Roberto Esteban Duque: «No me hago la ilusión de que la ciencia resuelva al hombre»

(InfoCatólica) La Biomedicina es uno de los sectores científico-económicos que más rápido evolucionan. Las nuevas aplicaciones que esta ciencia desarrolla inciden directamente en campos como el de la salud o la economía, afectando todos ellos a la vida del hombre. El científico no puede sustraerse a las consecuencias éticas y sociales que se desprenden de su trabajo y del desarrollo de las nuevas tecnologías aplicadas al campo de la vida. Si el año pasado publicaba La primacía de la persona, un Manual sobre los Fundamentos de la Bioética, un año después el sacerdote y profesor de la Universidad Francisco de Vitoria, Roberto Esteban Duque, publica el Manual «Ética Biomédica. Aspectos sociales de la Biomedicina», en Ediciones de la Universidad de Navarra (EUNSA), abordando los urgentes temas sobre Bioética Especial.

-En apenas un año ha publicado dos manuales y un ensayo

Así es, he perdido mucha vista en tan laboriosa dedicación, a este paso entraré en el Guinness World Records.

-¿A usted no se le resiste ningún tema?

Absolutamente todos. Escribo sobre lo que ignoro, pero después de haber investigado.

-Según el último informe de la Fundación Ferrer i Guàrdia, Laicidad en Cifras 2018, los jóvenes han cambiado las fórmulas metafísicas por manifestaciones tecnológicas, y la religión pierde influencia al desplomarse los ritos y la fe

Esa también es la tesis del conocido biólogo Jay Gould, que acuñó la noción de «non-overlapping magisteria», que es tanto como proponer la no interferencia entre ciencia y religión, enunciando el principio de los magisterios que no se superponen, donde la ciencia documenta el carácter objetivo del mundo natural y la religión opera en el reino diferente de los fines. Esto significaría presentar la religión como algo contrario a la racionalidad, volviendo sobre el viejo paradigma de la ciencia y la religión como ámbitos completamente independientes. Lo cual vendría a confirmar la permanente sospecha de que vivimos una época única en la que la ideología está colonizando las mentes y los comportamientos.

-Pero es así como se presenta. Enrique Gil Calvo, sociólogo y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, sostiene que el descenso del número de creyentes en la población joven se debe a que «la religión es incompatible con la racionalidad científica»

Es así como la presentan determinados medios de comunicación. El sociólogo Gil Calvo simplifica de un modo extremo las relaciones entre religión y ciencia, recuperando así el fantasma de Galileo, la tesis del conflicto, viendo la religión como un obstáculo para el desarrollo de la ciencia. Lo que subyace en esta actitud es la crisis de verdad instalada en la cultura actual, la pérdida de confianza en la razón humana para alcanzar auténticas verdades. Ante dicha desconfianza surge un cientificismo inaceptable, entregar en exclusiva el conocimiento a la racionalidad científica o ponerlo en manos de ideologías que ofrecen «seguridades». La racionalidad científica se convierte en pura ideología cuando arrincona la religión. Conocidos ex-ateos como Antony Flew, o agnósticos en su momento como Francis Collins, reconocen el papel que la ciencia ha tenido en sus respectivas conversiones.

-¿Qué piensa del transhumanismo?

Que tiene un carácter no ya prometeico, sino fáustico y reduccionista: los problemas humanos no se reducen a problemas tecnocientíficos. Pretender superar al hombre desde el hombre mismo, sin reconocer la contingencia de la naturaleza humana, supone reeditar la vieja fórmula programática «seréis como dioses». No reconocer límites en el progreso indefinido es tanto como la asunción de un nuevo génesis, la adopción de una función demiúrgica creadora de vida, capaz de redefinir todas las fronteras y las leyes.

-¿No es buena la mejora del ser humano?

