Así, explica el Papa en su homilía, “todo acabará” pero “Él permanecerá” y a partir de esto invita a todos a reflexionar sobre el momento del final, de la muerte. Ninguno de nosotros sabe exactamente cuándo sucederá, al contrario – observa – tendemos a menudo a no pensar en ello creyendo que somos eternos, pero no es así.
Todos tenemos esta debilidad vital, esta vulnerabilidad. Ayer meditaba sobre esto, en un buen artículo publicado ahora en la Civiltà Cattolica, que nos dice que lo que nos asemeja a todos es la vulnerabilidad: somos iguales en la vulnerabilidad. Todos somos vulnerables y en cierto momento esta vulnerabilidad nos lleva a la muerte. Por esto vamos al médico, para ver cómo va mi vulnerabilidad física, otros van para curar alguna vulnerabilidad psíquica al psicólogo.
La vulnerabilidad nos une y ninguna ilusión nos sirve de refugio. En mi tierra – recuerda el Papa – existía la moda de pagar por anticipado el funeral, con la idea de ahorrar dinero a la familia. Tras salir a la luz la estafa creada por algunas empresas fúnebres, la moda pasó. “Cuántas veces nos estafa la ilusión”, comenta el Pontífice, como la de “ser eternos”. La certeza de la muerte está escrita en la Biblia y en el Evangelio, pero el Señor nos la presenta siempre como un “encuentro con Él” y la acompaña con la palabra “esperanza”.
El Señor nos dice que nos preparemos para el encuentro, la muerte es un encuentro: es Él que viene a encontrarnos, es Él que viene a tomarnos de la mano y llevarnos con el. ¡No quisiera que esta sencilla predicación fuese un aviso fúnebre! Es sencillamente Evangelio, es sencillamente vida, es sencillamente decirse el uno al otro: todos somos vulnerables y todos tenemos una puerta a la que un día llamará el Señor.
Por tanto, hay que prepararse bien al momento en que el timbre llamará, el momento en que el Señor llamará a nuestra puerta: recemos unos por otros – invita el Papa a los fieles presentes en la Misa – para estar preparados, para abrir con confianza la puerta al Señor que viene.
De todas las cosas que hemos recogido, que hemos ahorrado, que son lícitas, no nos llevaremos nada… Pero sí llevaremos el abrazo del Señor. Piensa en tu propia muerte: moriré, ¿cuándo? En el calendario no está marcado, pero el Señor lo sabe. Y rezar al Señor: “Señor, prepárame el corazón para morir bien, para morir en paz, para morir con esperanza”. Esta es la palabra que debe acompañarnos siempre en la vida, la esperanza de vivir con el Señor aquí y de vivir con el Señor en otro lugar. Recemos unos por otros para esto.
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