De tus tesoros, ¿cuáles son verdaderamente valiosos?

El reino de Dios es un tesoro escondido en medio del campo. O es una perla fina de mucho valor. O es una pesca maravillosa que supera las expectativas de una tarde en el mar. Esa imagen me gusta y emociona:

«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor (…). El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces».

Shuterstock

Pienso en un tesoro escondido. Los tesoros se esconden para no ser robados. Tienen perlas finas, y oro, y todos los metales valiosos que el corazón pueda imaginar.

Sueño con un tesoro de esos que están escondidos para que nadie los encuentre. Y ni siquiera el que los posee los puede disfrutar.

Parece una contradicción. Un tesoro escondido no es útil. Esconder un tesoro es como esconder algo valioso. Guardarlo bajo la tierra pensando que con eso basta. Pero es una riqueza inútil.

A veces me empeño en acumular riqueza. O en guardar mis talentos bajo la tierra para que no se pierdan. Me da miedo perder lo que me han dado. O gastar lo que he recibido.

Me inquieta la posible pérdida de mi dinero, de mi tiempo, de mi vida. Por miedo a perder lo que más quiero, lo que he conseguido con esfuerzo, puedo llegar a renunciar a aquello en lo que creo.

Podrán quitármelo todo, también la vida, pero nadie tiene poder para quitarme el alma. Esa certeza no la puedo perder.

¿Dónde he puesto mi tesoro? ¿Dónde está aquello que más valoro en mi vida?

Me asusta pensar que me quiten lo que más quiero. Y tengo vértigo de traicionar mis ideales por no perder el lugar en el que he puesto mi corazón, ese tesoro que me atrapa con finos hilos que atan mi vida como en una red.

¿Dónde está mi tesoro? Donde está ese tesoro que he escondido allí está mi corazón.

En ocasiones puede ser la fama y el prestigio, y por conservarlos estoy dispuesto a vender mis ideas, mis principios y valores.

Puede ser el dinero mi tesoro real. O ese lugar que ocupo donde me siento seguro. O ese cargo que detento y que tanto tiempo había anhelado. Esos amores humanos que se enraízan en mi alma.

El miedo a perder mi tesoro es grande.

Tal vez soy capaz de vender mi tesoro pensando en un tesoro todavía más valioso.

¿Dónde hay un tesoro que valga más que mi propia vida? ¿De qué me está hablando Jesús? Me cuesta creer en sus palabras. O más bien no acabo de comprender lo que significa pertenecerle a Él para siempre.

Un tesoro es vivir en su reino. Participar de su vida divina que me descentra de mis egoísmos. ¿Vale la pena darlo todo? Comenta santa Teresita:

«Después de haber dado todas mis riquezas, estimo, como la esposa del Cantar, no haber dado nada. Comprendo que lo único que puede tornarnos gratos a Dios es el amor, que este es el único bien que ambiciono»[1].

¿Lo he dado todo para estar con Él? ¿Es Dios mi tesoro?

Jesús me ha dicho que no puedo servir a dos señores, a Dios y al dinero. Pero yo trato de ponerlos delante de mí como la única realidad.

Y soy capaz de vender mis ideales a cambio de tesoros temporales que no llenan mi alma insaciable. ¿Cuál es el tesoro detrás del que corro cada día?

El tesoro quiere ser en mi vida el amor de Dios. Yo lo he disfrazado de honor, reconocimiento, prestigio.

He puesto mi corazón en mi trabajo y la admiración de los hombres. He puesto mi corazón en lugares inestables que se derrumban en medio de la noche.

No puedo salvar el tesoro que Dios pone delante de mí. Jesús me pide que sea pobre, que me desprenda de todos mis tesoros que me esclavizan. Y que acumule tesoros en el cielo.

El amor es el tesoro más grande que nadie podrá quitarme. El miedo a perder el tesoro que llevo atado en mi alma me paraliza, no me deja ponerme en camino hacia ese tesoro más grande que me da vida.

Es lo que sueño. Ser libre para vender mis pequeños tesoros por el tesoro más grande. ¿Qué haría si encontrara un tesoro delante de mí? Hoy Jesús lo explica:

«El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. Se va a vender todo lo que tiene y la compra (la perla). Cuando está llena (la red), la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran».

El que encuentra el tesoro o la perla gasta todo lo que tiene, o lo vende, para comprar lo más valioso. El que tiene una pesca milagrosa lo que hace es quedarse con los peces buenos y dejar los malos a un lado.

La perla, el tesoro, el pescado bueno. Elijo lo bueno, lo valioso, lo bello. Me gusta esa imagen. Invierto todo lo mío para adquirir un tesoro que merece la pena. Doy para recibir.

Me pregunto si de verdad mi amor a Jesús es el tesoro que llena mi alma. Me gustaría que así fuera, pero tantas veces no lo es.

No quiero guardar tesoros que se pierden. No quiero retener mi fuerza, mis talentos, mi belleza por miedo a perderlos. No me importa. Gano un tesoro que vale para siempre, porque es eterno.

[1] Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma

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