No se trata de negarse a mejorar, sino de evaluar qué significa esto desde sus diversos parámetros, adoptando precauciones técnicas y legales que eviten males mayores. Para el transhumanismo la carencia está en el cuerpo, que hay que liberar de los impedimentos externos, biológicos y físicos. Es preocupante el rechazo casi enfermizo de cualquier servidumbre de la finitud. ¿Es ese el mejoramiento que necesita el hombre? Por lo demás, el transhumanismo olvida el carácter político y social del human enhacement, no tiene en cuenta los valores, intereses comerciales y económicos, la lógica del poder, de la ciencia y la tecnología. La mejora del hombre no puede realizarse a cualquier precio. Habría que preguntarse sobre el tipo de sociedad que deseamos y lo que estamos dispuestos a dar por eso. No basta con dominar los aspectos tecnocientíficos de los desafíos que afrontamos si padecemos una ceguera ética que nos impide ver qué valores debemos preservar y qué riesgos de ningún modo debemos correr. Libertad y bien son dos categorías que no pueden conjugarse por separado. El transhumanismo pretende que la ciencia haga el trabajo de la filosofía y de la religión. Y eso es imposible.

-¿No es deseable una felicidad sin sufrimiento?

No es posible. La felicidad sin sufrimiento es una idea recogida por David Pearce, co-fundador (con Nick Bostrom) de la World Transhumanist Association, que aspira a erradicar cualquier sufrimiento en toda la vida consciente. Esto sería tanto como eliminar el misterio del mal y de la culpa, olvidar que aquí en la tierra hay ceguera, desasosiego, resistencias a amar, inconmensurable fragilidad, que no es posible para el homo viator el omnia secum portat, el no faltarte nada y necesitar sólo de sí mismo. Creo que se trata esencialmente de poseer una conciencia crítica sobre los propios límites y del imperativo de moderar la voluntad de poder antes las dimensiones éticamente no manipulables de la realidad.

-En la actualidad, y debido a la complejidad y abstracción de muchas teorías científicas, se discute e incluso se llega a negar la capacidad de la ciencia experimental para alcanzar la verdad

Es algo propio de una mentalidad funcionalista, según la cual se da por inútil o carente de sentido el concepto de verdad objetiva, y se reduce la ciencia a simple instrumento para la técnica; a su vez, a falta de verdades y normas objetivas, la técnica no estaría sometida a ninguna norma ética. Este funcionalismo acaba haciendo al hombre víctima de sus propios productos: la experiencia al respecto es, por desgracia, demasiado abundante.

-Los caminos hacia la verdad son muchos. La ciencia experimental es uno de ellos, pero no el único ni el principal

Es el principal sólo en un aspecto concreto: cuando se busca conocer los aspectos materiales de la realidad de modo sistemático y controlable. Pero también pueden estudiarse esos temas desde el punto de vista filosófico, y entonces no bastan las ciencias (aunque se han de tener en cuenta los datos que proporcionan). Y la realidad tiene además otros aspectos. La ciencia experimental necesita de la filosofía: la utiliza de hecho, al menos implícitamente, y cualquier valoración de los resultados y métodos científicos requiere consideraciones que son propiamente filosóficas.

-Dice esto en la Introducción de su libro: «Aunque ni soy genetista ni biólogo, no me hago la ilusión de que la ciencia resuelva al hombre».

Lo dijo poco antes de otra manera John Horgan en su libro El final de la ciencia. Este periodista científico mantiene que la sola ciencia deja al hombre en un completo desamparo. La perspectiva de la ciencia experimental no agota lo real: no tenemos razones para sostener que la realidad se reduce a lo que la ciencia experimental toma en consideración. Más bien todo lo contrario: la filosofía se atreve incluso a decir que los hechos que estudia la ciencia experimental son la realidad más frágil.Todavía más: la ciencia experimental moderna no nació a pesar de la teología, sino de su mano. Al cabo, lo que le importa a la mayor parte de la gente no es saber biología molecular, sino en qué modo la biología afecta a nuestra vida, no sólo como personas individuales sino como sujetos sociales.

-Entiendo que es esto lo que pretende mostrar con su nuevo manual

No, para esto haría falta un tratado de filosofía de la ciencia. Sólo pretendo responder a su pregunta: existen unos presupuestos filosóficos generales de toda actividad científica. Incluso habría que mantener que la ciencia experimental siempre ha tenido como aliados al pensamiento filosófico y teológico.

