Son dependencias, costumbres que me enferman. Son como esas plantas que siguen creciendo en mi alma dejándome seco, yermo, sin luz. No me dejan ser capaz de amar con madurez.
Me vuelvo adicto a las redes sociales y se seca mi mundo interior. Me ato a dependencias enfermizas que me esclavizan al pecado.
Pierdo el tiempo de mi vida en cosas que no me alegran el alma, me agotan. Me canso de la vida que no me llena, porque vivo buscándome a mí mismo.
Personas tóxicas
A veces son relaciones que no me hacen bien. Últimamente me recomiendan que acabe con las personas tóxicas de mi entorno.
Y yo pienso en esas personas que no me hacen bien y las catalogo como tóxicas. Esta persona me conviene, pienso, esta otra no.
El que alguien me pueda hacer daño no es motivo para apartarlo de mi vida. No siempre la persona herida, que hiere por el dolor que lleva dentro, es una razón suficiente para alejarla de mí.
Puede ser que su dependencia conmigo, o la forma de llevar su relación, me hiera. Puede ser que sus palabras no siempre me ayuden.
Pero quizás mi amor puede ayudarla a cambiar y darle una oportunidad para dejar de ser dañina, para mí, para otros.
Puede hacerla más positiva para el mundo con el paso del tiempo. Puede hacerla más sana. Mi amor puede curar su herida.
No es magia, pero creo en el poder del amor humano que cambia los corazones. También de las personas que son tóxicas.
No por ser tóxica una persona tomo la decisión de eliminarla directamente de mi mundo. ¿Dónde queda la caridad, la misericordia que quiero ejercer con los más débiles y heridos de mi vida?
Quisiera tener un corazón manso para no rebelarme con fuerza y rabia contra el que siembra el mal.
Publicar un comentario