El conmovedor encuentro con la señora Lidia Maksymowicz se llevó a cabo brevemente en el patio de San Dámaso al finalizar la Audiencia General de este miércoles.
La señora Lidia nació en Bielorrusia. Cuando era niña fue deportada a este campo de concentración en donde vivió por tres años. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial Lidia fue adoptada por una familia polaca.
En diversas ocasiones, la sobreviviente del holocausto ha compartido su testimonio que relata como un tiempo en prisión en el que pasó hambre y tuvo terror de los médicos.
Maksymowicz es la protagonista de el documental titulado “70072, la niña que no sabía odiar (“70072, la bambina che non sapeva odiare”).
En diversas ocasiones, el Papa Francisco ha lamentado la tragedia del holocausto y ha expresado su cercanía y oración a las víctimas, a quienes ha podido encontrar en distintos momentos.
El 27 de enero de 2021, aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, el Papa se sumó a la “la Jornada de la Memoria” en la que se recuerda todas las víctimas de la Shoah y todas las personas perseguidas y deportadas por el régimen nazi.
“Recordar es una expresión de humanidad. Recordar es signo de civilización. Recordar es condición para un futuro mejor de paz y fraternidad”, dijo entonces en un video mensaje el Papa.
El Santo Padre visitó el campo de concentración de Auschwitz en julio de 2019 durante su viaje a Polonia para clausurar la Jornada Mundial de la Juventud.
Auschwitz se localiza a 70 kilómetros de Cracovia y se divide en dos instalaciones, Auschwitz I y Auschwitz-Birkenau.
Auschwitz I se construyó en 1940 como centro de detención de prisioneros de guerra polacos ante la saturación de las cárceles. Tras los prisioneros de guerra, llegaron otros prisioneros: políticos, de conciencia, miembros de minorías étnicas y religiosas, principalmente gitanos y judíos.
El campo de Auschwitz-Birkenau se construyó en 1941 a 3 kilómetros de Auschwitz I y estaba especialmente diseñado para el exterminio masivo de los prisioneros. Sus cámaras de gas y hornos crematorios tenían capacidad para asesinar a 2.500 prisioneros de forma simultánea.
Durante los años que duró la Segunda Guerra Mundial también murieron en los campos de concentración fieles católicos, sacerdotes y creyentes de otras religiones.
Entre los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz se encontró San Maximiliano Kolbe, sacerdote franciscano conventual que murió mártir al ofrecer su vida a cambio de la de un padre de familia condenado a muerte.
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