Davos: Refundar el capitalismo o darle la patada a la escalera

Durante estos días se celebra la 50ª edición del Foro Económico Mundial (World Economic Forum, WEF), también conocido como Foro de Davos.  En este foro se reúnen políticos, empresarios y representantes de organizaciones sociales y culturales para indagar soluciones comunes a problemas globales. Para esta edición, se ha anunciado e incidido en que Davos reestrena manifiesto con un solo objetivo: un mundo más sostenible e inclusivo.

En esa línea se pone en tela de juicio el propio capitalismo. Se alude que el capitalismo de hoy no está funcionando porque se constata un incremento de la inestabilidad laboral, una desigualdad creciente y el rápido y fuerte deterioro del medio ambiente.

La crisis financiara global del 2008 puso de relevancia que un sistema financiero que se basa en la credibilidad se vuelve más vulnerable cuanto más global es y que, por lo tanto, el antiguo capitalismo que conocemos del siglo XX necesitaba adaptarse a las nuevas dimensiones para no estar herido de muerte.

El propio fundador del Foro de Davos, Klaus Schwab, declaró la insostenibilidad de un capitalismo que había descuidado el carácter social de las empresas sin pretensiones más allá del ánimo de lucro. No obstante, el capitalismo no ha cambiado, no es que haya dejado de cuidar el aspecto social; simplemente no estaba lo social entre sus tres pilares fundamentales. Si se considera que hoy en día ya no es sostenible, en realidad es que nunca lo había sido antes.

Desde hace más de una década, el mantra de refundar el capitalismo es recurrente en cada reunión del Foro. Todos parecen incidir en cambiar los fundamentos del capitalismo como sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción que se centra en el capital para generar riqueza y que el sistema de asignación se basa en el libre mercado.  Pero a la hora de la verdad, cualquier propuesta sobre los tres pilares fundamentales: propiedad privada, capital y libertad de mercado; no ha pasado de ser una simple declaración de intenciones. 

Es curioso que desde el corazón del capitalismo cada año se plantee como novedoso un manifiesto sobre la necesidad de que las empresas paguen un porcentaje equitativo de impuestos, que se tenga tolerancia cero frente a la corrupción, que se respete los derechos humanos en sus cadenas de suministro mundiales y que se proteja la competencia en igualdad de condiciones. Pero nada se lleva a término. Las confesiones sin propósito de enmienda no son más que simples exhibicionismos.

Pero ¿realmente el capitalismo lleva aparejado un crecimiento de la desigualdad? Si es así, los datos deben reflejar que aquellas economías en las que el índice de libertad económica individual sea mayor deben mostrar una mayor desigualdad o un incremento de la desigualdad.

De la base de datos del Banco Mundial obtenemos el Índice Gini, que es el indicador clásico que mide la desigualdad de los habitantes de una economía.  Por otra parte, el índice Heritage mide la libertad económica de cada economía y sus diferentes dimensiones como la libertad de comercio, de trabajo, de negocio , etc… En Heritage elaboran mapas mundiales para comparar la libertad económica entre países y cómo ha evolucionado en el tiempo.

Si tomamos la media del índice Heritage desde el 2004 al 2016 para la muestra de países que en la base de datos del Banco Mundial disponen de estimaciones del Índice de Gini y hacemos un gráfico confrontando ambas variables, no es fácil argumentar con la evidencia que las economías capitalistas, caracterizadas por el pilar fundamental de la libertad económica, muestren un Indice de Gini mayor, antes bien aquéllos que tienen un índice entre 55 y 60 obtienen en promedio mayores valores de desigualdad. 

La regresión lineal del índice de Gini 2016 respecto del promedio del Índice Heritage da una pendiente negativa, aunque ligeramente no significativa estadísticamente. Es decir, que no se evidencia una relación y de existirla es más bien negativa, los países más libres son menos desiguales.

Gráfico 1. Índice Gini 2016 de cada país frente a la media del índice de libertad económica.

Aún así, cabría preguntarnos si la variación relativa del índice de Gini a lo largo de todos estos años ha sido mayor en los países capitalistas con mayor libertad económica. Para ello procedemos de la misma manera, pero confrontando esa variación relativa de la desigualdad con el valor promedio del Índice de libertad económica. El resultado se puede ver en el grafico 2.

En este caso lo que se aprecia es que el avance porcentual de la desigualdad sí que puede ser mayor entre los países con mayor libertad económica, los más capitalistas y que sólo países que estén por debajo del 70% en el Índice Heritage tienen una evolución en el largo plazo de reducción de la desigualdad más allá del 5%. No obstante, si estimamos el coeficiente de regresión, aun mostrando una relación ligeramente positiva (los países más capitalistas ven cómo incrementa de forma más intensa la desigualdad relativa entre sus habitantes), resulta ser no significativo estadísticamente. 

Gráfico 2 Variación relativa del Índice Gini de cada país frente al promedio de su índice de libertad económica.

Entonces si la evidencia no avalaría el manifiesto de Davos en su preocupación por la desigualdad, ¿por qué se concentran adalides del mundo capitalista en realizar un ejercicio de exhibicionismo contra el propio sistema que les ha permitido la prosperidad para llegar a Davos?

El economista surcoreano Ha-Joon Chang popularizó una teoría que tal vez nos permita responder a esta pregunta. Es la denominada “Patada a la escalera” que da una perspectiva completamente diferente a la narrativa neoliberal “oficial” y ofrece una nueva interpretación de la historia del capitalismo.

Según Chang, en la globalización, los países más prósperos defensores del libre comercio no practicaban en sus primeras etapas de desarrollo lo que actualmente predican. Sino que empleaban políticas proteccionistas por las que aplicaban medidas proteccionistas como aranceles y tasas a productos extranjeros o ayudaban a desarrollar la industria nacional con créditos, ayudas a las exportación o exenciones fiscales.

De esa manera propiciaron y consolidaron un tejido industrial protegido de la competencia exterior. Una vez llegados a este punto, les ha convenido el relato de prescindir de la escalera que les ayudó a ascender para así evitar que otra nación dispute su hegemonía desde un punto de vista geopolítico.

No parece muy racional que se dediquen tantos recursos de tantos países simplemente para reunirse en Davos a dar una crítica a su propio modus operandi para alcanzar manifiestos que se quedan en simples declaraciones de intenciones. Antes bien, cabe preguntarnos si en el fondo es una estrategia más en el plano de la geopolítica para usar los valores sociales, el medioambiente y la sostenibilidad en favor de mantener la propia hegemonía pegándole una patada a la escalera.

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