Una imagen irreal de Benedicto XVI

La reciente producción de Netflix “Los dos Papas”, centrada en conversaciones imaginarias entre Benedicto XVI y el Cardenal Jorge Mario Bergoglio entre los cónclaves de 2005 y 2013, había generado gran expectativa. Y es que de hecho desde el punto de vista cinematográfica está muy bien lograda, las actuaciones de Antony Hopkins y Johathan Pryce siempre son excelentes.

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Muestra con gran verosimilitud el cónclave y el escándalo de “Vatileaks”. Sin embargo, el guión es muy pobre y panfletario, repitiendo y reforzando los lugares comunes de una visión ideológica sobre la Iglesia Católica y una supuesta tensión entre conservadurismo y progresismo, representados en ambos personajes.

Si bien se aclara que es ficción inspirada en hechos reales, al gran público nunca le quedará claro qué es ficción y qué es realidad histórica. A mi juicio se trata de una película injusta con Benedicto XVI, que alimenta los prejuicios existentes y le da calidad cinematográfica a lugares comunes que nada tienen que ver con la realidad de la Iglesia.

Una mirada cargada de prejuicios.

Puede ser por ignorancia y no por mala fe, pero se presupone a Benedicto de un modo totalmente opuesto a la realidad, repitiendo los lugares comunes que hasta hoy circulan en la opinión pública sobre su pontificado.

Todo lo malo que se desea cambiar de la Iglesia es representado en Ratzinger y todo lo “positivo” en Bergoglio. Esa imagen de oposición entre ambos papas no le hace bien a ninguno de los dos y deforma la realidad, no en detalles, sino en cuestiones fundamentales.

Benedicto aparece como un hombre intransigente, tradicionalista, duro, implacable e incapaz de abrirse a lo nuevo. Y Francisco es el comprensivo y misericordioso. 

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Quienes hemos tenido la posibilidad de conocer a Ratzinger de cerca y además lo hemos leído, sabemos que es un hombre lleno de ternura y alegría, sencillo y promotor del diálogo, con una profunda vida espiritual y de una gran calidez humana, cuya pasión por actualizar siempre el mensaje del Evangelio al tiempo presente fue uno de sus grandes méritos, como uno de los más brillantes e innovadores teólogos del siglo XX.

Es personificado como un vanidoso buscador de poder y lo cierto es que nunca quiso ser Papa y había pedido a Juan Pablo II retirarse en más de una ocasión, porque su deseo era volver a su tierra, lejos del gobierno de la Iglesia.

Como todo lo que hizo fue con humildad y sencillez, poco supo la prensa sobre sus pequeñas, grandes y radicales reformas. Desde pequeños detalles como eliminar el besamanos y sustituir en el escudo la imponente corona papal, por una sencilla mitra de obispo, hasta su implacable “tolerancia 0” en la persecución a los sacerdotes abusadores y las auditorías al Banco Vaticano.

Los intelectuales comunistas italianos llamaron a Benedito XVI el “barrendero de Dios”, por la purificación interna que hizo en la Iglesia, ya que destituyó a cientos de sacerdotes y fue el artífice de todas las medidas que rigen en la actualidad en la prevención de abusos y atención a las víctimas.

Fue el primer Papa en reunirse con las víctimas de abusos, en varias ocasiones y además exhortó con fuerza a los obispos a denunciar a la justicia civil cuando se tratase de delitos. Francisco continuó con la reforma iniciada por Benedicto, aunque poco se divulgó la gran reforma que le precedió.

La película lo muestra cómo cómplice del silencio en el caso Maciel, cuando en realidad fue quien, a pesar de obstáculos en la curia romana, se encargó personalmente de que se hiciera justicia con celeridad.

Incluso con el Instituto para las Obras de Religión (IOR), Benedicto encargó una exhaustiva auditoría, ordenó una profunda investigación y puso en marcha su reestructuración que continuó Francisco.

Paradójica e injustamente, el guión de la película acusa de mediocre y cómplice a Benedicto de todos los males que él mismo denunció y combatió como nadie en el Vaticano. 

