Ambas costumbres son muy antiguas e incluso anteriores al cristianismo.
Según el libro The Sacramentals of the Holy Catholic Church de Andrew Lambing, esta práctica de bendecir los alimentos y dar gracias a Dios se remonta a Moisés, quien al establecer la ley para el pueblo elegido, dice:
“Cuando hayas comido y estés lleno, bendice al Señor“.
Según el Talmud, la forma de oración recitada por los judíos después de cada comida era esta:
“Bendito sé tú, Señor, nuestro Dios, el Rey del mundo, que ha producido este alimento (o bebida) de la tierra (o la vid)“.
Hay múltiples ejemplos en el Nuevo Testamento de Jesús bendiciendo comidas y dando gracias a Dios, siguiendo estas tradiciones judías.
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Los primeros cristianos adoptaron rápidamente esta práctica, pero la modificaron para reflejar la teología cristiana. Muchos de los Padres de la Iglesia comentaron sobre este tema y alentaron a sus seguidores a hacer lo mismo.
Tertuliano dice: “La oración comienza y termina la comida“.
San Atanasio da testimonio, en las siguientes palabras, de la costumbre de sus primeros días: “Cuando nos sentamos a la mesa y tomamos el pan para partirlo, hacemos la señal de la cruz tres veces y regresamos gracias . Después de la cena, renovamos nuestra acción de gracias diciendo tres veces: ‘El Señor bueno y misericordioso les ha dado comida a los que le temen. Gloria al Padre …”.
El austero san Jerónimo sigue con la advertencia: “Que nadie se siente a la mesa sin haber rezado, y que nunca se vaya sin haber dado gracias al Creador“.
San Juan Crisóstomo reprende a algunos de los cristianos de su tiempo en términos tan contundentes como estos: “Debemos rezar antes y después de las comidas“.
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Esta costumbre se transmitió a cada generación para que no pudiéramos ir demasiado rápido olvidando quién creó este alimento y nos lo proporcionó.
Mientras que los humanos ciertamente juegan un papel vital en convertir los frutos de la tierra en alimentos comestibles, Dios es quien lo creó todo, para nuestro beneficio.
Nos ayuda a permanecer humildes y agradecidos por las bendiciones que tenemos, al darnos cuenta de que no todos tienen esa comida en su mesa.
Nunca olvidemos orar antes de las comidas, pero también consideremos orar después de una comida, dando gracias a Dios por la comida que ahora satisface nuestra hambre.
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