Fortuna porque sí, porque Dios escribe derecho con renglones torcidos

El próximo 1 de enero las salas de cine españolas acogerán el estreno del drama suizo premiado en Berlín, Fortuna, y es el segundo trabajo para la gran pantalla del joven realizador de 44 años Germinal Roaux (Left foot, right foot, 2013), que ha escrito y dirigido. Distribuirá la película en España Elamedia con el apoyo de Bosco Films.

El filme sigue las andanzas de la melancólica Fortuna, una niña etíope de 14 años (impecable Kidist Siyum), que no ha tenido noticias de sus padres desde que llegó a Lampedusa. Junto con otros refugiados, recibe cobijo para el invierno en un hospicio católico, que se encuentra a 2.000 metros de altura. Su vida transcurre dando de comer a las gallinas y paseando a un burro.

Los responsables del refugio son un grupo de canónigos (uno de los cuales está interpretado por el magnífico y ya desaparecido Bruno Ganz), dispuestos a sacrificar el silencio y la tranquilidad de sus vidas. Mientras Fortuna espera una respuesta por parte de las autoridades se encuentra con Kabir, un refugiado del que se enamorará desesperadamente. Juntos mantendrán una complicada relación en secreto hasta que un día Kabir desaparece.

El dilema ético de Fortuna pivota entre la moralidad cristiana, con un Dios que inspira a plantear los problemas y los dilemas de una determinada manera, la moralidad musulmana, con un código que obliga a eso mismo, y la aparición de la policía, que obliga a la adolescente y a su novio a separarse.

Nos hallamos ante otra joyita y ejemplo del cine que se rueda fuera de nuestras fronteras, de mano de un autor apenas conocido. Para realizar este poético filme, como ha hecho en su anterior y premiado trabajo, Germinal Roaux ha empleado el blanco y negro en toda la aventura y un formato cuadrado (4:3), en lugar del más rectangular y habitual 16:9. Tal vez para dotarle de más asfixia a cada uno de los sucesos del drama, que por cierto resulta denso en su estructura, contemplativo en su desarrollo, y de pocos diálogos, a pesar de que está repleto de gestos que evidencian la gran pericia del director con la cámara cuando tiene que retratar las escenas centrales de la historia. Entre ellas, el proceso vocacional de los monjes y su vida en soledad, donde Bruno Ganz se reserva un par de ocasiones épicas.

Por otro lado, ha de ponerse en solfa la manera con que el director afronta el tema, ardiente y complejo, de los inmigrantes y, más en particular, de los menores que llegan sin compañía a Europa es extremadamente personal. No escatima en detalles, en mostrar a la niña rezando a la Virgen María en una ermita, a ver si sus padres regresan algún día. Y cada vez que lo hace pone a los pies de la Virgen los retratos de los progenitores con extrema delicadeza, con calculado amor.

Además, Roaux también rinde homenaje a los curas de aquellos montes, a su capacidad para gozar del encuentro con el otro como posibilidad de transformación. Ambos (canónigos y huéspedes) custodian un saber antiguo y misterioso. O lo que es lo mismo: los protagonistas de Fortuna se funden en la nieve, que los atornilla hasta volverlos un solo cuerpo, si bien es cierto que lo que el cineasta pretende -y consigue- es denunciar el drama de la inmigración, especialmente la de aquellos que no tienen papeles.

La tercera pata del drama es la propuesta por la vida, que es la que da sostén y esperanza a Fortuna, tras quedar embarazada de Kabir, dejando a un lado las voces que le recomiendan que es mejor desprenderse del no nacido.

Se trata, pues, de una excelente película, de tono similar a la bellísima y multipremiada De dioses y hombres  (Xavier Beauvois, 2010), incapaz de dejar indiferente al espectador.

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