-¡Explique eso!

La figura de Stanley L. Jaki encarna cuanto digo. La tesis del eminente físico, filósofo y teólogo húngaro es que en las culturas antiguas hubo varios intentos de nacimiento de la ciencia experimental que no llegaron a buen término, por falta de unas convicciones capaces de prestar a la ciencia sus fundamentos filosóficos. En cambio, esas convicciones se dieron en la Europa cristiana. En otras palabras: la ruta de la ciencia experimental es un realismo en el que se admite la racionalidad del mundo, que existe un orden natural que es racional, que puede ser conocido por la inteligencia humana; y este realismo sólo llegó a ser una convicción generalizada cuando, gracias al cristianismo, una cultura entera admitió que el mundo tiene que ser racional por ser obra de un Dios infinitamente inteligente, y que el hombre tiene la capacidad de conocer ese orden racional por estar hecho a imagen y semejanza de Dios.

-El genetista Ginés Morata, recién nombrado miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, sostiene que Dios es una creación humana. «Dios no nos ha creado a nosotros: los humanos hemos creado a Dios». ¿Son los científicos tan ateos en su mayoría?

A este genetista no lo consideraría ateo, sino un tipo sectario instalado en su trinchera ideológica, tosca y simplificadora. Sus afirmaciones son gratuitas. La religión, en particular la religión cristiana, ha sido y es fuente de inspiración para la ciencia al menos en dos sentidos: en las convicciones culturales que han hecho posible el origen de la ciencia y en los presupuestos intelectuales y morales necesarios para que la actividad científica se desarrolle. Pero también la ciencia es fuente de inspiración para la religión. Muchos de los protagonistas del inicio y desarrollo de la ciencia como Copérnico, Galileo, Newton, Volta, Ampere, Cauchy, Faraday, Kelvin, Maxwell, Plank, Millikan, Marconi o Lemaître, entre otros muchos, han sido hombres de fe. La ciencia invita a hacerse planteamientos de tipo religioso, aunque a esto se le llame simplemente planteamientos de tipo espiritual. A lo que no parece que invite es al ateísmo, a un conflicto ficticio entre ciencia y religión, o a considerar estúpidas a todas aquellas personas desprovistas de la ideología que en la actualidad inoculan en los jóvenes muchos profesores universitarios y demasiados medios de comunicación social.

- ¿Qué es la Biomedicina?

La biomedicina pretende, en primer lugar, facilitar la transferencia ágil de los avances terapéuticos y tecnológicos de la investigación básica a la investigación clínica, siendo sus ámbitos principales las terapias génicas y celulares o la regeneración de tejidos. Y en segundo lugar, permite desarrollar nuevos procedimientos de prevención, diagnóstico y tratamiento que mejoren la calidad y expectativa de vida del ser humano.

-Quizá haya mucho avance tecnológico y falta de avances en el trato humano

Esa disfunción ya justifica por sí misma una mayor formación humanística. Un sistema en la actualidad mal diseñado lleva a la medicina a resolver procesos en lugar de centrarse en la persona, a preocuparse más de lo técnico que del cuidado personal, a un avance clínico abrumador en detrimento de lo social.

-¿Por qué una Ética Biomédica? ¿Cuál es el propósito de su nuevo manual?

Es una obra científica y académica. Se trataría de conocer las bases científico-experimentales como paso previo a la reflexión moral de las principales temáticas bioéticas relacionadas con el área de la Biomedicina, desarrollar las bases filosóficas (metafísicas, antropológicas y éticas) necesarias para poder elaborar un juicio de valor propio pero riguroso en torno a cuestiones bioéticas de relevancia en el área de la Biomedicina.

-¿Cuáles son los temas que trata?

No escribo sobre una bioética asistencial, donde aparecen los grandes temas del aborto o la eutanasia, sino sobre una bioética experimental: el estatuto biológico y la antropología del embrión humano, la edición genética y su valoración bioética, las células madre, el conflicto ciencia/valores, la clonación, la experimentación con seres humanos y con animales, el derecho a la intimidad de la información genética, el determinismo genético…

-Antes de entrar en esos temas, acaba de mencionar la eutanasia. Recuerdo el caso del suicidio asistido a María José Carrasco por parte de su marido. ¿Qué opinión le merece?

