¡No puedo con mi hijo!

En muchas ocasiones nos encontramos con madres de tres hijos que señalan que no pueden con el último hijo cuando con los demás no ha tenido problemas.

La psicología ha estudiado estos temas desde antiguo y ha descubierto que existen unos temperamentos de partida, heredados, que suponen distintos estilos de reaccionar de las personas, diferentes modos de comportarse ante las situaciones y circunstancias de la vida. Son evidencias que diferencian a unos niños de otros ya a los pocos meses de nacer.

Estos rasgos del temperamento no son determinantes, pero sí están inscritos originariamente en la naturaleza irrepetible de cada niño. Y hay que hacerse cargo, sin culpabilizarse como padres pues, ante estos niños distintos hay que educar de modo diferente.

No se puede esperar que el patrón que ha salido bien con el primero sea aplicado mecánicamente con segundo hijo sencillamente porque este segundo hijo es, o puede ser, diferente del primero.

El niño difícil

Hablemos del niño difícil que es un tema que la psicología utiliza cuando se trabaja con el temperamento. Un niño difícil no es un niño malo, es un niño distinto.

Los griegos ya hablaban de caracteres:

  • sanguíneo
  • colérico
  • flemático
  • melancólico

No es la mejor terminología en la psicología de hoy, pero acertaban en el momento de definir de estilos, formas, los modos de relacionarse con el mundo, de reaccionar, de evaluar las situaciones del entorno.

Pongámonos por ejemplo una familia introvertida con un niño que no para.  O al revés, una familia activa y vital con un niño al que tildan de soso pues no actúa con el patrón que se prevé que debe actuar.

Estos desajustes pueden ser muy acusados. A ese niño nadie le ha educado en la “sosez”.  Nació con ese ritmo lento, como un rasgo de la personalidad heredado, aunque su madre y su padre sean unas castañuelas. 

Además de los caracteres, existe mucha literatura psicológica sobre temperamento infantil. Rothbart se fija mucho en seis aspectos que afectan al comportamiento: 

  • La ansiedad, o angustia temerosa
  • La irritabilidad, o malestar
  • La capacidad de atención y la persistencia en la tarea
  • El nivel de actividad
  • El afecto positivo
  • La ritmicidad

Otros psicólogos como Buss y Plomin hablan de:

  • sociabilidad
  • emotividad
  • actividad
  • impulsividad

Pero no nos perdamos en vericuetos psicológicos porque lo que está claro que, en la mayoría de las ocasiones, los padres no deben recurrir a un psicólogo cuando sus niños actúan como lo que son, niños. 

Bondad de ajuste

¿Qué hay que hacer entonces? La psicología del temperamento infantil habla “la bondad de ajuste” que es la capacidad de los padres de observar a su hijo y hacerse cargo de su estilo para así adaptarse con inteligencia a su temperamento. En otras palabras, lo importante es hacer como padres el esfuerzo por conocer a nuestro hijo, aceptarlo cómo es para así poder educarlo de la manera más conveniente. 

Son padres que no entran al trapo, que saben medir sus palabras, sus gestos, su actitud y que saben esperar y animar a sus hijos. Son padres que, tras un proceso de aprendizaje, se hacen especialistas en manejarse con ese hijo, de ajustarse su estilo y sacar lo mejor de él. Son, insistimos, buenos observadores, capaces de leer las señales que emite el infante y actuar en consecuencia.

¿Estamos hablando de padres permisivos? No. Hablamos de padres que saben gestionar, por ejemplo, la susceptibilidad de su hijo, o que saben estimularlo para ponerlo en marcha y que han aprendido trucos cuando el niño explota.

Un niño iracundo puede ser en el futuro un profesional excelente y un mejor padre o madre si sus padres, sin ignorar la base de las reacciones irritables de su hijo, consiguen orientarlo hacia la autorregulación con prácticas como contar hasta 5, por ejemplo.

Y si es pasivo se le animará a ser más sociable, y si es algo agresivo se le deberá ayudar a ser más prudente. Pero no se puede negar ni estigmatizar los rasgos de temperamento de partida.

En ese sentido los padres deben optimizar la bondad de ajuste. Y en esa dirección hay que animar a los padres señalando que la bondad de ajuste, educativa, modeladora (siempre sutil y llena de mano izquierda) hace de los niños difíciles (término usado por los psicólogos) adolescentes muy resueltos, sociables y emprendedores.

Cuando crezcan estos adolescentes sabrán que tienen un temperamento de fondo muy emotivo, pero habrán aprendido a manejarlo gracias a lo que sus padres les han enseñado. 

Aportamos 4 principios para manejar la bondad de ajuste:

Resiliencia

Las habilidades parentales deben llevar a los padres a no auto-culpabilizarse, sino a empoderarse y a ganar en resiliencia.

Si se desarrollan las mejores habilidades parentales se logran resultados en la paciencia, el sosiego, el entrenamiento, el ensayo-error en la crianza de los hijos.

Realismo

Las incapacidades parentales son aquellas actitudes que se acumulan por rigidez en el trato con los hijos, a causa de expectativas no realistas, por impaciencia y/o acumulación de tensión

No etiquetar

Las incapacidades parentales pueden llevar a un niño con un punto de partida de temperamento difícil a convertirse en un adolescente y en adulto difícil. Es la profecía que se autocumple: “¡Eres tan raro que nadie te entederá en tu vida, niño!”

Optimismo

Las habilidades parentales en la línea de la bondad de ajuste no etiquetan ni condenan ni estigmatizan, sino que siempre contemplan salidas y mejoras con un optimismo realista basado en evidencias (no ingenuo)

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