Asia Bibi habla con Aleteia: “He perdonado a quienes me condenaron”

Su nombre se ha escrito, pronunciado y entonado miles de veces en los últimos años. Su historia, contada por los cuatro rincones del planeta. ¡Qué impresión tan extraña la de conocer a alguien sin haberla visto nunca cara a cara! Asia Bibi se ha convertido en un símbolo, el de la lucha contra la ley antiblasfemia en Pakistán. Condenada a muerte por haber bebido la misma agua que las mujeres musulmanas, tuvo que pasar diez años en prisión antes de ser absuelta.

Y aquí está, Asia Bibi. Una pakistaní madre de familia y cristiana, una mujer menuda pero de increíble fuerza, de gran resiliencia y con una fe profunda. Desde su salida de Pakistán, poca información se ha filtrado sobre su nueva vida, con excepción de su país de acogida, Canadá. Y entonces un día, llega la noticia: Asia Bibi va a venir a Francia.

Desde su llegada y durante varios días después de su encuentro con Aleteia, encadenará entrevistas y reuniones oficiales. Ha sido recibida por la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, que la ha nombrado ciudadana de honor de la Ciudad de París; el viernes se reunirá con Emmanuel Macron, por petición del Elíseo, para comunicarle su petición de asilo político.

Grabada, solicitada y fotografiada sin cesar durante varios días, Asia Bibi todavía se recupera de las secuelas de su encarcelamiento. Sin embargo, a pesar de la fatiga, sonríe incansablemente. Aunque sus respuestas son breves y a veces lacónicas, su rostro amable y cálido y su mirada profunda dan fe del camino que ha atravesado: largos años de soledad y, quizás, de desaliento.

Pero también transmite su fe, sobre la que se apoya desde su confianza y su simplicidad. Gracias a una intérprete franco-urdu (la lengua hablada en Pakistán), Aleteia se reúne con el corazón palpitante con Asia Bibi.

– Asia Bibi, ¿cuál es tu historia?

¡Mi historia ya deberíais conocerla! Pero aún hoy me parece irreal… Cristiana y madre de familia, mi oficio era, entre otros, realizar la cosecha como obrera agrícola.

De aquel 14 de junio de 2009 recuerdo todavía el calor que hacía, así que bebí agua del pozo del mismo recipiente que las demás mujeres. Dos de ellas me acusaron de haber mancillado el agua por ser cristiana. Unos días después, fui acusada de blasfemia.

Luego, fui juzgada y condenada a muerte en la horca por blasfemia en noviembre de 2009 y en octubre de 2014 el Tribunal Supremo de Lahore confirmó mi condena.

“Conservé a Dios en mi corazón. Rezaba todos los días”

– ¿Qué te pasó por la mente cuando te enteraste de tu condena?

Mis hijos. Eran muy jóvenes por entonces y sentí una pena enorme. En mi interior me decía que no era posible, que yo no había hecho nada.

– Una vez condenada, fuiste a pasar diez años en prisión. ¿Cuál era tu vida diaria?

Estaba muy aislada y hacía lo posible por ser extremadamente silenciosa. Pero, sobre todo, en cada instante conservé a Dios en mi corazón. Rezaba todos los días.

– ¿Qué te impidió hundirte?

Viví aquello como una prueba enviada por Dios. Cuando un ser humano es puesto a prueba, el deseo de triunfar, de superar el trance, es extremadamente fuerte. Supe que la oración iba a ayudarme en este sentido. Y hubo muchos signos que me animaron también.

Por ejemplo, una noche soñé que un sacerdote me hacía recitar versículos de la Biblia. Cuando abrí los ojos, recuerdo sorprenderme de no verlo. Me dije que quizás se tratara de Dios que me enviaba una señal para que intentara aprender esos versículos que serían mi apoyo. Y eso fue lo que hice. Leía los Evangelios con mucha regularidad.

– ¿Algún pasaje de la Biblia que te resultara de un apoyo particular?

Sí, las palabras que me venían sin cesar eran: “El Señor es tu refugio”. En cada ocasión, era el primer salmo que me venía a la mente.

