La Virgen del Valle, patrona del Noroeste argentino, que se «escapaba» a una cueva

La Virgen del Valle, este 2020, una vez más renovó su historia de amor con los catamarqueños. Pero lo hizo de una manera distinta, porque el jubileo por los 400 años de su aparición sucedió en medio de la crisis por la pandemia del coronavirus, como se ha contado en Aleteia.

No obstante, vale la pena una vez más poner la mirada sobre esta tradición por todo lo que significa. Desde antes de que exista la ciudad, la “morenita” ya recibía a sus peregrinos. Se trata de la advocación mariana más popular del Noroeste argentino, que suele acercar a diversas agrupaciones de gauchos, pueblos originarios, además del poder político provincial y hasta con la participación destacada del mundo del deporte, la cultura, etcétera.

A continuación puedes revivir todo esto a través de imágenes e historia de la advocación: 

En una gruta de Choya

El origen de la Virgen del Valle se remonta a entre 1618 y 1620, en una gruta de Choya, lugar en el que también se la celebrará estos días. Allí vivían españoles y habitantes originarios, en su mayoría cristianos, uno de los cuales en una ocasión oyó voces que llamaron su atención.

Fue entonces que vio un grupo de mujeres, aborígenes como él, caminando con recelo cargando lámparas y flores. Pero no las siguió ni recorrió el lugar hasta la mañana siguiente, y en el mismo lugar encontró huellas y un sendero, que recorrió 5 kilómetros hasta llegar a un nicho en el que vio asientos y fogones recientemente apagados; también señales de que incluso hasta habrían danzado en ese lugar.

Presidiendo el lugar de reunión, encontró una imagen de la Virgen María, pequeña, con las manos en oración, igual que las que veía en la casa de su jefe Don Manuel de Salazar, pero morena, como él.

Al tiempo el aborigen comentó a su patrón el hallazgo y cómo los indígenas veneraban a la Santísima Virgen en esta alejada gruta. Salazar fue hasta la gruta, y contra la voluntad de los indígenas, se llevó a la Virgen hasta su hogar. Pero como es habitual en María, aún en el cobijo de la casa del patrón, comenzó a regresar a la gruta, desapareciendo misteriosamente una y otra vez.

La Virgen del Valle enamoró en sus inicios a indígenas y españoles, y lo mismo ha hecho, sin ningún tipo de distinción, con todos sus hijos durante estos 400 años: independientemente de su origen, profesión, clase social, u cualquier otra división.

Expresión de esto es cada día del Septenario, vivido con devoción por hijos suyos tan distintos entre sí pero tan unidos a su madre Nuestra Señora del Valle.

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