Si no puedes amarte, perdonarte, encontrarte y abrazarte, hay alguien que sí
Una de las características de la humanidad de este tiempo es la insatisfacción. Es como si ya no encontráramos algo en lo que realmente valga la pena gastar nuestra vida. Vivimos de un entusiasmo pasajero, nos desmayamos por conquistar lo que entonces, ya no nos llena.
Sabemos bien que este sentimiento de insatisfacción pertenece, paradójicamente y en su mayoría, a los contextos sociales más ricos y avanzados.
Por no hablar de las nuevas generaciones que tienen cada vez más dificultades para encontrar motivaciones profundas para afrontar la vida con ilusión.
Tenemos sed, pero al mismo tiempo gastamos nuestro dinero en lo que no nos satisface.
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Ámate
Quizás podamos encontrar una respuesta a esta insatisfacción que nos habita, si tenemos el valor de mirar nuestro profundo deseo de ser amados.
Amados no por nuestros logros ni por nuestros méritos, sino amados por quienes somos, con nuestros fracasos y errores.
Dios es el único que verdaderamente nos ama por lo que somos hasta el punto de descender a nuestro pecado. Jesús viene a nuestro encuentro allí mismo donde nos sentimos perdidos, indignos, inadecuados.
Nos encuentra donde fallamos, donde estamos decepcionados de nosotros mismos, donde nos sentimos avergonzados.
Perdónate
Continuamente caminamos por los escalones que conducen al abismo. Son muchos los momentos en nuestra vida en los que nos sentimos hundidos, donde sentimos que hemos tocado fondo. ¿Quién puede vernos, abrazarnos y amarnos cuando tocamos fondo?
Esta es la buena noticia: Jesús nos espera allí, siempre dispuesto a darnos la posibilidad de empezar de nuevo.
El mal en nuestra vida saca lo peor de nosotros y lo mejor de Dios: el perdón. Si Él te perdona, ¿por qué no lo haces tú?
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Encuéntrate
Dios tiene el deseo y la voluntad de encontrarnos donde nos sentimos solos e indignos.
Jesús baja por ti hasta el fondo, se sumerge en las aguas donde derramas tus faltas. Jesús no se aparta, se involucra, no tiene miedo de ensuciarse, al contrario, se confunde tanto con nosotros pecadores, que Él mismo es considerado pecador.
Paradójicamente, solo si aceptamos bajar al fondo encontramos el amor infinitamente misericordioso de Dios, encontramos lo que todos deseamos, encontramos eso de lo que estamos sedientos aunque nos cueste reconocerlo: ser amados libremente como somos, sin máscaras, sin justificación.
Abrázate
En Jesús somos abrazados por el amor de Dios. En Jesús los cielos se abren y ya no se cerrarán: Dios comienza a hablar a la humanidad de nuevo y ya no se queda en silencio. Es Jesús mismo quien nos hace experimentar todo el amor de Dios.
Para encontrar la respuesta a la insatisfacción y al descontento que nos habita, la única condición es escuchar la voz de Jesús en nuestro interior. Quizás por eso estamos cada vez más insatisfechos, porque cada vez tenemos menos tiempo para escuchar lo que Jesús quiere decirnos.
Déjate redimir
Volvemos así a lo esencial: al encuentro con Jesús en el fondo de nuestra limitación.
En sus manos podemos entregar nuestras partes enfermas, las que no tenemos el valor de mirar, las que nos avergüenzan. Él es el único que nos puede salvar. No hay nadie más en la historia que nos haya redimido con su sangre.
Si no puedes amarte, perdonarte, encontrarte y abrazarte, hay alguien que sí. Hay alguien que lo hace todos los días.
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