Más de una vez he charlado con padres que padecen de ansiedad ante el hecho de que sus hijos enfrenten situaciones que impliquen la posibilidad del fracaso y la vivencia de las frustraciones.
Lo cierto, es que siendo inevitables, forman parte el camino normal hacia la madurez.
Es así, porque sus hijos no pueden evitar la universidad de la vida en la que habrá de aprender de sus límites para lograr un crecimiento racional, ante una realidad que se impone sobre sus nobles ideales y anhelados planes. Una realidad, donde el zarpazo de la frustración aguarda lo mismo al elegir un carrera, emprender un proyecto, una relación de noviazgo, tal o cual propósito…
La asignatura a aprobar es entonces aprender a desarrollar la tolerancia a la frustración.
La oportunidad se presenta cuando entre una realidad actual, y una realidad deseada, se interponen obstáculos que hacen necesario el replantear las formas de superarlos, o ante lo insalvable, definitivamente cambiar de metas y aspiraciones por otras más ajustadas a la realidad personal o de medios, evitando engañarse y el hacerse inútil a sí mismo.
Puede doler, pero…
Por este camino se logra que la persona salga fortalecida de esas experiencias, bien porque las asume, vacía y desactiva de su carga de ansiedad, bien porque las afronta como un problema que ha de resolver y, en cualquier caso, porque ante los hechos su conducta se adapta sin mayores desajustes.
Actitudes así son una forma de liberación hacia el camino de la madurez.
En caso contrario, se va afectando la personalidad, pues se permite que el estado de ánimo se estremezca y agite entre la decepción y la tragedia, para dar lugar a vergonzosas reacciones como el puñetazo en la mesa, los portazos, grotescas vociferaciones o los complejos por baja autoestima.
Cuando así sucede, los hay quienes entre ambigüedades y contradicciones, optan por una errada forma de liberación, que pretende señalar un “nuevo sentido” a la existencia, saltando por encima de los obstáculos o simplemente desconociéndolos.
Se les cataloga erróneamente como “personas liberadas”, mismas que se exhiben como alguien que ha rebasado las limitaciones propias de la condición humana, por lo que ya no se ocupa de superarse a costa del esfuerzo que exige la conquista de la virtud, o porque según ellos sus instintos no han sido obstaculizados y en consecuencia están totalmente “satisfechos”.
La impudicia, las drogas, la pornografía, los rompimientos matrimoniales… y más, dan crudo testimonio de quienes pretenden vivir ésta equivocada forma de liberación.
En el matrimonio este término siendo tan ambiguo hace mucho daño, pues la “liberación” respecto de las dificultades matrimoniales, se presenta como la búsqueda de un derecho inalienable de absoluta libertad, que da al traste con las posibilidades de enfrentar y buscar soluciones contra las que precisamente se presenta como algo incompatible.
Por esta forma de entender la liberación, en el deber ser del matrimonio ya no existe lugar para el desengaño por los defectos y limitaciones del otro, para las pequeñas o grandes contrariedades de una relación sujeta a los avatares de la existencia, o para la rutina que exige cada día comenzar y recomenzar en la tarea de hacerse un espacio para amar.
Por la intolerancia a la frustración, en el matrimonio toda dificultad o conflicto conyugal debería idealmente ser vencidos de alguno u otro modo, no importando el precio que haya que pagar por ello, incluida la separación o el divorcio.
La liberación así asumida pretende sustraerse a experiencias de frustración, cuando estas bien aprovechadas descubren los límites de las posibilidades humanas, para aceptar el ser felices al margen de los acontecimientos que jamás habremos de controlar.
La conclusión final, es que, quien ahorra todas las dificultades al niño pequeño o al joven no emancipado, hace un flaco servicio a la formación de su personalidad y a toda la trayectoria de su vida.
Es así, porque en esas edades se encuentra una etapa experimental muy importante, en la que se dan a tiempo situaciones naturales de ensayo y entrenamiento, en las que se fraguan modos de comportamiento esenciales para la toda vida.
Ese es el para que de la verdadera educación.
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