Haga click aquí para abrir el carrusel fotográfico
La historia del tabaco, más allá de sus propiedades adictivas y los prudentes alertas que rodean su consumo, es una historia que se remonta a la América precolombina. Está establecido que el centro de su origen fue entre Perú y Ecuador en cuyas zonas andinas aparecieron los primeros cultivos hace unos 5.000 años. Luego, su prestigio se asentó en Centroamérica y el Caribe. A la llegada de los conquistadores, ya se consumía el tabaco por toda América. De hecho, es un producto vegetal netamente americano.
El tabaco no sólo se aspiraba en forma de humo, sino que se masticada, se comía, se untaba sobre la piel, servía para aliviar los ojos y se hacían enemas con él. Era como abono cuando se esparcía en los campos antes de la siembra y un afrodisíaco se se derramaba sobre los cuerpos de las mujeres antes de las relaciones sexuales.
Los temores de la Inquisición
El tabaco fue conocido por los europeos en 1492 con ocasión de la llegada de Cristóbal Colón y sus expedicionarios al Caribe en su primer viaje, según el relato del cronista Bartolomé de Las Casas (1561):
«…Siempre los hombres con un tizón en las manos, y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas metidas en una cierta oja, seca también, á manera de mosquete hecho de papel, de los que hacen los muchachos la pascua del Espíritu Santo, y encendido por la una parte del por la otra chupan, ó sorben, ó reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así, diz que, no sienten el cansancio. Estos mosquetes, ó como los llamaremos, llaman ellos tabacos»
Los primeros cultivos de tabaco realizados por los españoles existían hacia 1530 en territorio de la isla de Santo Domingo. Rodrigo de Jerez, compañero de Cristóbal Colón, casi no echa el cuento: a su vuelta a España, fue encarcelado por la Inquisición acusado de brujería, ya que solo el diablo podía dar a un hombre el poder de sacar humo por la boca.
En América, en cambio, los aborígenes acostumbraban soplar tabaco sobre el rostro de los guerreros para asegurar el triunfo en combate. Por orden de Felipe II, el médico y botánico Francisco Hernández de Boncalo, fue quien llevó las primeras semillas de tabaco a España en 1577. Estas semillas fueron plantadas en los alrededores de Toledo, en una zona llamada los Cigarrales porque solían ser invadidas por plagas de cigarra. Allí se inició el cultivo de tabaco en Europa y, por este motivo, algunos historiadores asocian el nombre de cigarro con estas fincas.
Pero es en las regiones tropicales americanas donde el tabaco logra mayor calidad.
El “tacto” cubano
En Europa suelen llamarlos puros –no procesados como el cigarro- o tabaco como en República Dominicana o en Nicaragua. Pero el habano es sinónimo de calidad porque el 100% del tabaco que los compone es cultivado y manufacturado en Cuba tras múltiples y severos controles tanto a nivel del proceso agrícola de cultivo, fermentación, secado, e inclusive añejamiento. El desarrollo es completamente artesanal.
No sólo en Cuba se produce tabaco, pero por algo a todo tabaco se tiende a mencionar como “habano”.
Se hacen estrictamente a mano y tienen un ligero sabor dulce pues contienen más azúcar y menos nicotina. Es excelente, sin aromatizantes y su gusto puede ser suave, penetrante, fuerte o discreto, lo que depende de varios factores en el protocolo de preparación. En Cuba se esmeran en la confección la cual se muestra a los visitantes, se les enseñan las hojas y pueden apreciar cada uno de los pasos.
PanamericanWorld recoge las palabras de una trabajadora cubana del área del tabaco, Milagros Díaz Baró, para quien «no existen hojas malas, si el tabaquero sabe lo que hace y lo hace con calidad».
La presentan como una experimentada torcedora tiene su puesto de trabajo en la tienda Habanos del Hotel Nacional de Cuba, y allí realiza el proceso de confección de tabacos artesanales para visitantes y aficionados a los puros. Y asegura: “El mejor tabaco es el que se cosecha en Pinar del Río. Esa es una zona tabacalera, de la cual sale el mejor tabaco del mundo por la calidad de la tierra y el clima, ya que este hace que las hojas se desarrollen en perfecto estado, con buena elasticidad y sabor. Desde su siembra hasta su recogida, es un tabaco especial.”
