Toda una celebridad del patinaje artístico, esta deportista surcoreana se convirtió al catolicismo. Tras retirarse, dedica parte de su fortuna a proyectos solidarios católicos
La pista de hielo era su hábitat. Parecía haber nacido con las botas puestas. Su cuerpo era un regalo y sus entrenadores, junto a su fuerza de voluntad, modelaron a toda una ganadora.
La surcoreana Kim Yuna estuvo en lo más alto y tocó el cielo desde los muchos podios a los que subió. Pero el verdadero Cielo lo tocó cuando descubrió la paz en la fe católica.
Kim Yuna empezó a patinar cuando tenía solamente cinco años. Sus entrenadores vieron en ella una constitución física perfecta para el patinaje y convencieron a sus padres para que la dejaran entrenar profesionalmente.
En 2002, compitió por primera vez a nivel internacional y lo hizo ganando una medalla de oro. Poco tiempo después, nada más cumplir los doce años, se convertía en la patinadora más joven en ganar el Campeonato de Corea del Sur.
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A partir de entonces, su vida se convirtió en una vorágine de viajes, entrenamientos y competiciones en los que cada vez se superaba a sí misma, ganaba medallas y encandilaba a un público entregado con aquella joven de talento excepcional.
Éxito y soledad
Kim Yuna fue, y es, toda una celebridad en el mundo del deporte en general y en su Corea del Sur natal en particular. Todo lo que tocaba se convertía en oro. Las marcas se afanaban con conseguir contratos publicitarios que sabían que eran garantía de éxito.
Pero en aquella época Kim Yuna también estaba un poco perdida. Se sentía a veces sola en los muchos vuelos y hoteles de mil y una ciudad.
En 2007, Kim Yuna participó en el Campeonato Mundial de Patinaje Artístico. Antes de entrar a la pista se santiguó. En su cuello llevaba una Medalla Milagrosa. Una joyita que le había regalado una monja.
En aquella ocasión, Kim Yuna no tenía muchas posibilidades, se había lesionado y su cuerpo no estaba en las mejores condiciones físicas. Pero ella se encomendó a la Virgen y finalizó su participación en el campeonato siendo tercera.
Un año después, Kim Yuna y su madre recibieron el bautismo. Recibió el nombre de Stella.
Encontrar la paz
La joven surcoreana había aprendido a amar a Dios de la mano de su médico, católico devoto, y las religiosas que le ayudaban en su hospital. Kim Yuna encontró en aquellas personas la paz que necesitaba. Desde entonces, se apoyó en el catolicismo y continuó con su brillante carrera como deportista.
El 9 de febrero de 2018 , Kim Yuna tuvo el gran honor de encender la antorcha olímpica de los Juegos Olímpicos de Pyongyang. Todo un reconocimiento a una carrera en la que ganó campeonatos mundiales y una medalla de oro en las Olimpiadas de Vancouver de 2010.
Ahora, superada la treintena, está retirada de los grandes circuitos deportivos. Sus botas permanecen quietas pero Kim Yuna tiene mucho por hacer. Lleva años colaborando con distintas organizaciones benéficas y congregaciones religiosas para hacer realidad proyectos en las zonas más deprimidas del planeta.
Especialmente sensibilizada con los niños, ha impulsado la creación de escuelas y ha colaborado estrechamente con Unicef. Y por supuesto, sigue defendiendo el catolicismo que cambió su vida para siempre.
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