Lo primero es la reacción de contemplar un inmenso sufrimiento, una tristeza inconmensurable, el despertar de una gran ternura ante tanto desvalimiento envuelta en un indecible misterio. Pero la cuestión está en dar sentido al sufrimiento, algo que no se consigue eliminando la indisponibilidad de una vida humana.

-¿Y cómo se consigue?

El caso que usted refiere está utilizado con fines políticos, en precampaña electoral. Pero trascendiendo este caso, no sería fácil ni conveniente establecer límites a partir de los cuales se puede ayudar al suicidio, y cualquier esfuerzo estatal deberá posibilitar unos cuidados paliativos de calidad.

-¿Y el caso de Vincent Lambert?

Es algo ofensivo a la dignidad humana trazar una línea que marque el mínimo de calidad de vida, debajo de la cual el hombre deje de ser persona. Sobre la dignidad de la vida humana, en tanto que vida de la persona, se funda, ante todo, el principio de su inviolabilidad: es éticamente inadmisible cualquier acto que disponga directamente de cualquier vida humana. También aquí estamos ante un caso politizado para promocionar el derecho a la eutanasia. El peligro es reducir la vida a términos de «utilidad biológica», asistiendo al renacimiento de una cruel eugenesia, y donde se elige qué seres humanos van a vivir. El acto médico encaminado a provocar deliberadamente la muerte de un paciente (como el realizado por el médico que retiró la hidratación y la alimentación a Lambert) es contrario a la ética médica, un acto eutanásico.

-Vayamos a una de esas cuestiones que también entró en campaña electoral: ¿qué es un embrión?

Desde el punto de vista filosófico, el embrión humano, desde la constitución del cigoto, es un ser humano, y desde el punto de vista antropológico, un viviente, «el viviente», una persona, homo sapiens dotado de un valor intrínseco desde el inicio de su vida. Algo que por desgracia es rechazado por la mayor parte de las legislaciones.

-¿Por qué cuesta tanto reconocer la realidad?

Evidentemente por pura ideología. Se intentan redefinir los términos, se niega la biología humana básica, se supone, en el peor de los casos, que la vida de la mujer embarazada es la única vida en juego. Es lo que mantiene Warren Hern, médico estadounidense conocido por realizar abortos tardíos, en un reciente artículo publicado en las páginas del New York Times: «El embarazo mata. El aborto salva vidas», donde se pretende racionalizar el aborto en cualquier etapa del embarazo.

-¿Y el Informe del Comité Warnock?

El mito de los 14 días sólo sirve para neutralizar éticamente la destrucción deliberada de embriones. Suceda donde suceda, la concepción inaugura siempre una vida humana, que no es del padre ni de la madre, sino la de un ser humano que se desarrolla por sí mismo y que jamás llegaría a ser humano si no lo fuera ya en su mismo inicio biológico.

-En marzo de 2009, el presidente Barack Obama decidió levantar los límites impuestos por su predecesor George Bush a la financiación federal de las investigaciones con células madre embrionarias

¿Y sabe cuál fue la consecuencia? Derrochar el presupuesto de 3000 millones de dólares destinados a la investigación con células madre embrionarias. No ha habido ninguna cura, ninguna terapia y poco progreso. Son los investigadores dedicados a la investigación con células embrionarias quienes han politizado la ciencia, y se han interpuesto en el camino del progreso real. El mismo mes en que Obama levantó los límites establecidos por Bush a la experimentación con embriones, la prestigiosa doctora Bernardine Healy declaró «obsoletas» las células embrionarias, incluso peligrosas. A diferencia de las células adultas extraídas del cuerpo del paciente, las embrionarias son difíciles de dominar y de lograr que se conviertan en el tejido deseado. Además, requieren altas dosis de inmunodepresores y pueden dar lugar a un tumor conocido como teratoma.

