Su vida es un ejemplo de virtud cristiana: fue un cónsul romano comprometido, un esposo fiel, un padre devoto y un creyente que supo vivir la fe en armonía con la razón de la filosofía. El Papa León XIII autorizó su culto como santo en Italia. Lamentablemente no es un cristiano muy conocido fuera del ámbito académico.
“¿Puede un hombre casado llegar a ser santo?”
es una pregunta que muchos católicos se hacen. Parece que cuando buscan a los santos en los catálogos o en los muros de las iglesias las personas sólo encuentran hombres y mujeres con hábitos religiosos. Mayor es su decepción cuando en la Historia de la Iglesia encuentran pocos ejemplos de santos casados y padres de familia. Sin embargo hay un brillante ejemplo de vida conyugal, cristiana y académica, pues Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio tuvo virtudes notables sin haber profesado religiosamente.
El tiempo de Boecio es un remoto y poco conocido: el de la caída del Imperio romano y de los primeros reinos bárbaros germanos. Alrededor del siglo IV las tribus alemanas comenzaron a traspasar las fronteras dle débil imperio romano. Con el tiempo lograron llegar al poder y fundaron sus propios reinos. No obstante las invaciones, la cultura romana no desapareció de golpe, sino que sobrevivió en algunos hombres estudiosos.
Uno de estos hombres fue Boecio, nacido en Roma alrrededor de años 480. De familia noble, cristiana y acomodada, pudo dedicarse al estudio de la filosofía desde su juventud. Es así que entró en contacto con el mundo clásico: la Grecia inmortal de Sócrates, Platón, Aristóteles y muchos otros. Parece que tuvo la oportunidad de estudiar estas obras en un lugar de habla griega, ya fuera Atenas o Alejandría. Es por esto que Boecio se convirtió en uno de los primeros introductores de Aristóteles al mundo romano con la traducción de algunos de sus trabajos al latín.
El pensamiento de Boecio se fraguó en torno a la escuela neoplatónica, famosa en ese entonces. La lectura de las obras de Platón desde la lógica aristotélica le valió a Boecio tener las herramientas suficientes para hacer una teología que fuera analizable desde la razón y sin contradecir a la fe cristiana. Es por eso que en muchas de las obras de Boecio podemos encontrar una argumentación racional sobre un tema teológico como las naturalezas de Cristo o las relaciones de las Personas de la Trinidad.
Boecio quedó huérfano a temprana edad. Sin embargo un amigo de su familia, el noble Símaco, lo adoptó y costeó su educación. Pronto el padre adoptivo se convirtió en un participante de las discusiones teológicas , y eventualmente se convertió en su suegro cuando su hija Rusticiana se casó con Boecio. Siguiendo la tradición de su familia, Boecio llegó a ser cónsul y primer ministro de Teodorico, rey de los ostrogodos.
Es así que el filósofo pudo unir su trabajo académico e intereses teológicos con la vida matrimonial. A su tiempo Boecio fue padre de dos hijos: Flavio Símaco y Flavio Boecio, los cuales siguieron sus pasos y se convirtirton en cónsules y cristianos virtuosos.
Por un conjura palaciega Boecio fue falsamente condenado por atentar contra el poder del rey. Durante su encarcelamiento escribió una de las obras fundamentales de la filosofía medieval: La consolación de la filosofía. En esta obra Boecio se describe a sí mismo consolado por la filosofía misma, que viene a acompañarlo a la cárcel en forma de mujer venerable. A lo largo de sus páginas se puede encontrar argumentos que defienden la Providencia, la justicia y la bondad de Dios aún en los momentos más oscuros. Brevemente digamos que Boecio entiende la Providencia como el gobierno que Dios tiene del mundo, por el cual todas las cosas llegan a su finalidad y a su optimación. A veces, dice Boecio desde la cárcel, parece que la Providencia de Dios nos abandona. Pero el hecho de que el mundo y los individuos tengan reglas propias y libertad, respectivamente, no significa que Dios carezca de un gobierno supremo sobre ellas. Pues si Dios es lo único necesario, perfecto, originador y creador, distinto del mundo, entonces Dios, por superioridad guarda sobre el mundo una guía y lo lleva a su optimación, respetando las leyes naturales y la libertad individual.
Luego de su encarcelamiento, Boecio fue hallado culpable aún con la presentación de sus testimonios. Por tanto fue condenado injustamente a morir luego de una atroz tortura.
El culto de Boecio como santo fue aprobado por León XIII en 1883 dentro de la diócesis de Pavía, ciudad donde Boecio vivió en Italia y en una iglesia en Roma. El nombre de Boecio está en el martirologio romano y su fiesta se celebra el 23 de octubre. No ha tenido una canonización formal, sin embargo se le considera un autor comparable a los Padres de la Iglesia por sus enseñanzas teológicas y doctrinales.
Recientemente el Papa Benedicto XVI lo ensalzó por su manera de comprender la Providencia de Dios desde el marco de la vida humana.
Catequesis sobre Boecio por el Papa Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quiero hablar de dos escritores eclesiásticos, Boecio y Casiodoro, que vivieron en unos de los años más tormentosos del Occidente cristiano y, en particular, de la península italiana. Odoacro, rey de los hérulos, una etnia germánica, se había rebelado, acabando con el imperio romano de Occidente (año 476), pero muy pronto sucumbió ante los ostrogodos de Teodorico, que durante algunos decenios controlaron la península italiana.
