(ZENIT – 24 nov. 2019).- “La Iglesia asiática es una Iglesia con una dimensión de trascendencia, porque en la cultura de estos países hay un indicar que no todo termina acá. Esa dimensión de trascendencia hace bien a los países occidentales. Necesitamos eso”, afirmó el Santo Padre.
Ayer, 23 de noviembre de 2019, tras el discurso a los obispos de Japón con los que se reunió en la Nunciatura Apostólica de Tokio, el Papa Francisco pidió que le dirigieran preguntas y dialogó una media hora con ellos, indica Vatican News.
Deseo del joven Bergoglio
La primera pregunta, de acuerdo a la misma fuente aludía al sueño del sacerdote Jorge Bergoglio, que deseaba ser misionero en Japón: “Yo quería venir de misionero cuando estudiaba filosofía. Me atraía. Me atraía mucho… no sé por qué me atraía Japón. Era un lugar de misión que quizás por la belleza, deseaba. Después, durante los tres años de magisterio, hice el pedido formal al padre general que en ese momento acababa de ser elegido, el padre Arrupe. Y como me habían sacado una parte del pulmón, él respondió: ‘no, su salud no es para eso’”.
Y señaló que tuvo que canalizar su celo apostólico hacia otro lado, “un poco me hizo pensar que iba a vivir pocos años. Pero me tomé mi venganza y cuando fui Provincial me ‘vengué’ mandando cinco jóvenes a Japón. Así que, eso fue”.
Los niños de Nagasaki
Otro de los prelados japoneses le preguntó al Santo Padre sobre donde había encontrado la fotografía del niño de Nagasaki esperando para llevar crematorio a su hermano asesinado por las radiaciones de la bomba atómica.
Se trata de una imagen que Francisco mandó imprimir y difundir por todas partes. “No me acuerdo bien, pero fue siendo ya Papa. Alguien me la mandó, creo que fue un periodista y cuando la vi, me tocó el corazón. Recé mucho mirando esa foto, y se me ocurrió publicarla y usarla como tarjeta mía para distribuir. Solamente añadí un título: ‘El fruto de la guerra’. Y la reparto por todos lados. Cada vez que podemos las mandamos y hace mucho bien”, explicó.
Caminar siempre
Al ser preguntado sobre cuál es el mensaje principal que desea hacer llegar al pueblo de Japón en su visita, el Pontífice apuntó que su primer mensaje se lo dijo a unos jóvenes en el aeropuerto: “Caminá, siempre caminando, y ojalá te caigas porque así vas a aprender a levantarte y cayendo y levantándote vas a progresar en la vida. Después me di cuenta que el inconsciente me había traicionado porque era un mensaje contra el perfeccionismo de los jóvenes y el desánimo cuando no logran lo que quieren y hay tantas depresiones, suicidios y problemas que ustedes conocen”.
Asimismo, subrayó que otra palabra clave de sus mensajes en Japón es “cercanía”, pues, “para la familia, y sobre todo, a los sacerdotes, consagrados y consagradas y catequistas que no se desanimen, que estén cerca del pueblo de Dios para que el mensaje llegue”.
Por otro lado, Francisco adelantó que durante las visitas a Nagasaki e Hiroshima condenaría el uso de las armas nucleares.
Transmitir la fe
El Obispo de Roma se refirió, de nuevo al papel de las institutrices filipinas como transmisoras de la fe a los niños de padres cristianos que no se la comunican: “Buscan institutrices filipinas porque hablan inglés, entonces los chicos aprenden inglés. Pero estas institutrices no se limitan a enseñar inglés, transmiten la fe. Y enseñan a los niños la señal de la cruz que sus padres no les enseñaron”.
El obispo de Hiroshima regaló al Santo Padre una camiseta de fútbol con el número 86, como recuerdo de la fecha (el 6 de agosto) de la explosión atómica que devastó la ciudad.
Evangelii nuntiandi
Además, informa el citado medio vaticano, Francisco recibió en regalo un “balero”, un juego con una pelota atada a una manija de madera con la que este jugaba en su infancia. Francisco contó que practicaba mucho el fútbol porque le apasiona, pero que no era un gran jugador: “Me llamaban ‘pata dura’ porque jugaba mal. Entonces me ponían siempre de arquero”.
Finalmente, Francisco invitó a los obispos a releer el número 80 de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de San Pablo VI, que habla sobre lo que distingue el buen evangelizador del mal evangelizador.
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