Los seres humanos tendemos al bien, la armonía, la paz, el equilibrio y la estabilidad. Eso es lo que todos buscamos desde que nacemos, porque todo ello nos garantiza la supervivencia y el bienestar. Sin embargo, las primeras heridas de nuestra vida nos desestabilizan, nos desequilibran y nos hacen perder la paz, haciendo sentir a nuestro instinto animal que nuestra vida corre peligro.
Es relativamente frecuente encontrar niños y adolescentes que han sufrido situaciones dolorosas que los han llevado a manifestar ataques de ira como mecanismo de defensa. Estas situaciones dolorosas pueden ser de muchos tipos: desde las más traumáticas, como la separación de los padres, la pérdida de un ser querido, etc., hasta situaciones más leves en apariencia, pero que han afectado a la sensibilidad de la persona de forma profunda (un insulto de una persona en la que confiaban profundamente, un robo que les ha hecho sentir indefensos y desprotegidos, etc).
En algún momento de su desarrollo psico-afectivo, estas personas han llegado a “comprar” la mentira: “si muestro mi cara más agresiva, por fin conseguiré que el mundo sea como yo quiero y que se me respete como merezco”. Sin embargo, la raíz profunda de sus pensamientos esconde un único deseo: ¡quiero vivir y ser feliz!
Detrás de la rabia, se esconden numerosos miedos: miedo a no ser amado, a no ser tenido en cuenta, a ser rechazado aceptado, a quedar desatendido…
Si además de sentir estos miedos, la persona no encuentra el espacio para expresarlos, se relativizan sus problemas, no se le escucha o se le humilla, la primera emoción que aparece es el miedo y como consecuencia de ello, la rabia.
Si se reprimen las emociones y no se verbalizan, terminarán saliendo en forma de explosiones de ira posteriormente o, lo que es más grave, en forma de enfermedades y psicosomatizaciones.
La ira, por tanto, es una respuesta fisiológica que nos protege de las amenazas externas, y una respuesta psicológica ante el dolor. Es un mecanismo de defensa ante aquello que nos hace sufrir.
Si estás teniendo ataques de ira:
- Recuérdate que tú no eres así: no eres malo ni agresivo. Simplemente no estás sabiendo detectar qué necesitas ni estás pudiendo expresarlo de manera adecuada por miedo a la reacción de los otros.
- Detecta los pensamientos intrusivos que te inundan justo antes del momento del ataque de ira: “lo hacen para hacerme daño”, “quieren reírse de mí”, etc.
- Si tus pensamientos se basan en realidades objetivas, puedes optar por distanciarte del problema para enfrentarte a ellos más tarde con más serenidad y buscando otras alternativas: hacer algo de deporte, expresarte con un amigo que te entienda, etc.
- Si, por el contrario, tus pensamientos no están basados en la realidad – y simplemente te has equivocado al hacer o dejar de hacer algo – trata de utilizar el humor o de optar por el silencio, que muchas veces es el mejor aliado.
En caso de que tus ataques de ira sean demasiado frecuentes y extremos, pide la ayuda de un profesional para que te acompañe en el camino de aprender a gestionar tus emociones.
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