Boecio
Boecio nació en Roma, en torno al año 480, de la noble estirpe de los Anicios; siendo todavía joven, entró en la vida pública, logrando ya a los 25 años el cargo de senador. Fiel a la tradición de su familia, se comprometió en política, convencido de que era posible armonizar las líneas fundamentales de la sociedad romana con los valores de los nuevos pueblos. Y en este nuevo tiempo de encuentro de culturas consideró como misión suya reconciliar y unir esas dos culturas, la clásica y romana, con la naciente del pueblo ostrogodo. De este modo, fue muy activo en política, incluso bajo Teodorico, que en los primeros tiempos lo apreciaba mucho.
A pesar de esta actividad pública, Boecio no descuidó los estudios, dedicándose en particular a profundizar en los temas de orden filosófico-religioso. Pero escribió también manuales de aritmética, de geometría, de música y de astronomía: todo con la intención de transmitir a las nuevas generaciones, a los nuevos tiempos, la gran cultura grecorromana. En este ámbito, es decir, en el compromiso por promover el encuentro de las culturas, utilizó las categorías de la filosofía griega para proponer la fe cristiana, buscando una síntesis entre el patrimonio helenístico-romano y el mensaje evangélico. Precisamente por esto, Boecio ha sido considerado el último representante de la cultura romana antigua y el primero de los intelectuales medievales.
Ciertamente su obra más conocida es el De consolatione philosophiae, que compuso en la cárcel para dar sentido a su injusta detención. Había sido acusado de complot contra el rey Teodorico por haber defendido en un juicio a un amigo, el senador Albino. Pero se trataba de un pretexto: en realidad, Teodorico, arriano y bárbaro, sospechaba que Boecio sentía simpatía por el emperador bizantino Justiniano. De hecho, procesado y condenado a muerte, fue ejecutado el 23 de octubre del año 524, cuando sólo tenía 44 años.
Precisamente a causa de su dramática muerte, puede hablar por experiencia también al hombre contemporáneo y sobre todo a las numerosísimas personas que sufren su misma suerte a causa de la injusticia presente en gran parte de la “justicia humana”. Con esta obra, en la cárcel busca consuelo, busca luz, busca sabiduría. Y dice que, precisamente en esa situación, ha sabido distinguir entre los bienes aparentes, que en la cárcel desaparecen, y los bienes verdaderos, como la amistad auténtica, que en la cárcel no desaparecen.
El bien más elevado es Dios: Boecio aprendió —y nos lo enseña a nosotros— a no caer en el fatalismo, que apaga la esperanza. Nos enseña que no gobierna el hado, sino la Providencia, la cual tiene un rostro. Con la Providencia se puede hablar, porque la Providencia es Dios. De este modo, incluso en la cárcel, le queda la posibilidad de la oración, del diálogo con Aquel que nos salva. Al mismo tiempo, incluso en esta situación, conserva el sentido de la belleza de la cultura y recuerda la enseñanza de los grandes filósofos antiguos, griegos y romanos, como Platón, Aristóteles —a los que había comenzado a traducir del griego al latín—, Cicerón, Séneca y también poetas como Tibulo y Virgilio.
La filosofía, en el sentido de búsqueda de la verdadera sabiduría, es, según Boecio, la verdadera medicina del alma (Libro I). Por otra parte, el hombre sólo puede experimentar la auténtica felicidad en la propia interioridad (libro II). Por eso, Boecio logra encontrar un sentido al pensar en su tragedia personal a la luz de un texto sapiencial del Antiguo Testamento (Sb 7, 30-8, 1) que cita: “Contra la Sabiduría no prevalece la maldad. Se despliega vigorosamente de un confín al otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo” (Libro III, 12: PL 63, col. 780).
Por tanto, la así llamada prosperidad de los malvados resulta mentirosa (libro IV), y se manifiesta la naturaleza providencial de la adversa fortuna. Las dificultades de la vida no sólo revelan hasta qué punto esta es efímera y breve, sino que resultan incluso útiles para descubrir y mantener las auténticas relaciones entre los hombres. De hecho, la adversa fortuna permite distinguir los amigos falsos de los verdaderos y da a entender que no hay nada más precioso para el hombre que una amistad verdadera. Aceptar de forma fatalista una condición de sufrimiento es totalmente peligroso, añade el creyente Boecio, pues “elimina en su raíz la posibilidad misma de la oración y de la esperanza teologal, en las que se basa la relación del hombre con Dios” (Libro V, 3: PL 63, col. 842).
La peroración final del De consolatione philosophiae puede considerarse como una síntesis de toda la enseñanza que Boecio se dirige a sí mismo y a todos los que puedan encontrarse en su misma situación. En la cárcel escribe: “Luchad, por tanto, contra los vicios, dedicaos a una vida de virtud orientada por la esperanza que eleva el corazón hasta alcanzar el cielo con las oraciones alimentadas por la humildad. Si os negáis a mentir, la imposición que habéis sufrido puede transformarse en la enorme ventaja de tener siempre ante los ojos al juez supremo que ve y que sabe cómo son realmente las cosas” (Libro V, 6: PL 63, col. 862).
Todo detenido, independientemente del motivo por el que haya acabado en la cárcel, intuye cuán dura es esta particular condición humana, sobre todo cuando se embrutece, como sucedió a Boecio, por la tortura. Pero es particularmente absurda la condición de aquel que, como Boecio —a quien la ciudad de Pavía reconoce y celebra en la liturgia como mártir en la fe—, es torturado hasta la muerte únicamente por sus convicciones ideales, políticas y religiosas. De hecho, Boecio, símbolo de un número inmenso de detenidos injustamente en todos los tiempos y en todas las latitudes, es una puerta objetiva para entrar en la contemplación del misterioso Crucificado del Gólgota.
(Catequesis del 12 de Marzo del 2008)
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