El 2 de febrero en la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo san Juan Pablo II instituyó en 1997 la Jornada de la Vida Consagrada. La razón es realmente bella
“Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: ‘Todo varón primogénito será consagrado al Señor’. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor” (Lc 2, 22-24).
Cuarenta días después de la Navidad, la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo conmemora este acontecimiento. Jesús es ofrecido a Dios por sus padres. Ese día, el Mesías fue también al encuentro de los creyentes.
Por boca del viejo Simeón, a quien inspira el Espíritu Santo, es revelada la “luz para iluminar a las naciones”. Y a través de sus palabras proféticas, el anciano anuncia la ofrenda plenaria de Jesús a su Padre en la cruz y su victoria final sobre la muerte (Lc 2, 32-35).
Aquel día en la casa de Dios, se manifestó el Consagrado del Padre venido al mundo para salvar a todos los hombres. Y María, su madre, se une a Él en un mismo movimiento de oblación para la salvación del mundo.
Entrega total a Dios
Así, la Presentación de Jesús en el Templo es un elocuente icono del total don de sí a Dios para todos los que, por la observación de los consejos evangélicos, están llamados a reproducir en la Iglesia y en el mundo “los rasgos característicos de Jesús: virgen, pobre y obediente” (san Juan Pablo II, Exhortación apostólica sobre la vida consagrada).
Y la Virgen María que ofrece el Niño a Dios expresa muy bien la actitud de la Iglesia que continúa ofreciendo a sus hijos e hijas al Padre. Así los asocia al único sacrificio de Cristo, causa y modelo de toda consagración en la Iglesia.
La profetisa Ana que, como Simeón, esperaba al Mesías y velaba en el Templo. De la misma forma, la primera vocación de quien sigue a Cristo con un corazón indiviso es estar en comunión con él. Esto se hace escuchando su palabra y alabando a Dios con humildad y constancia.
Su vida encontrará entonces un eco profundo en el corazón de los hombres. También, san Juan Pablo II deseará “que la celebración de la Jornada de la vida consagrada reúna a las personas consagradas junto a los otros fieles para cantar con la Virgen María las maravillas que el Señor realiza en tantos hijos e hijas suyos” (san Juan Pablo II, Mensaje para la primera Jornada de la vida consagrada, 1997).
Además, quiere que esta fiesta manifieste a todos que la vocación de pueblo santo de Dios es estar consagrado por completo a Él.
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¿Por qué una Jornada de la Vida Consagrada?
San Juan Pablo II veía en esta fiesta al menos un triple objetivo:
1. Alabar y dar gracias
“En primer lugar, responde a la íntima necesidad de alabar más solemnemente al Señor y darle gracias por el gran don de la vida consagrada” (san Juan Pablo II, Mensaje para la primera Jornada de la vida consagrada, 1997).
Jesús, en su obediencia y su consagración al Padre, nos dice cuánto está Dios con nosotros. Pues igual las personas consagradas. Porque a través de su plena pertenencia al Señor único, su forma de vivir y de obrar y su entrega hacia los hombres, son un signo elocuente y un anuncio fuerte de la presencia de Dios hoy en el mundo.
“Este es el primer servicio que la vida consagrada presta a la Iglesia y al mundo. Dentro del pueblo de Dios, son como centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia”, subrayaba Benedicto XVI el 2 de febrero de 2006.
2. Promover y apreciar la vida consagrada
“En segundo lugar, esta Jornada tiene como finalidad promover en todo el pueblo de Dios el conocimiento y la estima de la vida consagrada, desde obispos a sacerdotes, desde laicos a personas consagradas ellas mismas”. Lo explicaba san Juan Pablo II en 1997 en la primera Jornada de la Vida Consagrada.
San Juan Pablo II explicó también a los consagrados el 2 de febrero de 2000:
“El testimonio escatológico pertenece a la esencia de vuestra vocación. Los votos de pobreza, obediencia y castidad por el reino de Dios constituyen un mensaje que comunicáis al mundo sobre el destino definitivo del hombre. Es un mensaje valioso: ‘Quien espera vigilante el cumplimiento de las promesas de Cristo es capaz de infundir también esperanza entre sus hermanos y hermanas, con frecuencia desconfiados y pesimistas respecto al futuro’ (Vita consecrata, 27)”.