-Se ha llegado al extremo en que no sólo podríamos clonar seres humanos, sino que es posible modificar genes en embriones para producir seres superdotados. ¿Cuál sería el principal inconveniente?

Lo que puede empezar como un control biológico de las enfermedades, podría convertirse en un intento de crear superhombres. El uso y destrucción de embriones humanos en investigación es moralmente inaceptable. Si la edición genética germinal podría algún día ser segura basándonos sólo en estudios con animales es algo incierto, pero ello no justifica el sacrificio de vidas humanas con este fin, máxime teniendo el cuenta que la modificación genética germinal no responde a las necesidades médicas de pacientes existentes, sino al deseo de los padres de concebir hijos, como mínimo, perfectamente sanos. Si bien este deseo es legítimo, los medios no se justifican por el fin, sino que deben ser justificados en sí mismos. La igualdad radical de los hombres tiene como sustrato la común naturaleza humana; alterarla sería crear una desigualdad entre los hombres, y la terapia génica en células germinales hace esto, pues altera la base genética de la individualidad.

-Haciendo abstracción de los males o bienes que puede producir la clonación humana, ¿podemos ofrecer algún argumento categórico sobre su licitud o ilicitud intrínseca?

El ataque de la clonación se dirige sobre la libertad y la dignidad humana. En cuanto que consiste en hacer de unos seres humanos instrumentos para otros seres humanos, supone un atentado contra la libertad personal de los clonados y su autonomía: ¿qué clase de libertad es aquella cuyo sentido consiste en proporcionar a otro lo que le falte, incluso al precio de su propia integridad física? Al ignorar esta obligación de respeto, la clonación representa un atentado grave contra la dignidad humana, opuesta al hecho de considerar al ser humano como un medio para otros fines, al carácter único de cada uno de nosotros, al menos desde el punto de vista de nuestro cuerpo. La dignidad del hombre concreto constituye, tanto para la ciencia que investiga como para la medicina que cura o alivia, un límite infranqueable. La clonación merece un juicio especialmente negativo en relación a la dignidad de la persona clonada, que vendrá al mundo como «copia» (aunque sea sólo biológica) de otro ser. En el ámbito de los derechos humanos, la clonación humana supone una violación de los dos principios fundamentales en los que se basan todos los derechos del hombre: el principio de igualdad entre los seres humanos y el principio de no discriminación.

-Hay un tema poco tratado en general: el derecho a la intimidad de la información genética

La información genética es la información más íntima que existe sobre la persona. Es una información única, individual y particular de cada individuo, que informa de la configuración genética que, dado que se transmite mediante los mecanismos de la herencia, no concierne únicamente al individuo testado o proband sino a todo su grupo biológico. Es, además, estructural, inmutable e indestructible, ya que forma parte de la esencia del ser orgánico del individuo, permanece estable desde la etapa embrionaria hasta después de su muerte y se encuentra en todas y cada una de las células de su cuerpo. Informa acerca de una amplia gama de enfermedades, condiciones, síndromes y tendencias que el individuo padece, para las que éste presenta una mayor o menor susceptibilidad o que padecerá en el futuro, en sí mismo o en su descendencia, por lo que es información predictiva. Se trata, pues, de un verdadero derecho.

-Un reciente libro de Ignacio Morgado, catedrático de psicobiología y director del Instituto de Neurociencias en la Universidad Autónoma de Barcelona, mantiene que aunque se puede vivir sin tener sexo jamás, la programación genética nos hace buscarlo con ahínco. ¿Qué relación hay entre los genes y la conducta?

La cuestión esencial es si los genes no sólo son necesarios, sino suficientes para predecir ciertos comportamientos. En sentido estricto, el determinismo genético implicaría que la relación entre genes y conducta es la de predicción (los genes permiten predecir la conducta). Pero en muchos casos sólo hay predisposición. En cualquier caso, el conocimiento de los mecanismos que regulan el deseo no justifica el fatalismo, sino que nos ayuda para dirigir la vida en la dirección acertada. La persona no es la suma de sus genes. Existe la libertad electiva o libre albedrío (free will), la capacidad de la persona humana de autodeterminarse en sus actos, pudiendo ponerlos o no ponerlos. Semejante autodeterminación entraña que el sujeto libre es dueño y responsable de sus actos. No podemos dejarnos llevar por un predeterminismo biológico que negaría el libre albedrío de la persona. No todo es naturaleza. La educación juega un papel importante en el equilibrado desarrollo de la personalidad mas­culina y femenina por medio de la potenciación de las virtudes y aptitudes peculiares de cada sexo y por medio asimismo del en­cauzamiento de aquellas tendencias innatas que podrían dificultar una justa igualdad y un correcto desarrollo personal.

