Inmigrantes y exigencia cristiana: necesitamos un nuevo Plan Marshall

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Las oleadas de personas que cruzan el Mediterráneo, muriendo en muchos casos en el intento, las multitudes que se agolpan sin atenciones ni orden en las islas griegas, interpela con fuerza a la conciencia cristiana. Le muestra cuál es su deber, su obligación y le señala las consecuencias de su omisión. “Me viste con hambre y no me diste de comer…”

La Iglesia está haciendo mucho, pero no basta. Es necesaria una ola de solidaridad radical. Una acción mucho más potente y organizada en Grecia e Italia, y en toda Europa, porque en toda ella hay grupos que huyen de la devastación y necesitan ser sostenidos. Y junto con la oleada de ayuda, la acción política. Es Europa, que tiene medios sobrados, quien debe afrontar con todos el recurso necesario, primero lo más urgente, la atención en el mar y las costas, la ayuda y encauzamiento posterior, y acto seguido las causas, desde las mafias hasta la guerra de Siria.

No podemos pensar como el ministro de Asuntos Exteriores británico, que en unas declaraciones preñadas de mal afirmaba que estas multitudes que vienen ponen en peligro nuestro bienestar. Están preñadas de mal porque no es cierto, porque es justificar la insolidaridad más cruel como respuesta, y finalmente porque son un error, un enorme error.

Lo es porque estas personas que llegan son también una oportunidad, quieren rehacer una nueva vida, nosotros podemos dársela en beneficio mutuo. El problema que amenaza Europa es el envejecimiento acelerado de la población: España entrará en esta fase en cinco años, con la jubilación del “Baby Boom. En el declive demográfico está buena parte de la causa de nuestro pobre crecimiento económico. Esta gente que viene, la inmensa mayoría en edad activa, otros más jóvenes, muy pocos ancianos, no es el problema sino que forman parte de la respuesta, a condición de no fijarnos solo en ella. Europa necesita aumentar la tasa de natalidad hasta el nivel de remplazo, de 2,1 hijos por mujer, una cifra que queda lejos, pero que es un objetivo urgente que aporta resultados a largo plazo, y al mismo tiempo necesitamos acoger y formar a toda esta población transformándola en algo tan prosaico como trabajo y capital humano, que constituye la respuesta necesaria a corto plazo.

Lo que necesitamos es un Plan Marshall para la inmigración, que sea también una oportunidad para nuestros parados de larga duración y nuestros jóvenes menos preparados. Un Plan que además sería una poderosa ayuda para Grecia Italia, y en menor medida España. No es nada más que una cuestión de visión. No los veamos como un problema o una amenaza, sino como una oportunidad.

Si no se hace así continuarán viniendo, pero no tendremos unos nuevos ciudadanos integrados sino un lumpen proletariado agraviado por nuestra falta de corazón, y además el espejo nos devolverá una imagen amarga de nosotros mismos. Muchos de nuestros jóvenes todavía se reconocerán menos en ella.

¿Nadie se da cuenta de que según y cómo respondamos a este reto nos jugamos el futuro de Europa tal y como la conocemos?

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