“Uriel, ¿es esta la vida que me destinas, por cuántos años?
Entonces, dame mucho verde, mucho silencio, y dime dónde dar, mucho amor que me quedó sin usar.
Me sobraron besos, ternura, abrazos que no le di al amor que se fue y que ahora me causa dolor. Antes yo no sabía que el amor que no se da, ¡duele!”.
(María Teresa Montemayor de Zorrilla)
Llegó a mis manos este maravilloso poema. Primero lo escuché en una meditación. Después lo leí con detenimiento e hice mía cada palabra.
Nunca había reflexionado sobre eso, acerca del dolor que puede llegar a provocar el amor que quedó pendiente, el amor que no se dio, ese que quedó sin usar, sin compartir. No pude menos que echarme a llorar como niña impotente suplicando al tiempo volver. ¡Qué pesar tan profundo sentí en mi corazón!
“Seremos juzgados en el amor” (San Juan de la Cruz). Pero, ¿qué duele? Justo eso, el desperdicio, la pérdida de tiempo. El amor no compartido, el amor sofocado ¡duele! Por eso hay que amar en este instante, en cada segundo porque se hace tarde…
Esta es quizá la gran paradoja de la vida: el único modo de no tener dolor es no amar. Pero si no amamos siempre tendremos dolor porque una vida sin amor no es vida.
Para qué esperar a lamentarnos, a vivir afligidos. Es una realidad que cuando por alguna circunstancia ya no estamos cerca de ese ser querido, todo aquello que no le dijimos, que no le demostramos o que dejamos de hacer por él nos dolerá.
O quizá esa persona siga junto a nosotros, pero…
Es ese amor negado en forma de servicio, de una sonrisa, de una llamada a tiempo; son esas cosas pendientes las que pesan, las que taladran el alma.
Es la nostalgia de lo que nunca fue, las promesas de amor no cumplidas, los “te amo” no pronunciados… Es esa ausencia tan presente que siempre nos recordará que el amor que no se da ¡duele!
Por eso, como decía la poeta Ana María Rabatté “En vida, hermano, en vida”.
Luego las personas somos tan necias que queremos esperar a ocasiones especiales para demostrar nuestro amor, momentos que quizá nunca llegarán. Hoy no, mañana quizá… ¡No! ¡El amor no puede esperar! Las oportunidades para amar uno mismo las debe de ir creando, construyendo.
¡Cuánto amor desaprovechado por soberbia y malos entendidos! Ya no hay tiempo. Este es el instante cuando debemos trabajar por dejar en los demás huellas de amor y no cicatrices de dolor. Que no nos quede nada por decir ni nada por hacer.
No perdamos más tiempo sin amar, sin demostrar -sobre todo, a nuestros más allegados- lo importantes, valiosos y amados que son para nosotros. Hagamos vida estas palabras: “gracias, perdóname, te amo, te perdono”.
Amemos, amemos más, amemos aún más porque el amor es lo único que se multiplica cuando se reparte. Amemos con tal profundidad, con tal pasión y entrega que cuando lleguemos a la presencia de Dios podamos decirle mirándole a los ojos: “Más no les pude haber amado”.
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