Sabina vivió a principios del siglo II. Nació en el seno de una familia noble y estuvo casada con el senador Valentino. Su conversión al cristianismo se atribuye a la influencia de su esclava siria, una mujer llamada Serapia. De acuerdo a las Actas del Martirio -una fuente histórica problemática-, fue a través de Serapia como Sabina empezó a frecuentar la comunidad cristiana de Roma en tiempos del emperador Adriano. Esto la forzó a ocultarse en las catacumbas, ya que la práctica del cristianismo fue proscrita una vez más y los cristianos nuevamente eran perseguidos.
Durante la persecución, hacia el año 126, Serapia es apresada y condenada a muerte por su fe. Se cree que solo unas semanas después Sabina corrió la misma suerte. Fue presentada ante el prefecto de Roma, Helpidius, quien le dio la oportunidad de salvarse si abjuraba de Cristo, a lo que la Santa se negó. Cierta tradición ha recogido sus palabras: “Cristo es mi Dios, sólo a él sirvo y adoro”. Por esta reacción, considerada una afrenta, Sabina fue decapitada y sus bienes confiscados.
En el año 430, sus reliquias fueron colocadas en la basílica que lleva su nombre, ubicada en Monte Aventino, lugar donde Serapia y Sabina habían sido martirizadas. Los restos de ambas mártires reposan bajo el altar mayor.
En el siglo XIII, el Papa Honorio III entregó la iglesia de Santa Sabina a la Orden de Santo Domingo. Se trata de un templo muy conocido por su belleza, considerado un aporte singular a la historia del arte.
La fiesta de Santa Sabina se celebra el 29 de agosto.
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