Hoy me detengo a contemplar a Jesús como el Buen Pastor:
“Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.
Las ovejas sólo siguen al pastor. Siguen su voz, sus pasos, porque lo conocen. No se sienten incómodas con él y confían en su cuidado, en su bondad, en su amor.
El otro día oí hablar a un pastor de ovejas en Francia. Tenía a su cargo miles de ovejas. Y decía que él conseguía que las ovejas hicieran lo que él quería sirviéndose del miedo y de la necesidad de seguridad.
Cuando quería llevarlas al redil gritaba que venía un lobo. Y las ovejas, asustadas por la presencia del lobo, corrían al redil. Allí lograban lo que más necesitaban, estar seguras lejos del lobo.
En ese momento de seguridad y paz el pastor podía hacer con ellas lo que quisiera. Cualquier cosa era menos grave y peligrosa que el lobo.
Podía esquilarlas, marcarlas con un hierro ardiendo o llevarlas al matadero. Con el miedo y el deseo de seguridad las controlaba totalmente.
¿Le pasa igual al hombre? El miedo tiene mucha fuerza en mi corazón. Me dejo llevar por él y puedo volverme sumiso con el que me da seguridad.
El miedo inhibe mis actos y me recluye en mi mundo buscando mi redil donde estar a salvo. El miedo me vuelve una persona fácil de manipular por aquellos que buscan sólo su bienestar, la satisfacción de sus deseos.
Me da miedo perder la vida y mi seguridad económica en este tiempo que estoy viviendo. Me asusta la enfermedad que amenaza mi vida, quiero conservar mi salud.
El miedo me vuelve vulnerable ante los que no desean mi bien, y sólo quieren manipularme. ¿A quién tengo que seguir?
El buen pastor puede servirse de mi miedo para hacerme un bien. Evita que recorra senderos peligrosos. Y me promete pastos seguros. Lo he rezado en el salmo:
“El Señor es mi pastor, nada me falta. en verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa”.
El buen pastor quiere mi bien y no busca dañarme. Esa confianza en el buen pastor es la que me vuelve dócil ante él. No me siento intimidado ni violentado a hacer lo que no deseo, yo lo elijo siguiendo su voz.
El buen pastor quiere sólo mi bien y esa certeza la llevo grabada en mi alma. Su intención es pura. No desea nunca mi mal. Sólo quiere que viva y tenga una vida plena.
Jesús es así. Él es mi pastor bueno. Yo me dejo llevar en la vida por otros pastores. Sigo a otros. A aquellos a los que muchos siguen. A los que no son todos tan buenos pastores. Leía el otro día:
“Los conductores arrastran siempre hacia lo alto. Los seductores siempre arrastran hacia abajo”.
Sigo sus formas de pensar, sus gustos y no crezco. Me dejo llevar por sus opiniones, las hago mías y no avanzo. Busco a otros que puedan saciar mi sed infinita, pero con palabras finitas que no me calman por dentro.
Deseo que otros me den una seguridad efímera haciendo más firmes mis pasos en la tierra. He puesto tantas veces mi confianza en las personas equivocadas… He creído en ellas cuando todo era tan inseguro e incierto.
El buen pastor sólo quiere que la oveja viva y esté segura.
Pero hay muchos otros pastores que se dejan llevar por su ego. Y sólo quieren que otros les sigan a ellos, sean sus seguidores, acepten sus opiniones como sagradas y vivan pendientes de sus decisiones.
Esos pastores no piensan en la oveja. Para ellos la oveja es sólo un número, no tiene rostro determinado. No aman a los que lo siguen, aman más bien el número de los que lo siguen.
Las cifras son las que les dan felicidad. Si yo sigo sus opiniones y las hago mías, no es tan importante para ellos. Soy sólo uno de sus seguidores. Y los cuentan por miles. Estos pastores no son los que me construyen por dentro.
¿Quién dicta las opiniones que tengo en mi corazón? ¿De dónde vienen? No tengo claro que vengan de Dios. Vienen de aquellos que se erigen en dominadores, en admirados, en reyes absolutos en este mundo de ovejas.
No quiero tampoco que el miedo sea el que determine mis decisiones. Miedo a actuar, o a quedarme quieto. Miedo a arriesgar mi tiempo. Miedo a que las cosas no salgan como yo esperaba. El miedo es traicionero.
En esta época de miedos, no me quedo en casa por miedo. Sino por responsabilidad. Porque quiero ayudar así a vencer esta pandemia.
No dejo de ir a un sitio o estar con alguien por miedo al contagio. Sino más bien por no ser yo el que contagie a otros. Es cierto que, en este tiempo tan incierto, en el que puedo mirar a la muerte tan de cerca, tengo una paz que antes no tenía.
Ahora me parece más posible morir en un hospital si todo se complica. ¿Por qué iba a estar yo exento? Sé que todo es posible. Esta posibilidad no me asusta, más bien me da paz.
Sé que mi pastor es el que conduce mi vida. Y sé que su voz nunca la voy a dejar de escuchar. Esté donde esté me seguirá llamando. Y eso me basta para tener paz.
Publicar un comentario