavía, así que se fue a lo que hoy es la Catedral, y ahí había un monseñor, y el padre Luis le pidió que le prestara Óleos, y el monseñor le aventó la puerta en la cara. 

– ¿Quiere continuar el relato, padre Luis?

Sí. Luego fui con otro sacerdote, a otra iglesia, y me pasó lo mismo. Por fin, a la tercera, por fin me prestaron los Santos Óleos. 

Después, el primero que me dio con la puerta en la cara, el monseñor, vino a verme al departamento donde yo vivía, que me prestaba una familia, y me preguntó: “¿Qué pasó con aquel muchacho?”. Le contesté: “¡Que se murió!”. Le había dado un ataque al corazón, aunque era muy joven.

– ¿Y con qué mensaje final quiere terminar esta entrevista?

Que sigan las reglas de la Iglesia y que sean fieles a la Iglesia todos; que sean hermanos y hermanas, que no haya racismo jamás.

– Una pregunta más; ¿cómo le gustaría ser recordado? ¿Quizá como un sacerdote alegre, servicial?

Alegre sí, siempre, ¡siempre!

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