Cuando la religiosidad y el fanatismo son un mal en la familia

En mi consultorio, he atendido personas cuya problemática se relaciona claramente con una equivocada noción de religiosidad, por la que su comportamiento se aparta de lo que se considera habitual en el común de las personas, lo mismo en la forma de percibir el mundo que los rodea, como en sus afectos y relaciones interpersonales.

Personas que en el interior del templo y asumiendo ciertos roles, se sienten realmente “alguien”, en un mundo ajeno a ese otro de la vida real que corre en paralelo, y que según ellos no deben de tocarse.

Ese es su problema.

Ello se manifiesta cuando su forma de entender y vivir la religión, no se traduce en una buena salud psicológica y espiritual propia y familiar, cuando, paradójicamente, el termino religión significa religarse o unirse más a la fuente de vida que solo puede venir del creador para andar en verdad, como la manera más práctica de crecer como personas y ser felices.

En las primeras sesiones, sin reconocerlo, suelen invocar a la menor oportunidad, sus conocimientos sobre su fe, su asiduidad al culto, a grupos de oración, a la práctica constante de rituales, en un afán de dar a conocer lo que dicen ser sus convicciones religiosas.

Luego ponen en evidencia ciertos rasgos como:

  • Su religiosidad se funda en prácticas externas, más que en la necesidad de amar con obras.
  • No se plantean cambiar desde su corazón para aceptar plenamente a los demás, perdonando, comprendiendo, luchando contra sus defectos… siendo agradecidos.
  • Al no tener el sustento de virtudes humanas, en ellos las virtudes espirituales no dejan de ser, raras virtudes.
  • Algunos en el templo consiguen olvidar cierta forma de soledad, así como sus propias necesidades afectivas sin resolver  pero también olvidan muchas de sus principales responsabilidades en la familia, al descuidar sus necesidades educativas, emocionales, físicas y económicas.
  • Los hay quienes buscan por ese camino una posición de ascendencia sobre los demás, comenzando por su familia, a la que exigen precisamente lo que ellos no están dispuestos a vivir.
  • Otros, tratan de conseguir un prestigio que no tienen el terreno profesional o social, por mediocridad e incompetencia.
  • No faltan los que esperan que Dios les resuelva los problemas, y conceda todo aquello que necesitan a través de una mística milagrera y de autocompasión.
  • Y quienes por un espíritu endeble,  buscan un ambiente de seguridad psicológica donde su papel sea aceptado y reconocido, al margen de su falta de verdadero carácter.

Estos errores inevitablemente terminan  convirtiéndose en un factor de desintegración al interior de la familia, donde las relaciones de una comunidad de vida y amor se desnaturalizan y deforman, ya que la confianza, espontaneidad y alegría que deben marcarlas, resultan encorsetadas por las afectaciones de una falsa religiosidad.

Por lo contrario, cualquiera que sea la forma de credo, la fe une a la familia, y la mejor forma de trasmitirla es hacerlo es desde un testimonio fraguado en la propia vida de quienes educan, y muestre sus valores, creencias y preceptos morales realizados.

Y  desde esa perspectiva, es necesario hacerles  comprender que deben  iluminar la razón y fortalecer la voluntad en la adquisición virtudes humanas que les haga ser mejores personas, y, desde esa perspectiva, a amar verdaderamente a Dios, a sí mismos y a los demás.

A no rehuir el encuentro con Dios en la vida ordinaria, además de una asistencia al templo en las prácticas regulares y propias de su piedad.

A comprender que la verdadera fe fortalece, libera y desarrolla las cualidades humanas, pues el bien que busca, aunque resulte costoso en términos de esfuerzo, es siempre una buena inversión. El mal en cambio, se compra muy barato, Incluso es agradable en la superficie del alma. Pero antes o después, termina  en algo aún más costoso que acaba por hipotecar toda la vida.

A estas personas se les clarifica, que con fe, no dejan de ser unas personas normales cuya salud corporal, psicológica y espiritual debe  desarrollar  tres fundamentales rasgos:

  • La cercanía con Dios debe ser la gran causa de fondo de su optimismo, al esforzarse siempre en adquirir virtudes tanto humanas como espirituales.
  • Las alegrías, pruebas y sufrimientos que se encuentran en medio del mundo, poseen a la luz de la fe una elocuencia que no pueden captar quienes no creen.
  • La vida sin fe seria como una broma cruel que puede terminar un día, casi sin avisar. Contra este sentimiento cuentan con que su alma, su verdadera esencia, no morirá jamás y deben cultivar por ello la virtud de la esperanza.

Los desequilibrios que fatigan al mundo y engendran tantos trastornos, están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano, cuando se aleja de Dios o lo busca en forma equivocada.

Por ello, la religión pertenece a la misma esencia del hombre, siendo una guía insustituible, puesto que, sin la fe, la sola razón puede extraviarse.

Consúltanos en: consultorio@aleteia.org

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