La riqueza espiritual e intelectual de ambos pontífices hubiera sido ocasión para hacer un diálogo mucho más rico, lleno de matices y de profundidad, en lugar de caricaturizar en ambos una polarización ideológica que no es real. De hecho, en la película Benedicto le dice a Bergoglio: “Estoy en contra de todo lo que Ud. piensa”, lo cual es un disparate sin sentido.

Por momentos Benedicto aparece como un fundamentalista de la moralina más crispada y Francisco parece que no fuera católico y representara los intereses de todos los que quieren cambiar a la Iglesia para adaptarla a las demandas de moda.

No hay que olvidar que ambos son católicos y obispos de la misma Iglesia, por lo cual, aunque hay diferencias en el estilo, en la personalidad, en preferencias pastorales o acentos teológicos, no hay diferencias en la doctrina, porque doctrina católica hay una sola, no dos.

La película refuerza así una larga lista de malentendidos sobre temas de moral sexual o costumbres en la Iglesia. De hecho, se sorprendería el director si conociera las afirmaciones de Ratzinger sobre la pastoral con los divorciados vueltos a casar o sobre la posibilidad de ordenar hombres casados. Pero ese es el problema, no lo han leído, solo han tomado los recortes de prensa durante su pontificado, o al menos, eso parece.

El director ha reconocido no saber mucho sobre Benedicto y estar fascinado con Francisco, lo cual explica en parte esta injusta y errónea caricatura que se hace de Benedicto XVI. No veo mala intención, sino como quienes hoy crean cultura, no conocen a la Iglesia.

Lamentablemente el gigante espiritual que ha sido y es Joseph Ratzinger, no está al alcance de la mayoría y a través de una película de gran difusión, muchos seguirán alimentando el prejuicio e ignorando la verdad sobre una de las figuras más destacadas de la Iglesia de los últimos siglos, tanto a nivel espiritual como intelectual.

Los “lentes ideológicos”.

El cristianismo tiene 2000 años de historia y el pensamiento cristiano se ha desarrollado durante siglos, en la filosofía, la teología y la ciencia. Ha inspirado a grandes científicos y humanistas de siglos pasados.

La doctrina de la Iglesia en algunos aspectos puede parecer a veces socialista y otras veces, una prédica liberal, para los ojos de algunos puede parecer a veces “conservadora” y otras veces “progresista”. Interpretarla no es algo fácil, porque se trata de una doctrina que tiene 1700 años más que “la izquierda y la derecha”.

El desconocimiento de esta le genera a muchos ideas paradójicas y contradictorias, reduccionismos o simplificaciones equivocadas. Por ejemplo, cuando el Papa Juan Pablo II denunció el “capitalismo salvaje”, le llamaron “comunista”. Pero cuando hablaba en contra el aborto, lo llamaron “conservador”.

El problema es que para la Iglesia ninguna de las ideologías modernas es compatible totalmente con su doctrina, porque el cristianismo pone al ser humano por encima del Estado o del capital y la cuestión del aborto, de la defensa de la vida y de la dignidad de todo ser humano, no es un tema de conservador o progresista, sino de fidelidad al Evangelio.

Nadie puede negar que los “hombres de Iglesia”, como cualquier ciudadano, tengan sus afinidades políticas o sus simpatías personales, pero cuando hablan en nombre de la Iglesia, lo hacen desde la doctrina bimilinenaria y no desde “izquierdas” o “derechas”.

Por eso Benedicto y Francisco son inclasificables ideológicamente, porque son hombres de fe católica. La fe católica defiende una visión antropológica no negociable, porque no la decide el Papa de turno o el obispo local, es la fidelidad al Evangelio.

Cuando la Iglesia se opone a ciertas posturas o denuncia males sociales, lo hace desde la fidelidad a su pensamiento propio. El cristianismo tiene un gran pluralismo y una gran diversidad en su interior, alojando a mujeres y hombres de diferentes ideologías políticas y de distintos ámbitos de la sociedad. Pero lo que los une no son afinidades ideológicas, sino una fe y una doctrina comunes, que pone al ser humano por encima de cualquier interés político, económico o ideológico.

Para conocer a los dos Papas hay que leerlos y descubrir la riqueza de cada uno, no quedarse con una película que refleja solo el pensamiento de su director y su imagen de la Iglesia, a la cual no conoce en profundidad.

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