Ciertamente, la región más tradicional en Cuba por su producción tabacalera es Vueltabajo, ubicada entre los ríos Hondo y Cuyaguateje en la provincia de Pinar del Río, la más occidental del archipiélago cubano. Allí tienen la mayor producción de tabaco, lo que la hace el centro de la industria del cigarro, con el 80% de la producción total. Hoy, existe un moderado desarrollo industrial, con un conglomerado fundamental de fábricas de diversos tipos.
También consultó el mencionado portal a Héctor Luis Prieto Díaz, productor de tabaco de sol, quien hizo hincapié en la manera de trabajar.
“El tabaquero – explica- debe saber trabajarlas hasta sacar lo mejor de las hojas. En las manos nosotros tenemos el tacto, ya eso te va dando la cantidad de hojas que puede tener un tabaco, porque no todas las hojas tienen el mismo espesor. Y hay que saber escoger cuáles hojas sirven para el relleno, para las capas, cuál sirve para el tabaco de regalía, o para lograr determinado sabor. En Cuba tenemos una tradición propia con la producción de tabaco que no encuentras en otro país.”
«La Habana sabe a ron y huele a Habano»
Cuba produce la mejor hoja de tabaco del mundo, debido al suelo y al microclima. Ese es el «secreto» más propio y menos guardado del tabaco que sale de la isla.
La sección Status -de la revista Economista.es– destacó los 5 mejores habanos del mundo en crónica de María Sempere. Los expertos y sommeliers cubanos coinciden en que el denominado Montecristo No. 4 encabeza la lista. El más prestigioso del planeta debe su nombre y las espadas que distinguen su sello al Conde de Montecristo, el personaje de la novela de Alejandro Dumas.
Siguen el Siglo V de Cohiba, Sir Winston de H-Upmann y Lancero de Cohíba. El mandatario cubano Fidel Castro los ofrecía sin falta a sus visitantes ilustres y altos mandatarios invitados, lo cual era muy bien recibido debido a la increíble fama alcanzada por estos puros, caracterizados por su intenso y cremoso sabor con aroma a café combinado con toques de madera.
Dicen que los de Honduras son los más caros y los de Florida (USA) los más lujosos. Pero la reputación de los cubanos es difícil de superar.
La «hierba de la reina»
Su extensión por el continente europeo fue gracias al embajador francés en Portugal Jean Nicot (1530-1600), en cuyo honor se introduce la denominación Nicotiana en su clasificación de Botánica. El tabaco se empezó a utilizar para tratar diversas patologías de miembros de la corte francesa. Se popularizó al, supuestamente, «curar» a Catalina de Médici (esposa de Enrique II) de unas migrañas, por lo que se le denominó «hierba de la reina»; y el botánico flamenco Carolus Clusius aseguró que «el tabaco es un remedio universal, para enfermedades de todo tipo».
Sobre todo en forma de cigarro el producto es perjudicial si se cae en el tabaquismo, que es la adicción al tabaco por efecto de la nicotina, una substancia narcótica. Por ello es indispensable la debida, masiva y oportuna información acerca de sus componentes perjudiciales y sus potenciales efectos nocivos.
Pero, en realidad, el tabaco no constituyó un problema de salud sino hasta la Revolución Industrial, momento en el que comenzó la producción masiva, la publicidad y, con ellas, el consumo desmedido en forma de vicio. No suele ser el caso del que disfruta un habano, generalmente después de una buena mesa. Ideal para compartir un buen rato de charla distendida, es decir, durante lo que llamamos sobremesa. Es un elemento universal de ese distendido momento. El Habano es la guinda fantástica.
Sobrio y mágico es el efluvio de estos «mosquetes», como los llamó Fray Bartolomé de Las Casas. Su consumo debe ser selectivo y comedido, no desordenado y desenfrenado. Tiene sus horas y su rito. Es la forma de disfrute de quienes, en verdad, saben de buen tabaco.
Publicar un comentario