“Las Patronas”, un ejemplo de acompañamiento y de amor a la carne de Cristo vestida de migrante
El fatigoso silbido de “La Bestia” –tren célebre y terrible en el cual se agolpan en los techos de los vagones migrantes que vienen de la frontera sur de México, camino a Estados Unidos—se escuchan a lo lejos. Un grupo de mujeres prepara agua y comida. Conocen la operación: llevan 26 años haciéndola.
Estamos en la pequeña comunidad de Amatlán de los Reyes, en el Estado mexicano de Veracruz, una comunidad casi tropical, maderera y exuberante, situada al sur de Córdoba. Por ahí están las vías del tren. Por ahí pasa “La Bestia”. Los conductores conocen a las mujeres, todos las llaman “Las Patronas”. Desaceleran.
Los conductores de “La Bestia” son seres humanos. Saben que la carga que traen son familias, hombres mayores, mujeres, adolescentes. Vienen de muy diversos puntos del mundo. De Centroamérica, principalmente. Al acercarse a Amatlán de los Reyes ven a lo lejos un grupo de mujeres. Son el bastimento para un pasaje con hambre, con sed, con miedo.
¿Por qué lo hacen?
Hasta el momento, en un país donde todo se politiza, como es México, “Las Patronas” son un grupo incómodo. Nadie las logra encasillar. Nadie puede ponerlas en manos de un partido político, de una organización empresarial, vamos, ni siquiera de un movimiento eclesial. Su labor es voluntaria. Libre.
La fundadora del grupo de mujeres de Amatlán de los Reyes y de los pequeños pueblos circundantes, Norma Romero, habló en uno de los recientes foros organizados por el medio de comunicación de la arquidiócesis de Ciudad de México, Desde la Fe, sobre su labor y la opción católica asumida por “Las Patronas”.
En el foro “Elecciones bajo la mirada de la fe”, Romero dejó muy claro que su trabajo tiene que ver únicamente con la fe en Jesús. “Porque si en nosotras hay fe, hay amor; y porque si hay amor, está Dios. Él clama. Él llama. Y a nosotras nos ha llamado a servirle”.
¿Qué es lo que hacen?
Juntan dinero, acuden a lugares donde les pueden dar alimentos y agua a buen precio. Se organizan. Esperan el paso de “La Bestia”. Y con una sonrisa, a veces con una dosis de buen humor contagioso dan alimento en bolsas y agua a los migrantes que la toman al paso. Igual los acogen y los integran en un albergue cercano.
Romero es enfática al recordar uno de los principios básicos de la caridad cristiana: que el que ayuda con amor es transformado por aquellos a quienes ayuda. “Jamás hubiéramos imaginado que con un lunch y una botellita de agua íbamos a poder cambiar la vida de los migrantes y, más aún, cambiar nuestra propia vida”.
La familia Romero, Norma y sus hermanas, aprendieron de sus padres a compartir con los demás, y a dar gracias a Dios de lo que tienen. A no quedarse, como ella lo dijo en el foro, en su “mundito”, “sin darse cuenta de lo que pasa afuera”. Y lo que pasa es que muchos hermanos han tenido que dejar su hogar y van hambrientos hacia el norte.
¿Para quién lo hacen?
La primera experiencia de Norma Romero y de sus hermanas y hermanos fue allá por 1995. Decidieron lanzarle comida a un migrante que se veía hambriento, encaramado en “La Bestia”. Desde ese día y hasta ahora, no han dejado de ser las guardianas del paso de los migrantes.
En el principio y durante este cuarto largo de siglo, la aventura de “Las Patronas” tiene que ver con la presencia de un Cristo Negro que vislumbraron alguna ocasión bajar de uno de los vagones. Ése y otros signos, dice Romero, las han ayudado “a entender lo que Él nos pedía que hiciéramos: ver por nuestro hermano migrante, por nuestro prójimo, por aquel que hoy es crucificado, lastimado en su dignidad”.
Han levantado un albergue, para quienes cruzan, de otra manera, el país de camino al norte. “Los migrantes que cruzan las puertas de nuestro albergue ya son parte de nuestra familia; lo son desde que nos duele ver cómo llegan: lastimados, abusados, agredidos, asaltados en el camino”, acotó Romero.
Y dejó una sentencia en el foro: todo lo hacen “Las Patronas” por amor a Jesús.
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