Y añade:
“[La vida consagrada] es, por tanto, especial y viva memoria de su ser de Hijo que hace del Padre su único Amor —he aquí su virginidad—, que encuentra en Él su exclusiva riqueza —he aquí su pobreza— y tiene en la voluntad del Padre el ‘alimento’ del cual se nutre (cfr. Jn 4,34) —he aquí su obediencia—. Esta forma de vida abrazada por Cristo y actuada particularmente por las personas consagradas, es de gran importancia para la Iglesia, llamada en cada uno de sus miembros a vivir la misma tensión hacia el Todo de Dios, siguiendo a Cristo con la luz y con la fuerza del Espíritu Santo. La vida de especial consagración, en sus múltiples expresiones, está así al servicio de la consagración bautismal de todos los fieles. Al contemplar el don de la vida consagrada, la Iglesia contempla su íntima vocación de pertenecer sólo a su Señor, deseosa de ser a sus ojos ‘sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada’ (Ef 5,27). Se comprende así, pues, la oportunidad de una adecuada Jornada que ayude a que la doctrina sobre la vida consagrada sea más amplia y profundamente meditada y asimilada por todos los miembros del pueblo de Dios”.
3. Celebrar la vida consagrada
El tercer motivo, según explica san Juan Pablo II en la primera Jornada de la Vida Consagrada, concierne a las personas ya consagradas.
Ellas están “invitadas a celebrar juntas y solemnemente las maravillas que el Señor ha realizado en ellas, para descubrir con más límpida mirada de fe los rayos de la divina belleza derramados por el Espíritu en su género de vida y para hacer más viva la conciencia de su insustituible misión en la Iglesia y en el mundo”.
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El mundo actual está marcado por compromisos y distracciones, por deberes absorbentes y realidades cautivadoras. En él, esta Jornada contribuye a mostrar con más intensidad y urgencia la responsabilidad que tienen los consagrados de encarnar con alegría y serenidad la vida y el mensaje del Hijo de Dios.
Así, anuncian, en las situaciones más diversas, que el Señor es para el hombre el amor verdadero, la riqueza verdadera, el camino de realización más seguro.
Una vida consagrada llena de alegría y de Espíritu Santo en los caminos de la misión. Este es el mayor servicio prestado al hombre de hoy día. Y su enseñanza principal que subyace y fundamenta todas las misiones específicas a los diversos carismas es esta:
“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan (…), o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio” (san Pablo VI, Exhortación apostólica sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, 1975, n.º 41).
Una gran aportación a la Iglesia
Para san Juan Pablo II, la institución de esta Jornada en la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo aportaba, por tanto, un apoyo a la misión de la Iglesia.
Primero, a la misión en el mundo, para que quienes aún no han conocido a Cristo puedan acercarse a Él a través de esas personas que por la entrega total de sí mismas dan testimonio de que Cristo es el Hijo unigénito, el Enviado del Padre.
El Papa subrayaba que la nueva evangelización se hace posible y eficaz gracias a personas que, primero autoevangelizadas, “pueden presentar el Evangelio en su plenitud y mostrar el rostro maternal de la Iglesia, sirvienta de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo”.
También se aseguraba de aportar así un apoyo concreto a la pastoral de las Iglesias locales, como decía el Papa en 1997:
“Confío que esta ‘Jornada’ de oración y de reflexión ayude a las Iglesias particulares a valorizar cada vez más el don de la vida consagrada y a confrontarse con su mensaje, para encontrar el justo y fecundo equilibrio entre acción y contemplación, entre oración y caridad, entre compromiso en la historia y tensión escatológica. La Virgen María, que tuvo el gran privilegio de presentar al Padre a Jesucristo, su Hijo Unigénito, como oblación pura y santa, nos alcance estar constantemente abiertos y receptivos a las grandes obras que Él mismo no cesa de realizar para el bien de la Iglesia y de la humanidad entera”.
La oración de Benedicto XVI para las personas consagradas
Benedicto XVI, el 2 de febrero de 2006, formulaba esta oración y se dirigía a las personas consagradas:
Que el Señor renueve cada día
en vosotros y en todas las personas consagradas
la respuesta gozosa a su amor gratuito y fiel.
Queridos hermanos y hermanas,
como cirios encendidos irradiad
siempre y en todo lugar el amor de Cristo, luz del mundo.
María santísima, la Mujer consagrada,
os ayude a vivir plenamente vuestra especial vocación
y misión en la Iglesia, para la salvación del mundo.
Amén.
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