A veces siento que soy un poco obsesivo con mis cosas. Me centro en algo. Y no puedo parar de pensar en ello. Quiero conseguirlo ya, hacerlo de forma inmediata, empezarlo lo antes posible.
Da igual lo que sea. Una cosa, un proyecto, una persona, un sueño. Dicen que luchar por lo que uno quiere es fundamental en la vida.
Tener objetivos claros y metas precisas da color a lo que hago. Es verdad. Pero quizá en ocasiones me siento como aquella ardilla de la película Ice Age que se obsesiona con conseguir su bellota.
No para de correr detrás de ella intentando alcanzarla. Pierde de vista en sus ansias todo lo demás. Solamente una cosa persiguen sus manos. El deseo de alcanzar esa bellota prometida.
Así me siento yo a veces corriendo detrás de mi bellota. Con una obsesión cercana a la neurosis. Intentando alcanzar metas imposibles. Tratando de conseguir sueños inalcanzables.
Intento llegar a las cumbres a las que nadie llega. Lo hago de forma obsesiva. Vivo centrado en aquello que deseo. ¿Me hace bien ser tan obsesivo?
Hay formas de ser diferentes. Hay personas muy calmadas a las que en lugar de sangre les corre horchata por las venas. En lugar de sentimientos tienen ideas o palabras en el corazón. Parece que no sufren ni padecen. Ni sueñan ni desean.
La vida les corre por la superficie de la piel. No tienen grandes pretensiones ni pasiones. O a lo mejor es lo que parece a primera vista en apariencia.
Creo que ser obsesivo puede llegar a ser peligroso. En ocasiones puedo dejar de ver todo lo que tengo a mi alrededor porque vivo persiguiendo mi bellota.
Paso por delante de personas, dejo de interesarme por los intereses de otros. Cuando lo que yo deseo parece tan vivo y lleno de color ante mis ojos lo demás palidece y me resulta intrascendente.
La obsesión es buena en ciertos momentos porque me lleva a no estar quieto. Me hace salir de la pereza, de la desidia, de la tristeza o la depresión. Y me pone en camino con una fuerza inusitada.
Me gusta esa forma de ver las cosas. Mis obsesiones no son siempre malas. Pueden ser muy buenas porque hacen que esté pendiente de otros en lugar de estar pendiente de mí mismo.
He decidido entonces no dejar de ser obsesivo. Bueno en realidad lo que he decidido es seguir siendo yo mismo, fiel a mí mismo.
Me dicen que no tengo capacidad para la diplomacia. Y yo entiendo entonces que eso significa ser yo mismo, seguir aquello que hay en mi corazón, mirar mi alma y obedecer. Ser fiel a mis intuiciones.
Entiendo que se trata entonces de aceptar como verdaderos mis deseos más hondos. Y reconocer que aquello que persigo es un bien para mi vida.
Lo que no quiero es dejar de mirar al lado. No quiero apartar la vista de aquellos que se detienen al borde de mi camino. Quizá no estén en el centro de mi obsesión. Pero forman parte de mi vida.
Creo que las personas obsesivas tienen en su corazón el deseo de abrazar la eternidad en el instante presente. Es como si quisieran recorrer un camino infinito con pies de barro. Y pretenden una felicidad plena antes de tiempo.
Quieren que desaparezca la tristeza que se mezcla casi siempre con la sonrisa. Quieren lo que es eterno en el tiempo que tocan.
Sé que la felicidad que ansío es sólo un pálido reflejo del cielo aquí la tierra. Está llena de abrazos y gestos. De luces y sombras. Esa felicidad que toco es una música que se filtra en mis entrañas y hace posible que el frío se convierta en calor, y el silencio en alabanza.
Por eso he decidido no renunciar a mí mismo para ser fiel al camino que Dios ha marcado en mi alma. Ha cavado Dios un surco profundo en mi alma en el que caen semillas y dan fruto. Su mano bondadosa las riega sin que me dé cuenta.
No me preocupan esas obsesiones que me llevan a luchar por conseguir lo que deseo. Aunque me pierda corriendo de un lado a otro persiguiendo sueños posibles e imposibles.
Deseo con toda mi alma abrazar al mundo entero. Retenerlo en mi corazón y permitir que estalle llenando todo de vida. Sinceramente no creo que nadie haya amado nunca demasiado. Siempre es poco lo que puedo dar con mis manos humanas tan frágiles. Es poco lo que puedo entregar cuando apenas yo mismo me poseo.
Mis obsesiones no me quitan fuerza. Me marcan un sendero. Me sacan de mi pereza y me ponen en camino. Quiero aprovechar el fuego que corre por mis venas. Soñar con que lo imposible pueda hacerse realidad entre mis dedos. Sin descorrer el velo del misterio. Sin ocultar la luz de la esperanza.
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