Pero su hermana María no parece darse cuenta de ello, ya que reposa tranquilamente sentada a los pies de Jesús, como si la comida fuera a prepararse sola, como si le pareciera normal dejar todo el trabajo a los demás.
Marta protesta… y ¿qué ama de casa no se reconoce en algún día en esas protestas? ¡A todo el mundo le gustaría estar sentado en vez de entre fogones!
Es muy bonito escuchar al invitado, pero por suerte hay alguien que se preocupa de las tareas materiales… Es lo que piensa Marta, y la comprendemos.
Cuando nos hacemos esclavos de las tareas materiales
Y Jesús, ¿se da cuenta de ello? Sí, sin duda. Para empezar porque ha visto, durante treinta años, a su madre preparando comidas, lavando, ordenando, como todas las madres del mundo.
Sabe bien que todo eso no se hace solo. Ha experimentado tanto el peso del cansancio como la alegría de saborear una buena comida.
Jesús no ignora el valor y la importancia real del trabajo de Marta, no la menosprecia. Es más, adivina la generosidad que empuja a Marta a agitarse de esa manera: ella quiere que todo esté perfecto por Jesús.
Y las tareas materiales son de esas de las que Jesús dijo: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40).
“Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer” (Lc 10,40). ‘Abrumada’ es la palabra donde deberíamos poner nuestra atención.
Marta, en cierto modo, se vuelve esclava de las tareas materiales. Corre el riesgo de prestar más atención a la comida que a su invitado.
Se podría repetir este defecto en muchos otros ámbitos: en el sistema, que prevalece sobre la vida a la que las personas deberían servir; en los catequistas, más preocupados por los problemas de método que por el Señor mismo.
O incluso en los padres, más pendientes de los resultados escolares de sus hijos que atentos al desarrollo global de su personalidad.
¿Cómo permanecer centrados en lo esencial?
¿Qué es lo primero en nuestra vida? Esta es la pregunta que estamos invitados a plantearnos sin cesar para no permitir abrumarnos, para conservar nuestra libertad y permanecer centrados en lo esencial, en vez de dispersarnos.
A menudo nos lamentamos por tener un empleo con un horario sobrecargado, de estar siempre corriendo, de no tener nunca posibilidad de respirar… ¿No sería que, como Marta, nos inquietamos y agitamos por muchas cosas?
“Una sola cosa es necesaria”, dice Jesús a Marta (Lc 10,42). Desde el punto de vista de esta única necesidad, no hay ninguna oposición entre la vocación de Marta y la de María.
Sea cual sea nuestra vocación –carmelita o madre de familia, ermitaño o empresario–, lo primero para nosotros es mantenernos a los pies de Jesús para escucharlo.
“Solo Dios basta”, y no es algo cierto solamente para monjes y monjas, sino para todos nosotros.
Jesús nos repite como a Marta que lo primero en nuestra jornada es la oración. Lo primero en nuestras preocupaciones es cumplir la voluntad de Dios. Lo primero en nuestras ambiciones es la búsqueda del Reino.
Todo lo demás nos será dado por añadidura.
Por supuesto, la vocación de Marta no es idéntica a la de María. Una madre de familia no pasará tanto tiempo en oración como una hermana carmelita; un franciscano no tendrá que ser tan buen gestor económico como el dueño de una empresa.
A cada uno su lugar.
Lo que cambia, de un estado de vida a otro, es la manera en que se busca, la manera en que se sirve a esa “única necesidad”.
Esa única cosa necesaria es siempre la misma. El Señor nos hizo a todos para Él y, como dice san Agustín, “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Él”… ¡ya seamos como Marta o María!
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