-Últimamente, el papa emérito Benedicto XVI realizaba un diagnóstico sobre las causas que han llevado a la situación de crisis por abusos en el seno de la Iglesia, señalando tres factores determinantes: la revolución sexual de los años sesenta, el colapso de la teología moral en los seminarios y la pérdida de la fe. Usted es moralista, ¿qué opinión le merece el contenido de lo publicado por Benedicto XVI?

La renovación moral propuesta por el Concilio Vaticano II no será lograda en la teología moral posterior al Concilio. La encíclica Veritatis splendor (VS) rechaza una interpretación creativa de la conciencia moral según la cual la conciencia individual es la instancia suprema del juicio moral: no hay verdad moral objetiva fuera del individuo. Hay que formar la conciencia, haciéndola objeto de una constante conversión al bien y a la verdad, a dejarse ayudar por el Magisterio. La tesis de VS será que la conciencia es el lugar personal de la relación armónica entre ley y libertad, y que deriva su dignidad de la verdad sobre el bien que ha de escuchar, y no de una supuesta autonomía del hombre. Finalmente -algo que subraya con vehemencia Benedicto XVI- la encíclica VS también considera los actos intrínsecamente malos (intrinsece malum), no ordenables a Dios porque contradicen el bien de la persona. Lejos de cualquier relativismo moral, existe un núcleo de la persona humana llamado «naturaleza humana» que es inmutable.

-¿Dónde está el colapso moral?

Los manuales de moral en los seminarios omitían el elemento finalista, adoleciendo de un excesivo antropocentrismo y autonomía humana, basculando la moralidad sobre el sujeto y haciendo de la autonomía un valor absoluto, convirtiendo así a la persona en norma de moralidad. La única autoridad moral será la razón libre, el fundamento del obrar del hombre es el propio hombre. La fe sólo proporciona un horizonte de sentido que no influye en el contenido moral. Este giro secularizado y antropológico de la teología moral llevará a que el proyecto ético sea la realización del hombre: sólo la persona es el fin del proyecto ético. A la autonomía de la razón y el primado de la conciencia se añadiría la pérdida de finalidad, el eclipse de la gracia, el debilitamiento de la norma y la ausencia de las virtudes. Todo ello constituye un auténtico colapso.

-Por último, ¿qué le pareció el gesto del cardenal que se saltó la ley para restablecer la luz de un edificio ocupado en Roma?

El modo de plantear la caridad no consiste en la erosión de otros valores tan importantes como la ley o la justicia: la caridad no es un «factor subversivo» de los valores humanos. Lo que ha hecho el «limosnero» constituye un acto delictivo y sus palabras una sonrojante estupidez. Romper los precintos y amenazar a la autoridad para su reactivación no contribuye a la formación de virtudes propias de la vida civil ni garantiza la paz bajo el imperio de una ley desapasionada. Decir que «mi misión es estar al lado del que sufre» socavando otras virtudes morales significa tanto como pretender que la convicción subjetiva sea lo único que determina la naturaleza moral de una acción. Ni siquiera para Maquiavelo justifica el fin un medio malo, consciente de la bondad de mantener el poder del príncipe. Todo el mundo sabe que con un mal medio nunca se alcanzará un buen fin, que una acción injusta no es un medio para conseguir algo justo. El mejor mundo posible siempre será el que resulte de las acciones justas. El criterio de eficacia del «limosnero» converge con la inveterada tendencia a que los fines justifiquen los medios. La caridad cristiana se convierte en una virtud loca, advertía Chesterton, cuando se separa de la verdad.

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