¿Quién no ha oído eso de “San Isidro Labrador, quita el agua y pon el sol”? Pues uno de los lugares más románticos y cercano a las nubes es el poblado de Galipán, situado en la vertiente norte del tramo central de la Cordillera de la Costa, al norte de Caracas , en pleno ascenso a la cumbre del cerro El Ávila, guardián y centinela de esta capital. Se llama San Isidro de Galipán, en honor al santo patrono de los campesinos.
Cacique de leyenda e inmigrantes canarios
Este pueblo idílico, frecuentemente envuelto en neblina y rodeado de una exótica y verdísima vegetación, tiene un privilegio y una bendición: desde allí se divisa, tanto el ancho mar como la bulliciosa capital y parece como arropado por un manto de serenidad que lo defiende de los avatares que, ciudad abajo, vivimos y sufrimos a diario.
Hubo una vez una tribu llamada Caribe. Las crónicas reseñan que esos indígenas poblaron El Ávila. Y Galipán, el pintoresco y dulce pueblito incrustado en la montaña debe su nombre –según cuenta la leyenda- a un cacique indígena llamado “Galipa”.
En Galipán hay pocas casas y mucho cultivo de flores. Comenzaron los canarios hace doscientos años y de allí la vocación agrícola de sus habitantes. Es una zona decretada como Parque Nacional. Los galipaneros han luchado mucho por conservar su ambiente.
Galipán tiene su duende
Galipán tiene historia y tiene “duende”. El movimiento político conocido como “La Galipanada” refiere al frustrado movimiento ocurrido el 17 de agosto de 1858. Los protagonistas fueron grupos que se rebelaron contra el gobierno del General Julián Castro y fueron derrotados.
En 1955 se construye un hotel que hoy es emblema del Avila, el “Humboldt”, hecho que definió la evolución del pueblo de Galipán hacia el futuro. Posteriormente, se instaló red eléctrica y la dinámica de la vida allí se transformó pues ya no se alumbraban con velas, sus comunicaciones mejoraron y con ello la calidad de su vida.
Galipán, ciertamente, tiene dos duendes que lo cuidan, personajes enigmáticos y carismáticos: el famoso médico alemán, doctor Knoche, inventor de un famoso líquido para momificar cadáveres cuyo secreto se llevó a la tumba dejando en el misterio científico cómo es que lograba preservarlos de la descomposición, método el suyo que habría puesto verdes de envidia a los mismísimos egipcios de la antigüedad. Todavía está allí el Mausoleo de las Momias y todavía los pobladores juran y perjuran que lo ven por allí…
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“Bajó Pacheco!”
El carisma de Pacheco, un personaje típico galipanero, floricultor que vivió en Galipán y bajaba del Avila cuando el frío de la época navideña pegaba fuerte. Descendía a Caracas por el Camino de Los Españoles, serpenteando el Avila, entrando por la Puerta de Caracas, lugar que se conoce con ese nombre en La Pastora, caraquenísima parroquia del oeste capitalino, considerada en tiempos pasados como uno de los accesos más utilizados para llegar a la ciudad. Pacheco aprovechaba de vender sus flores frente a la iglesia y luego pasaba al contiguo San José, en el otrora famoso y concurrido Mercado de las Flores. Cuando llega el frío decembrino, los caraqueños repiten: “Llegó Pacheco” y sacan sus abrigos. Así quedó para siempre.
Aventura para el alma
En Galipán hay hospedaje, posadas y cabañas, desde donde puede observar el litoral central en el estado Vargas, en el llamado “El Picacho”; tanto como –si se mueve un poquito- la mejor y más espectacular vista de Caracas. Su propuesta gastronómica es deliciosa, sencilla y en ambiente campestre y familiar con excelente clima. El pionero de la gastronomía en Galipán fue Juan Manuel Bereciartu, un vasco simpatiquísimo que fundó “Casa Pakea” hace ya muchos años. Ese lugar era llegadero obligado para todo el que subía a Galipán.
Una opción estupenda para huir de la civilización y vivir una “aventura para el alma”, como diría Alvaro Montenegro, cronista turístico y viajero incansable por las rutas venezolanas. Relata que llegó “al famoso merendero Galipán, donde venden los mejores sándwiches de pernil que se puede imaginar. Este lugar se llama “La Chivera”, por un potrero de chivos que allí existía. Resulta que este negocio comenzó con un horno de pan, donde preparaban la comida que vendían a los obreros de la construcción del hotel Humboldt”.
En Galipán hay romanticismo, silencio, recorridos a caballo y retiro para enamorados en un marco de parajes idílicos y hermosos. Es un lugar, sencillamente, encantador. Bastarán 20 minutos y un vehículo de doble tracción para llegar a un verdadero paraíso bendecido por Dios y “vigilado” por San Isidro Labrador.
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