Es constatable que, más allá de la organización cotidiana, a menudo es el deterioro de las relaciones con nuestros hijos y entre ellos lo que debilita un equilibrio quizás ya precario.
Tenemos entonces una sensación de sofoco ante ese ritmo frenético. ¿Qué hacer para detener ese círculo vicioso?
“Cuando soy débil, entonces soy fuerte”
Sin duda, es utópico imaginar que las tareas por hacer vayan a disminuir, ya que el número de hijos sigue siendo el mismo y nuestro trabajo profesional, llegado el caso, no puede negociarse…
Lo que lastra nuestros días son las relaciones cargantes en las que no hay ninguna colaboración realmente posible, en las que cada uno vive su vida en un egoísmo que cree cómodo.
Afectados por esta sociedad en la que el individuo es el rey, hemos cultivado sin darnos cuenta una culpabilidad de madre de familia numerosa.
Se afirma habitualmente que tenemos que ocuparnos individualmente de nuestros hijos, que no se les puede criar en tribu teniendo que soportar unos y otros el peso del número de hermanos y hermanas.
Pero, ¿y si viéramos las cosas con otra perspectiva, considerando el número de hijos como una fuerza sobre la que apoyarnos? Como nos dice san Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12,10).
Despojémonos de esa imagen de madre perfecta para convertirnos en una simple directora de orquesta que busca la armonía pero que en ningún caso sabe interpretar todas las partituras.
Permite a los músicos tocar juntos y les da así la ocasión de dar lo mejor de sí mismos. Tocar perfectamente el violín uno solo en su habitación puede ser una buena actuación; interpretar un concierto es un viaje de miles de colores… Poco importa que el violonchelo sepa tocar sin cometer errores si no puede ir al tiempo de los demás.
Encontrar un buen tempo
Apoyémonos en nuestros hijos tal y como son y favorezcamos sus relaciones reconociendo a cada uno sus fuerzas y debilidades respectivas, que pueden ponerse al servicio de todos.
De este modo, la que está más dotada para las matemáticas echará una mano a los demás, el que es hábil en solfeo practicará con su hermano, etc. Y que todo servicio prestado sea profundamente agradecido por el beneficiado y también por la madre aliviada.
Podemos apostar por que el pequeño intentará acaparar menos a su madre en la hora crítica del trabajo escolar si su hermano mayor piensa en agradecerle que se la deje a él un ratito.
¿Uno de nuestros hijos ha sido hospitalizado? ¡Lo más normal es dejar que su madre lo acompañe! Sin embargo, si el enfermo da gracias a sus hermanos y hermanas, todos se sentirán reconocidos en el esfuerzo realizado y serán más propensos a compartir.
Esos hermanos y hermanas de sangre que son nuestros hijos serán entonces hermanos y hermanas de corazón que podrán interpretar bajo nuestra batuta la sinfonía de la vida con el tempo apropiado.
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