San Florián nació alrededor del año 250, en la ciudad de Aelium Cetiumin, hoy conocida como Saint Pölten, en Austria.
En tiempos de Diocleciano, cruel emperador perseguidor de la Iglesia, arribó a Baviera su representante, el cónsul Aquilino, con la orden de acelerar la eliminación de la creciente comunidad cristiana. Aquilino tuvo un encuentro con Florián en el que le solicitó su disposición para hacer valer el edicto del emperador en contra de la Iglesia. Florián se negó rotundamente, ya que él mismo era un converso a la causa de Cristo, y sabía que muchísima gente en toda la región estaba en su misma posición. En un acto de valor extremo, Florián entregó su cargo y decidió compartir la misma suerte que el resto de sus hermanos en la fe.
Las Actas de la época detallan que el mártir se entregó serenamente a los soldados de Aquilino. Después, se negaría públicamente a adorar a los dioses romanos, por lo sería azotado hasta quedar despellejado.
El Martirologio Romano indica que su ejecución fue una orden directa de Aquilino y que esta tuvo lugar en Lorch (hoy Alemania). Florián fue arrojado desde lo alto de un puente a las aguas del río Enns con una piedra atada al cuello. Era el año 304.
Posteriormente, sus reliquias fueron trasladadas a Roma. El Papa Lucio III, en 1138, regaló una parte de ellas al rey Casimiro de Polonia y al obispo de Cracovia. Desde entonces, se considera a San Florián patrono de esa nación, así como lo es de la región de Linz (Austria). Hoy es posible venerar sus restos en Cracovia, Polonia, en la iglesia que lleva su nombre.
Este Santo aparece generalmente representado con una cubeta de agua en la mano, en alusión a la leyenda según la cual apagó un incendio, él solo, con tan solo una cubeta.
Los patronazgos de San Florián incluyen también a los deshollinadores de chimeneas, fabricantes de jabón, cerveceros, viticultores; también se pide su protección cuando alguien está en peligro de ahogarse.
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