La transfiguración de Jesús nos recuerda que estamos hechos para Dios, dice Obispo

, 27 Feb. 21 (ACI Prensa).- El Obispo de Córdoba (España), Mons. Demetrio Fernández, ofreció una reflexión por el segundo domingo de Cuaresma, y dijo que la transfiguración del Señor es consuelo durante estos días de penitencia y conversión, porque nos muestra que nuestra meta es el Cielo.

En su carta titulada “Mi Hijo Amado, escuchadle”, Mons. Fernández reflexionó sobre el pasaje evangélico dominical de la transfiguración del Señor, que inicia diciendo lo siguiente: “Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos”.

“Es una escena evangélica muy atrayente, yo diría incluso fascinante. Se presenta Jesús con Elías y Moisés y deja traslucir en su rostro y en sus vestidos el fulgor de su divinidad. Se trata de una teofanía, esto es, de una manifestación de la divinidad en la carne humana de Cristo”, dijo el Prelado.

Para Mons. Fernández, Cristo no solo maravilló a los apóstoles al mostrar su divinidad, sino que les ofreció consuelo espiritual. “La reacción de los apóstoles fue de asombro superlativo, quedaron encandilados al verle, se sentían atraídos como se sintió Moisés ante la zarza ardiente en el monte Sinaí. Y Pedro exclamó: ‘¡Qué bien se está aquí!’”, dijo.

Mons. Fernández se centró en la reacción de San Pedro y afirmó que “cuando Dios se revela, cuando Dios se comunica, el corazón humano experimenta una gran paz, como una gran plenitud”. Explicó que esto se debe a que “el corazón humano está hecho para Dios y cuando Dios se le revela, experimenta un gozo que supera todo otro deleite”.

Para el Prelado, en la transfiguración del Señor, Dios nos ofrece un anticipo en la tierra de cómo será el Cielo. “Es la consolación espiritual, que tantas veces nos visita y nos da fuerzas para afrontar las dificultades que vinieren”, dijo.

Además, en este pasaje, Cristo aparece “como prolongación del bautismo en el Jordán, donde la teofanía fue parecida a esta del Tabor. También allí se oía la voz del Padre, envolviendo a Jesús con el Espíritu Santo y presentándolo con las mismas palabras: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadlo’”.

El Prelado recordó que si bien la Transfiguración del Señor se celebra el 6 de agosto, el segundo domingo de Cuaresma también “se repite la escena con un sentido pedagógico cuaresmal”.

Explicó que en el Camino de la Pascua, “la transfiguración viene a mostrarnos la meta, para que se nos haga llevadero el camino. A dónde nos dirigimos cuando hemos empezado el camino de la ascesis cuaresmal, en la que tan pronto nos cansamos”.

De modo que al tener “el horizonte la meta, la dureza del camino no nos eche para atrás. Es lo que hizo Jesús con sus tres apóstoles”, dijo.

Explicó que Cristo, “después de haberles anunciado su muerte en la Cruz, subió a la montaña alta y allí les mostró el resplandor de su luz para testimoniar de acuerdo con la ley y  los profetas que por la pasión se llega a la gloria de la resurrección, como dice el prefacio de este domingo”.

En ese sentido, recordó que “todos estamos llamados a esa transfiguración”, y que “nuestra vida irá cambiando por la acción del Espíritu Santo hasta convertirnos en una criatura nueva, hasta hacernos parecidos a Jesús. En eso consistirá la resurrección, que nos transformará incluso en nuestro cuerpo”.

Para explicarlo, Mons. Fernández recordó las palabras de Santa Teresa de Jesús sobre la “transfiguración del alma”, en  su libro “Las Moradas”.

La santa dice que este proceso se parece a “cómo el gusano de seda se enclaustra en su capullo y esa crisálida deviene mariposa. Pues algo así. En la medida que entramos en el fuego del Espíritu Santo, éste nos va transformando y no hay dureza que se le resista, como el herrero en la fragua va forjando el hierro con el fuego”, afirmó.

“El mensaje de este domingo es muy alentador”, dijo y recordó que si bien a veces “parece imposible” que podamos cambiar nuestros defectos, es Cristo transfigurado el que nos demuestra que la santidad es posible y nos llama a seguirlo de su mano.

“Cuando nos miramos a nosotros mismos, a poco que nos conozcamos, nos damos cuenta de nuestras carencias, de nuestra pobreza. Con estos mimbres parece imposible hacer un cesto. Pero cuando miramos a Jesucristo, cuando lo contemplamos hoy transfigurado, él nos trasmite el mensaje de que es posible el cambio, es posible la metamorfosis de nuestra vida, es posible la santidad”, dijo.

“Más aún, él viene a decirnos que esa es nuestra meta, que ahí quiere llevarnos él de su mano. La transfiguración del Señor encandila nuestros sentidos y por la fuerza de su atracción salimos de nuestros esquemas y de nuestras estrecheces y se nos abre un horizonte amplio, lleno de luz y de libertad”, agregó.

Por ello, para el Prelado la Cuaresma se trata de “todo un entrenamiento en la vida cristiana, fascinados por Cristo resucitado, atraídos por la fuerza de su Cruz, con la esperanza de que en nosotros se produzca un cambio, una metamorfosis, una transfiguración como la que aparece en el monte Tabor. Hemos nacido para ser divinizados”.

 

 

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