Sin embargo, por largo que sea el olvido en que haya caído su historia, su legado prevalece.
El muro se yergue como un monumento olvidado hace tiempo en honor de un hombre y un tiempo en la historia de Nueva York, cuando los católicos y los irlandeses eran brutalmente perseguidos y sus iglesias quemadas. Cada ladrillo es un testamento de la inquebrantable resistencia y la firmeza de la fe de los hombres y mujeres que permanecieron hombro con hombro frente a las muchedumbres portando antorchas y los titulares rezumantes de odio que ambicionaban la aniquilación de la Iglesia en Estados Unidos.
A principios de los años 1830, con el trasfondo de una creciente inmigración de Irlanda, empezó a exacerbarse la intolerancia religiosa y el nacionalismo. Aumentó el sentimiento de odio y la retórica racista contra la Iglesia católica y la llegada de los “papistas” irlandeses alcanzó un punto crítico, con violentas refriegas que empezaron a estallar por toda la ciudad.
Al percibir la inminente tormenta y tras los pirómanos que prendieron fuego a la iglesia de Santa María en la calle Sheriff, el obispo John Hughes decidió entrar en acción. “Dagger John” —un sobrenombre este, que podríamos traducir como “el Daga”, que se le atribuyó por su personalidad fiera y por la forma en que dibujaba una Cruz antes de su firma— era una persona a la que convenía no contrariar y que llevó la lucha directamente a la cara de quienes amenazaban a su rebaño.
En 1834, se construyó el muro alrededor de la Antigua Catedral de San Patricio y se colocaron guardias armados en el interior de su patio. Sin embargo, no fue hasta 1844 cuando las cosas llegaron a su punto crítico.
Las muchedumbres “nativistas” [quienes defienden el privilegio de los nacidos en la propia tierra frente a los inmigrantes; NdelT], después de quemar iglesias y ocasionar múltiples muertes en Philadelphia, volvieron su mirada hacia Nueva York. Se prepararon para un asalto con antorcha en mano contra la Antigua Catedral de San Patricio, pero “Dagger John” organizó entre 1.000 y 2.000 hombres irlandeses para defender cada una de las iglesias en la ciudad, colocando además francotiradores sobre los muros de la “Antigua San Pat”.
Entonces, hizo pública su causa declarando sin pestañear al recién elegido alcalde, James Harper, conocido por su postura antiinmigración: “Si una sola Iglesia católica fuera quemada en Nueva York, la ciudad se convertiría en un segundo Moscú” (en referencia al Incendio de Moscú de 1812, en el que los mismos residentes prácticamente destruyeron la ciudad para evitar dejar sus recursos a las tropas de Napoleón).
Cuando las autoridades municipales le pidieron que contuviera a sus brigadas, John respondió: “No tengo ese poder. Ustedes deben cuidar que no se les provoque”.
Algunos estaban tan decididos a ofrecer toda la resistencia posible que habrían incendiado sus propias casas y destruido la ciudad si alguna muchedumbre se hubiera atrevido a atacarles. Se sentían como rodeados de enemigos. Las mismas autoridades que debían protegerles conspiraban en su contra; de modo que estaban resueltos a protegerse a sí mismos y sus iglesias y a permanecer junto a su obispo hasta la muerte. [Most Reverend John Hughes, the first archbishop of New York – Henry Brann, 1912]
Ante esta tenaz demostración de determinación, los atacantes se retiraron, al ver que quienes defendían su derecho a la libertad religiosa y de ascendencia estaban dispuestos a sacrificarlo todo —no por odio, sino por amor— en pos de su Fe y amor por la Libertad.
Y fue a partir de este punto de inflexión en la historia de Nueva York que empezó a cambiar la marea, señalando un camino hacia delante en el que las futuras generaciones pudieran disfrutar de un culto libre.
Este muro que permanece en pie silencioso a la sombra de las torres y rascacielos que lo rodean porta el espíritu de aquellos cuyas fuertes manos lo alzaron del suelo ladrillo a ladrillo… y de un pueblo decidido a permanecer unido valientemente para defender su Fe.
La Antigua Catedral de San Patricio sigue erguida orgullosa dentro de su abrazo protector, todavía un símbolo de esperanza como el que fue cuando se colocó su primera piedra, como ha sido la Iglesia católica durante más de 2.000 años.
“Y yo te digo: ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella’”.
Mateo 16,18
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