Eso es lo que recuerda Ignacia Infante del 27 de febrero del 2010, cuando Chile fue sacudido con un movimiento sísmico que alcanzó los 8,8 grados en la escala de Richter, y que posteriormente llegaría un tsunami que abarcó las costas de las regiones de Valparaíso, O’Higgins, Maule y Bio Bio.
Algunas imágenes del 27/F a continuación (hacer click en galería):
La familia Infante se encontraba precisamente en la región de Valparaíso, donde alcanzó lo 6 grados en la escala de Richter, en la cabaña que tienen como familia y que en febrero se reúnen los hermanos, sobrinos y nietos. Ese 27 de febrero no era la excepción, se encontraban todos.
“Salimos como pudimos de la cabaña, era muy difícil sostenerse en pie por la fuerza del movimiento. No había luz, eran las 3:34 de la madrugada. Los niños lloraban, mi hijo menor tenía 3 años. Finalmente nos reunimos al centro del jardín todos y ahí rezamos; porque sabes que no hay nada más que hacer que confiar en Dios”, expresa.
El terremoto tuvo una duración de entre 4 a 5 minutos. “Fue muy largo. Cuando terminó, nos abrazamos y revisamos si alguien se había cortado por los vidrios. Prendimos el fogón del quincho y nadie más entró a la casa, sino hasta el amanecer donde vimos que la cabaña de madera estaba en pie, pero todo lo que se podía quebrar se encontraba en el suelo (…) Dimos gracias a Dios que estábamos todos juntos, hay familias que no corrieron la misma suerte”, relata Ignacia a Aleteia.
“Rezar como familia, fue lo que nos permitió estar tranquilos. En los terremotos no tienes el control de nada, solo queda esperar a que pase, pero uno sabe que Dios está contigo. Es difícil de describirlo, pero uno lo siente”, indica.
El caso más dramático se vivió en el edificio Alto Río de Concepción, el cual cayó debido a la negligencia en la construcción, ahí murieron 8 personas y más de 70 quedaron heridas; Mónica Molina es una de las sobrevivientes y relató a diario El Mercurio como fue esa noche.
“Me quedé sentada en la cama cuando comenzó el terremoto, pero de un momento a otro el edificio comienza a caer. Fue terrible, pensé que me moría cuando quedé atrapada entre los escombros; sin embargo mantuve la calma porque puse mi vida en las manos de Dios”.
La Fundación de la Iglesia que Sufre (AIS) inició de inmediato un catastro de la iglesias, parroquias y capillas afectadas que arrojó más de 60 parroquias afectadas, como Nuestra Señora de La Divina Providencia, en Santiago, que sufrió grandes daños como la caída de sus dos torres. En esa oportunidad la Fundación inició una campaña de recolección de dinero para ir en ayuda de los templos afectados y que llamó “No hay Chile Nuevo Sin Cristo”.
La sacristía de la parroquia San José Obrero en Coronel, Región del Bio Bio, cayó completamente. También la parroquia del Sagrario de Concepción sufrió importante daño en el frontis. 10 años después las iglesias mencionadas se encuentran reparadas, sin embargo aún hay capillas que esperan su reconstrucción.
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