«No hay latido»: Cuando esa espada te atraviesa el alma

En casa pasamos cinco veces por la muerte de un bebé antes de nacer. En ellas aprendí mucho de la vida, de su valor, de su fragilidad…

El 15 de octubre es el día de la muerte gestacional y perinatal. La diferencia que hay entre una y otra es el número de semanas o el peso en gramos del bebé. Pero, sea la semana que sea, la tercera, la vigésima, o la trigésima, yo te aseguro que, después de escuchar las palabras «no hay latido», pasarás sí o sí por un duelo.

En casa pasamos cinco veces por esas despedidas. Despedidas absolutamente diferentes en cada ocasión, y con muchas cosas en común. En ellas aprendí mucho. Mucho de la vida, de su valor, de su fragilidad…

También aprendí lo que pueden reconfortar algunas palabras, y cuáles son las frases que no aportan, que no ayudan y que, por desgracia, son un clásico. Veamos un par de ejemplos:

  • «Tú no te puedes quejar porque tienes más hijos. Ellos te necesitan. Así que no te puedes permitir el lujo de derrumbarte». Entiendo la buena intención de esta frase, pero el que ha muerto también es hijo mío, y necesito pasar el duelo, llorarlo. Son los días especiales para él, días para asumir que no lo vas a ver en su cunita, que no conocerás a sus compañeros de clase. No sé por qué, yo siempre me imaginé sus manitas abrazando las mías. Nadie puede, ni debe, ilegitimar esa tristeza, porque es real, porque no es inventada, porque es tuya, y porque es necesaria.
  • «La naturaleza es sabia». Esta frase me causó siempre un enorme rechazo. Suena como si mi bebé no hubiese pasado una selección genética de no se sabe qué clase de «raza aria». Además de que también siembra la duda que te lleva a preguntarte: «¿Y si no fue la naturaleza, y si hice algo mal?».

¿Cómo encontrar consuelo?

Es verdad que no todo es malo, y que hay muchas frases que me acompañarán hasta el último día de mi vida. Por ejemplo, cada una de las que me dijeron los médicos que me atendieron en esos trances. Personas de gran calidad humana y excelentes profesionales, que me apoyaron desde el principio, desde que me dieron la triste noticia (nadie como el Dr. Sande para reconfortarte en esos momentos), hasta que todo había pasado.

Pero, no te sorprendas, si una palabra de ánimo, una frase inocente, duele como un latigazo. Creo que las palabras más tristes las escuché cuando estaba dando a luz a mi hija María, y me dijeron que ya asomaba su cabecita. Me invadió una tonelada de tristeza, entendiendo que en ese momento llegaba una nueva vida, la vida sin ella.

Algo que sí hemos echado de menos en casa es que la ley prevea enterrar a estos bebés de forma ordinaria, por pequeños que sean. La primera vez, cuando nos enseñaron a nuestra pequeña, nos ofrecieron la opción de llevárnosla, pero no tienes un acta de defunción y no es fácil darle sepultura. Renuncié a llevármela y, al llegar a casa, llamé arrepentida al hospital, pero ya no había vuelta atrás.

Creo que deberíamos poder enterrar, con la dignidad que se merecen, los restos mortales de nuestros bebés, por muy pequeños que sean: no son simples desechos de material quirúrgico.

Decírselo a sus hermanos

Y, cuando sales del estado de shock, cuando empiezas a hacerte con la situación, llega un momento inenarrable si tienes más niños: ¿Cómo decírselo a sus hermanos? Lo primero que te diré es que son más fuertes de lo que parecen, pero si son pequeños pueden creer que van a estar tristes para siempre.

Necesitan que les digas que no va a ser así. Tienes que asegurarles, aunque tengas lágrimas en los ojos, que durante unos días estaremos más tristes, pero que poco a poco nos iremos recuperando, y volveremos a estar felices como antes. Además, es verdad. Gracias a Dios, la rutina lo devora todo, también las lágrimas.

Una cosa que siempre me ha ayudado es ver sus nombres escritos junto al de sus hermanos. Yo los escribí detrás de la Virgen del comedor… Necesito, me encanta, verlos allí, formando parte de la familia, como realmente es.

En los peores momentos confía, confía, confía. De los cinco bebés que perdí, el que más me costó fue el cuarto, Juanito. No sé por qué, pero no era capaz de superarlo. Pasaban los días y sólo quería llorar. Rezaba, lo intentaba, descansaba, pero nada, no era capaz de recuperarme.

En esos momentos, espera y confía. Dios te mandará un abrazo, una conversación, una frase, que encenderá la luz y evaporará las tinieblas.

A mí me mandó una frase, la frase que me hizo click: «Hacía falta un alma en el Cielo y la pidieron en tu casa». Esa frase hizo que me diese cuenta, por primera vez en mi vida, de que había colaborado con el plan de Dios. Una colaboración pequeña, pasiva, pero había ayudado a que llegara un alma al Cielo.

Mi vida, desde ese momento, o solo por ese momento, ya había merecido la pena. Y esa frase provocó mi primera sonrisa, una sonrisa triste, dulce, y orgullosa de mis cinco pequeños…

Así que el 15 de octubre es un día para celebrar. Why not?

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