– Tu marido, Ashiq, también ha sido un apoyo fiel…

Sí, él ha sido un pilar para mí durante todos estos años. Jamás me ha soltado la mano, a pesar de las amenazas y las dificultades. Fue él quien me informó de que una periodista, Anne-Isabelle Tollet, había sido la primera en levantar la voz en mi nombre. Fue él quien me dijo que había muchas personas interesadas en mi caso.

Fue él quien me hizo saber que el Papa rezaba por mí. ¡Recuerdo que sentí una alegría intensa! Nuestros hijos eran parte de los temas que más evocábamos. A causa de las amenazas que pesaban sobre ellos, yo no podía verlos a menudo. Le pedía con frecuencia a Ashiq que siguieran escolarizados.

– Por fin recibiste la absolución en otoño de 2019, pero una oleada de manifestaciones sin precedente te impidió salir del país en seguida. ¿Qué sentiste ante esta avalancha de odio?

Mi liberación exacerbó las tensiones de una manera espantosa. Pero lo más duro era que podía oírles. Oía todo lo que decían. Podía oírles cantar mi muerte. Por todos los medios. Sin embargo, por increíble que pueda parecer, conservé mi fuerza. Nunca tuve miedo.

– ¿Has perdonado a quienes te condenaron?

Sí, les he perdonado. He perdonado esos diez años en prisión lejos de mi familia. Desde el fondo de mi corazón, les he perdonado.

– En la celda que ocupaste durante diez años se encuentra hoy una cristiana, Shagufta Kousar, condenada a muerte tras una acusación de blasfemia…

Tiene todo mi apoyo y si mi historia y mi testimonio pueden serle de ayuda, me sentiré muy feliz. Shagufta Kausar es también madre de familia y ha sido acusada con su marido de haber enviado SMS blasfemos. Una acusación del todo inverosímil teniendo en cuenta que no saben escribir. Pero sé que están en buenas manos: Saif-ul-Malook, el mismo abogado que me defendió a mí, es quien les representa.

Más allá de Shagufta, están todas las mujeres y hombres que aún hoy están detenidos y que deben ser ayudados. Querría que el mundo se uniera detrás de esta causa para obtener su liberación, ya pertenezcan a minorías o a la mayoría. ¡Todos deben ser escuchados! Es mi lucha en la actualidad: creo que la ley antiblasfemia debe ser reformada. A eso deseo dedicar mi vida en adelante.

“Me enteré ayer de que Notre-Dame había ardido la pasada primavera, me invadió una pena tremenda”.

– Ayer recibiste la ciudadanía de honor de la Ciudad de París y también has expresado el deseo de pedir asilo político a Emmanuel Macron. ¿Por qué Francia?

Le tengo cariño a Francia porque fue desde Francia que se habló en mi nombre para defenderme. Es Francia quien me ha dado la identidad de Asia Bibi. Debo decir también que los edificios antiguos, en especial la catedral de París que ha vivido tantos siglos, me han seducido mucho. Me enteré ayer de que Notre-Dame había ardido la pasada primavera, me invadió una pena tremenda. 

– ¿Cómo contemplas el futuro?

Desearía que todos pudiéramos trabajar de la mano para reformar la ley antiblasfemia de Pakistán. En lo que concierne a mi futuro personal, mi deseo más ardiente es que mis hijas puedan tener acceso a una instrucción, que puedan crecer en un entorno educado y que puedan luchar por la equidad.

– ¿Te sientes libre?

Sigo recibiendo amenazas, pero sí, soy libre.

– ¿Qué te entristece más hoy en día?

Sentí un dolor inmenso cuando tuve que abandonar Pakistán, el país donde nací. Fue después de mi liberación y sé que Dios me mostró el camino. Pero todavía me aferro firmemente a la esperanza de que un día pueda volver a mi tierra.

– Y por el otro lado, ¿qué es lo que te aporta más alegría en la actualidad?

La mayor alegría la siento cuando me postro ante la grandeza de Dios.

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