Francisco recordó la persecución de los apóstoles que con su “acción curativa” a favor de los enfermos y de los más necesitados, sufrieron el odio de los “saduceos”, que los golpean y los encarcelan. Entonces, los saduceos molestos por “su misteriosa liberación, les prohíben enseñar”.
“Esta gente veía los milagros que los apóstoles hacían no por magia, sino en nombre de Jesús, y no querían aceptarlos”, pues “su corazón era tan duro que no creían en las cosas que veían”, expresó.
Así, el Papa recuerda a san Pedro que “responde ofreciendo una clave para la vida cristiana: “obedecer a Dios en lugar de a los hombres” (Hechos 5, 29), lo que significa escuchar a Dios sin reservas, sin aplazamientos, sin cálculos; adhiérase a Dios para ser capaz de tener una alianza con él y con quien nos encontramos en nuestro camino”.
“También nosotros pidamos al Espíritu Santo la fuerza para no asustarnos frente a aquellos que nos ordenan guardar silencio, nos calumnian e incluso atentan contra nuestra vida. No nos asustemos, pidámosle (al Espíritu) que nos fortalezca internamente para estar seguros de la presencia amorosa y consoladora del Señor a nuestro lado”.
Ternura divina
Francisco ha continuado el ciclo de catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles y reflexionó sobre la figura del apóstol Pedro, que en el pórtico de Salomón realizaba las obras de Jesús, su Maestro. “Al mirar su actuar vemos al mismo Cristo”, indicó.
“Pedro lleno del Espíritu del Señor, pasa caminando y, sin que él haga nada, su sombra se convierte en caricia sanadora, efusión de la ternura del Resucitado que se inclina sobre los enfermos y restituye dignidad, vida y salvación”, dijo el Papa.
De este modo, continuó, “Dios manifiesta su cercanía y hace que las llagas de sus hijos se conviertan en lugar teológico de la ternura divina”. “En las llagas de los enfermos, en las enfermedades que son obstáculos para seguir adelante en la vida está siempre la presencia de Jesús, la llaga de Jesús que llama a cada uno de nosotros a cuidarlo, apoyarlo, curarlo”, abundó.
Iglesia amorosa con los enfermos
Francisco evocó el capítulo 5 de los Hechos, para indicar que “la Iglesia naciente se muestra a sí misma como un “hospital de campaña” que acoge a las personas más débiles, es decir, los enfermos.
Su sufrimiento atrae a los Apóstoles, quienes no poseen “ni plata, ni oro” (Hechos 3: 6), así dice Pedro al enfermo, pero son fuertes en el nombre de Jesús”.
“Los enfermos son privilegiados en la Iglesia, en el corazón sacerdotal, por todos los fieles. No son para descartar. Al contrario, son para curar, proteger, son objeto de la preocupación cristiana”.
“Así se puede decir que todo en Pedro, incluso su sombra, irradia la vida del Resucitado: los enfermos recobran la salud y el mundo proclama la gloria del Padre”, añadió.
Iglesia, sombra de Jesús
Rememoró que el primer apóstol es figura de la Iglesia, por tanto, “su sombra evoca la de la Iglesia, que sobre la tierra pone en pie a sus hijos y los destina a los bienes del Cielo, sin temer obedecer a Dios antes que a los hombres”.
En sus saludos finales a los peregrinos, Francisco insistió: “Pidamos de forma constante la fuerza del Espíritu Santo para llevar a todos la presencia amorosa y consoladora del Señor que camina a nuestro lado”.
La audiencia general concluyó con el canto del Padre Nuestro en latín (Pater Noster) y la bendición apostólica.
Antes de iniciar la audiencia, el Papa ha dado una vuelta en la plaza para saludar a los fieles en el papamóvil acompañado de un grupo de niños que se preparan para recibir la primera comunión.
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