¿Y si decir “sí” cambiara tu vida?

“María dijo entonces: ‘Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho’” (Lc 1,38). Sin duda todos hemos leído y entendido estas palabras decenas, centenares de veces.

Quizás nos hayamos acostumbrado a ellas. Nos parece casi obvio que María respondiera así al ángel Gabriel. Apenas nos sorprendemos de ese “sí” que daría un vuelco a la Historia. Y nos olvidamos de maravillarnos en él.

Sin embargo, ¿qué habríamos respondido nosotros en su lugar? ¿Es tan fácil consentir a la voluntad de Dios? Ninguno somos María, es cierto, pero ella es un ser humano como nosotros.

Que haya estado libre del pecado original no la convierte en una criatura ajena al mundo y al abrigo de toda tentación. Ella podría haber dicho “no” al ángel, no estaba programada para decir “sí” automáticamente.

Obedecer no es ser “beato y disciplinado”

No obstante, María responde con total libertad. Conmocionada, no por ello fue temerosa ni pasiva. ¿La prueba? No se contenta con escuchar sin reaccionar, sino que reflexiona sobre lo que puede significar el saludo del ángel.

María le interroga sobre la manera en que va a realizarse lo que le anuncia. Ella le ofrece su respuesta cuando ni siquiera el otro se la exige expresamente.

El hecho mismo de que ella dé su acuerdo muestra bien que no se siente arrinconada para decir “sí”. No se somete a la Encarnación, sino que la recibe voluntariamente, con todo su ser, sin ningún servilismo.

Con esta actitud, María nos enseña que obedecer no es ser “beato y disciplinado” sino, al contrario, usar todos los talentos que Dios nos ha dado –incluyendo nuestra inteligencia– para abrazar su plan de amor.

María es la sierva del Señor, no su esclava. La respuesta de María no se hace esperar. Ella no duda: sin demora, se suma al proyecto de Dios.

Lo tiene todo claro, no quiere aplazar su consentimiento. No lo ha entendido todo, pero sí ha entendido lo esencial: para el resto, confía en Aquel que sabe mejor que ella lo que le conviene.

Sin embargo, antes de responder a la llamada de Dios, a veces es necesario un tiempo de discernimiento. No nos metemos en un convento ni nos casamos de un día para otro; pues lo mismo cuando se trata de elecciones menos determinantes, que puede ser deseable no implicarse sin antes haber rezado, reflexionado y pedido consejo.

Dicho esto, ¿estamos preparados para decir “sí” al Señor, sea lo que sea lo que nos pida? ¿O es que ese supuesto retraso reflexivo viene dictado, de hecho, por el temor a comprometernos y dudamos en seguirle?

Un inspirador voto de confianza 

En muchos aspectos, se trata de un salto a lo desconocido. Lo que se le pide a María la supera completamente. No sabe a dónde la conduce eso.

Ignora cuál será la reacción de José y tiene motivos para temer la incomprensión e incluso el oprobio de los que la rodean.

Sin embargo, la voluntad de Dios no puede ser sino una voluntad de amor: para María, no cabe duda alguna al respecto.

¿Y para nosotros? ¿Creemos con todo nuestro ser que Dios nos ama infinitamente y quiere lo mejor para nosotros?

No nos dejemos embaucar por las mentiras del Maligno, que nos sugiere que desconfiemos de Dios, que tiene mil maneras de demostrarnos que nuestra felicidad no está en obedecer a Dios sino en hacer lo que nos dé la gana…

Así ha sido desde los comienzos de la humanidad, con Eva, y así funciona todavía con nosotros. Pero no con María.

Las pequeñas “anunciaciones” de cada día

María está segura del amor de Dios; de ahí viene la alegría que la habita y que pronto resonará en el canto del Magnificat.

María no se atormenta inútilmente preocupándose por el futuro. No se rebela contra una vocación que trastorna su vida. Se abandona a la felicidad de ser amada.

Pidámosle que nos enseñe esta confianza incondicional, que ve en toda llamada de Dios un cometido de amor.

Cuando la voluntad de Dios va en contra de nuestros proyectos, con facilidad nos sentimos decepcionados, descontentos, amargados… ¡Nos lamentamos tan fácilmente por nuestra suerte en cuanto nuestros deseos se ven contrariados!

Pensemos en todas las pequeñas “anunciaciones” de nuestra vida cotidiana, en todos los síes que el Señor nos invita a decir a lo largo de los días: sí al despertador que suena demasiado pronto para nuestro gusto, sí a la anulación de algo previsto porque un hijo está enfermo, sí al colega de trabajo que nos resulta antipático, etc.

A través de todo ello, el Señor quiere obrar maravillas para nosotros. Únicamente espera nuestro consentimiento.

Por Christine Ponsard

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