Primado de la Iglesia de Inglaterra: No me importa si los anglicanos se convierten al catolicismo

O pentecostales, luteranos u ortodoxos. Al menos eso ha dicho hoy Justin Welby, arzobispo anglicano de Cantérburyprimus inter pares del anglicanismo, en una entrevista publicada en The Spectator. Cuando le preguntaron sobre los anglocatólicos que habían vuelto a la Iglesia Católica a través de los ordinariatos creados por Benedicto XVI, respondió:

“¿A quién le importa? Todo eso me da igual. En particular si la gente se marcha a Roma [es decir, se hacen católicos], que es una fuente de inspiración. Recibí un correo electrónico de un viejo amigo, un sacerdote anglicano que ha decidido marcharse a Roma. Le respondí, diciendo: ¡Qué estupendo! Mientras sigas tu vocación, estarás siguiendo a Cristo. Es simplemente estupendo. Lo que necesitamos es que las personas sean discípulos de Jesucristo. No me importa si lo son en la Iglesia de Inglaterra, en Roma, con los ortodoxos, los pentecostales, los luteranos o los baptistas. Son discípulos fieles de Cristo”.

Quizá haya algunos a quienes esto les parezca muy bien, una muestra de apertura de mente. Incluso lo considerarán un indicio de que el arzobispo anglicano va más allá de las divisiones entre cristianos y se remonta a lo esencial. Los tiros, me temo, no van por ahí. Como dije hace tiempo (por desgracia, en referencia a un arzobispo católico), esto ya no es herejía, es el lugar donde las herejías van a morir.

Las herejías se combaten, pero concediéndoles un cierto respeto: el respeto a un error que puede ser de buena fe y que merece ser refutado, precisamente porque los que sostienen ese error creen, equivocadamente, que es la verdad. Combatir una herejía es ayudar a los que están engañados por ella y querrían servir a la Verdad, pero no la conocen. Los que defienden las herejías se han apartado del camino recto y, después de combatirlas con todas sus fuerzas, la Iglesia conserva el recuerdo de esas herejías como señales en el camino, que ayudan a sus fieles a no perderse.

En cambio, estas vaguedades políticamente correctas ocultan el más profundo desprecio por la verdad. No son errores, porque de hecho pretenden que los errores no existen ni pueden existir. No se apartan del camino, lo que hacen es negar que exista un camino, pretendiendo paradójicamente que todo es camino: la senda verdadera, las sendas que van en dirección contraria, los precipicios, las arenas movedizas e incluso el hecho de quedarse quieto y no caminar. Ya no importa la verdad, lo que importa es cogernos de las manos y cantar todos juntos kumbayá.

El arzobispo anglicano habla de la “vocación”, pero lo que en realidad quiere decir es “sentimiento”. Como buen posmoderno, considera que todo está bien mientras te sientas bien y si la realidad dice lo contrario que tus sentimientos, peor para la realidad. Nada más lejos de lo que es la verdadera vocación de Dios, que es algo real y objetivo y que no lleva al error y al pecado, sino que saca de ellos.

Pretender que da igual ser ortodoxo, católico, luterano, pentecostal, anglicano o baptista es lo mismo que negar la fe. Equivale a decir que nada importan la Misa, Nuestra Señora, el bautismo, el sacerdocio, la fe de la Iglesia, la Escritura, la Tradición recibida de los Apóstoles, el credo, la Iglesia, la presencia real del Señor bajo las especies eucarísticas, la confesión, los consejos evangélicos, el cumplimiento de las promesas de Cristo, el pecado, el matrimonio, la importancia de las obras e incluso la divinidad de Cristo y la Santísima Trinidad. En todas esas doctrinas y en muchas otras hay diferencias esenciales entre algunos de esos grupos, de manera que, si da igual pertenecer a un grupo o a otro, es que esas partes de la fe no tienen importancia.

¿Qué queda, entonces, cuando se eliminan esas cosas que para Justin Welby no son importantes y por las que tantos cristianos han dado su vida a lo largo de los siglos? Una fe reducida a puro sentimiento, vacía y sin contenidos, más allá de lo que te haga sentir bien en un momento determinado. Que, desde el pecado de Adán, suele identificarse con dar rienda suelta a los instintos. Y, como el ser humano vive en sociedad, ese sentirse bien conlleva generalmente no enfrentarse al mundo, sino adularlo e imitarlo en todo lo posible, y postrarse ante el Príncipe de este Mundo. Welby habla de seguir a Jesucristo, pero lo cierto es que la fe en Cristo, una vez despreciados sus contenidos objetivos, se convierte inevitablemente en “fe” en el Mundo, el Demonio y la Carne.

Tengo que reconocer, sin embargo, que no hay nada de sorprendente en las afirmaciones de Welby. Sus antecesores se separaron hace tanto tiempo de la Iglesia que no es extraño que hayan ido perdiendo poco a poco los restos de fe católica que se llevaron consigo. ¿Por qué, entonces, he elegido hablar hoy de este tema? Porque otra cosa que dice Welby es que la Iglesia Católica le parece “una fuente de inspiración” y, lamentablemente, todo parece indicar que es porque su misma falta de fe la encuentra también en muchos prelados católicos, que dicen exactamente las mismas cosas.

Todas las semanas nos llegan noticias de declaraciones y actuaciones de clérigos y prelados “católicos” que muestran ese mismo desprecio por la verdad. En muchos casos, son acciones directamente contrarias a la fe, pero en otros muchísimos, ese desprecio por la verdad se muestra más bien por omisión negligente y criminal, por desgana, apatía y falta de interés.

En infinidad de diócesis de todo el mundo los obispos toleran, à la Welby, que se enseñe cualquier cosa en nombre de la Iglesia: doctrinas luteranas, pentecostales, baptistas, arrianas, new age, relativistas, budistas y simplemente mundanas y anticatólicas. Innumerables catequistas, párrocos, confesores, profesores de religión, teólogos y catedráticos niegan por activa y por pasiva la fe católica y a sus obispos no les importa en absoluto. Sus fieles, asqueados, se hacen evangélicos, budistas y ateos por millones y a sus pastores les trae al fresco. Como dice la expresión castellana, les da igual ocho que ochenta, la fe católica que las herejías más evidentes y las barbaridades más absurdas. En cierto modo, han caído aún más abajo que la herejía, hasta la penumbra donde da igual la verdad que el error, porque todo es tinieblas. ¿Cómo van a enseñar a los fieles, si ya no tienen la luz de la fe, si han perdido el respeto y el amor por la verdad, el respeto y el amor por Cristo?

Quitando importancia a la verdad no se llega a conocer a Cristo, sino a negarle. Cuando supuestos cristianos dan a entender, por sus palabras o acciones, que la verdad no importa, lo que están haciendo es gritar “¡a ese no, a Barrabás!”. Niegan a Cristo, que es la Verdad, e inevitablemente siguen a otros mesías, que les prometen ser como dioses y poder decidir ellos mismos lo que está bien y lo que está mal. Y temo que el único resultado posible sea escuchar a la postre esas terribles palabras de Cristo: “No os conozco”.

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