La presencia en la ausencia de cuerpo

La resurrección después de la muerte de una persona amada es un misterio que llena de asombro, esperanza y paz

Hay que tener mucha fe para ir en mitad de la noche a ungir con perfume el cuerpo muerto de Jesús.Es la fe de una mujer que ama:

«El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: – Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

María cuenta lo que ha visto sin entender nada. Ella sólo quería estar con Jesús muerto. Y no le han dejado, no está su cuerpo.

Les cuenta a Pedro y a Juan su dolor y su pena. No entiende nada. Sólo cuenta la ausencia del cuerpo sin pretender tener respuestas. Simplemente no está el cuerpo, alguien se lo ha llevado.

Intentando entender lo incomprensible

Pedro y Juan corren para ver si es verdad lo que ella cuenta. Tienen miedo y prisa al mismo tiempo:

«Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos».

Son carreras por la ciudad de Jerusalén tratando de comprender lo incomprensible, de asir lo inasible.

De hacer encajar en la lógica humana lo que no tiene lógica y escapa todos los límites de la razón.

Ante el misterio, asombro

Llegan allí y sólo encuentran la tumba vacía y los sudarios caídos. Entran y callan atónitos. Ante el misterio no hay palabras, sólo asombro.

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A mí me gustaría comprender la muerte y la vida y más aún entender cómo se resucita, cómo se vuelve a vivir después de haber muerto.

Yo quiero respuestas, no me bastan los vacíos, una tumba vacía no dice nada.

Yo también correría como Juan y Pedro. Las carreras de un lado a otro son obras del corazón que ama. Que no se queda quieto esperando sin hacer nada.

El que ama quiere ver, quiere tocar, quiere comprobar si el cuerpo muerto ha sido robado o ha sucedido algo incomprensible. Quiere saber dónde está el amado, dónde descansa su cuerpo.

Es casi mejor creer que alguien robó el cuerpo antes que enfrentarse al misterio de la resurrección.

Lo otro, el milagro, escapa a toda lógica y supera mi limitada razón. Y yo quiero controlar lo que sucede, entenderlo todo.

Solo puedo adorar y agradecer

Pero la Resurrección me enfrenta al misterio. Sólo puedo adorar, alabar, agradecer lo que no entiendo.

El misterio se desparrama ante mis ojos dejándome sin palabras. Me alegra esta vida que ya es para siempre.

Me conmueve esta victoria en la que yo no he hecho nada para que suceda. Sólo herí, desprecié, odié, ataqué, insulté. Y el resultado es una vida que supera todas mis expectativas.

Jesús resurge de la muerte, vuelve a la vida en su carne mortal para decirme que este cuerpo mío, limitado y enfermo, entrará en el cielo gracias a que Él ha vencido para siempre el poder del demonio.

Jesús puede resucitar en mi interior

Ahora sólo me queda pedirle a Dios que repita el milagro en mi corazón. Él puede cambiar mi mirada, mi ánimo, mi forma de amar y de amarme, mi actitud ante los fracasos y las derrotas, mi sencillez para enfrentar las complicaciones de la vida.

Jesús puede resucitar en mi interior y sembrar esa paz que tanto anhelo. Puede acallar mis gritos de miedo. Puede saciar mi hambre y calmar mi sed con un agua nueva.

Cada Pascua es una nueva oportunidad para ponerme un traje de fiesta y salir a la calle. Es una ocasión para que revivan en mí esos amores que dejo morir.

Para decirle a Jesús de nuevo que lo quiero, que saldría corriendo por las calles para encontrarme con Él en medio del camino.

Le susurro al oído que lo amo. Y quiero pasar mi vida a su lado dando esperanza a muchos.

El amor humano que vivo quiero que sea mejor, más maduro, más puro. Quiero que venza en mí la luz de la esperanza.

Que se apaguen mis gritos de rabia y rencor. Quiero que venza en mi manera de hacer las cosas y mirar al que me ha hecho daño, perdonando como lo hizo Él, desde mi cruz, desde mi dolor.

Quiero sostenerle la mirada a los vientos que golpean mi corazón. Y estoy dispuesto a correr para ver cómo su ausencia en cuerpo es signo de su presencia espiritual en mi corazón.

Así será con todos los que partan y me dejen un vacío en el alma. Con todos los que ya no caminan conmigo en la tierra y me esperan en el cielo.

Sigue siendo su presencia callada la expresión más viva del amor de Dios dentro de mi alma.

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