Dicho en un tono desenfadado las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram y WhatsApp entre las más conocidas) no siempre son un camino de rosas. Y se habla poco. Bien usadas son muy interesantes.
WhatsApp no solo es útil sino que a veces, en un grupo familiar que se debe organizar a diario, parece imprescindible. Pero si es para un grupo madres de la clase de 2º de Primaria que solo pone a caldo a las maestras, pues no. Bien usada, sin dependencias excesivas, WhatsApp es una joya.
Twitter es una plaza en la que, tras el anonimato, se vuelca mucha bilis, odio y a veces falsedades. Seguro que hay cuentas de Twitter colaborativas, productivas y, si no sirven para el enfrentamiento o el linchamiento digital, son un buen instrumento. Tengo noticia de cuentas de Twitter de investigadores, académicos y expertos, cuyo tema es el mundo digital precisamente, que aporta mucha información y matices.
Facebook, que decrece en su uso desde 2018, es una red social planetaria positiva si nos acerca a los familiares alejados entre otros muchos propósitos, pero también es una plataforma de exhibición, de lucimiento donde algunos y algunas crean un yo ideal que no existe en la vida del día a día. Además hay que señalar que existe, en paralelo a la exhibición, lo que se podría denominar la envidia social vía redes, y sobre todo en Facebook.
Algunos y algunas casi no cuelgan novedades en el muro y lo que hacen es sufrir ante el glamur y la brillantez de la vida de los demás, no creo que deba decir amigos, mordiéndose las uñas y cerrándose en la propia gris y aburrida realidad. No sé si existe un caso tan agrio pero nos lo podemos imaginar. De nuevo Facebook tiene usos informativos veraces, no todo han de ser fake news, que aportan datos sobre variadísimos temas.
Instagram es quizá, creo, la más adolescente de las cuatro redes mencionadas. Algunos profesionales presentan sus andanzas y seguro que puede tener muchos usos positivos: contarles a los demás qué hago en cada momento pero los excesos se ven a con facilidad: “De acuerdo, has ido a un restaurante muy simpático, pero por favor no me fotografíes cada plato”. A quien ha hecho este comentario se le podría contestar: “Se trata de eso, de darle color a la vida y ¡que tú lo veas!”.
Pero Instagram como en las demás redes sociales puede ser un nido de cotilleo, chismorreo y en ocasiones burlas e invenciones. Y todo este cúmulos de elementos, circunstancias, sobrecarga de información, banalidad puede llegar a cansar. Puede ser extenuante. De hecho existe este concepto en inglés: SNS exhaustion. Las redes sociales pueden ser, en su mal uso, en su uso excesivo, una sobrecarga de información, de vida social virtual, de cansancio y de estrés.
Una encuesta del centro de investigación Pew (o Pew Research) muestra que “el 61% de los encuestados se tomó un descanso de Facebook voluntariamente y otro 20% lo abandonó debido al aburrimiento, los chismes, los mensajes de amigos, mucha información y actualizaciones continuas del sistema”.
Las redes sociales no pueden ni deben sustituir la vida social cara a cara y, a la vez, pueden generar una visión del mundo frívola con todas las excepciones y matices que hemos intentado ofrecer más arriba. Pues hay usos muy interesantes. Pero además y se habla poco de este tema, las redes sociales pueden ser agotadoras y llenar de ansiedad y tristeza, cansancio e impaciencia al usuario.
Entonces hemos de hacernos esta pregunta: ¿nuestro smartphone en el bolsillo, consultado constantemente, abierto a la primera notificación, es siempre sano? Pues no, rotundamente no. Puede que algunos usen las redes sociales en un ordenador o una tableta, pero el smartphone se lleva la palma. Y hay que parar en algún momento con las redes sociales para no hacerse daño.
Sherry Turkle, una profesora de una reputada universidad norteamericana, Massachusetts Institute of Technology (MIT), ha escrito un libro que se denomina En defensa de la conversación. Y allí dice que en las redes sociales podemos desaprender las habilidades relacionales como la empatía, la amistad, la compasión, la sociabilidad si nos excedemos en su uso. Y en ocasiones sustituir las competencias sociales por incompetencias como la envidia, la susceptibilidad social y una curiosidad malsana. Existen estudios serios sobre estos temas aunque expliquemos estos temas con un estilo coloquial.
Pues bien: alguien que comienza a sentir ansiedad, estrés, cierto cansancio, agotamiento al cabo del día y nota que no puede dejar el smartphone lejos, que este móvil inteligente (no siempre) es casi una prótesis de su propio cuerpo, debe hacer examen de conciencia, debe analizarse, reflexionar y cerrar el móvil. Y descansar de redes sociales. Y repensar como lo va a utilizar en adelante para que no sea un dispositivo con el cual ya no se disfruta sino un instrumento que perjudica, que puede apartar de lo valioso de la vida.
Solo dos ejemplos: las redes sociales nos puede apartar de la meditación y el silencio que son actividades que nos construyen, que nos reparan, que nos conectan (entendido en sentido clásico) con el mundo, la naturaleza, con la paz que todos debemos cultivar en nuestro corazón. Y quizá ya entonces, serenos y desacomplejados, tendremos más y mejores amigos, más y mejores experiencias en el mundo real de las cuales vamos a disfrutar intensamente a pesar de su carácter efímero. Sí, porque no todo debe ser exhibido y/o almacenado.
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