“Hoy la arrogancia, mañana la vergüenza: la sabiduría vive con los modestos”. (Proverbios 11)
Desde el primer momento lo tuve claro, no solo se trataba de escribir historias, anécdotas, testimonios. Eso podía hacerlo con facilidad, desde niño me apasiona escribir, contar relatos, compartir mis descubrimientos. Tampoco se trataba de publicar artículos en Aleteia o editar mis libros de crecimiento espiritual y tenerlos impresos. Eso no me convertía en un autor católico. Faltaba más, no era tan simple.
Es como cuando te dicen que debes amar a Dios, pero, ¿cómo vas a amarlo si no lo conoces? Primero has de conocerlo y esto te hará amarlo. Quien conoce a Dios no puede menos que amarlo y agradecer tanta bondad y misericordia.
Para mí, existían algunos requerimientos indispensables. ¿El más importante? Llenarnos de Diospara poder llevarlo a los demás.
Tendría que conocer mejor mi fe, vivirla y para ello tenía la ayuda de sacerdotes amigos que me daban dirección espiritual, devoraba el Catecismo de la Iglesia Católica, cientos de libros de espiritualidad, las biografías de los grandes santos de nuestra iglesia y por supuesto la santa Biblia, que tenía abandonada y empecé a leer.
Desde entonces le sugiero a los católicos leer sus Biblias, para que puedan escuchar a Dios y conocer sus Promesas.
Sabía que debía confiar en Dios y su Providencia, esforzarme por dar ejemplo. No podía escribir sobre nuestra fe en el catolicismo si no la practicaba, si no iba a misa, si no perdonaba ni actuaba con Misericordia.
Todo esto fue ocurriendo a medida que caminaba en este proyecto de vida.
Había una exigencia adicional, una de los más importantes y que estaba muy lejos de poder cumplir, no sé si a ti te ocurrirá igual: “La Humildad”.
Dios se complace en los humildes y los llena con gracias abundantes. le hacen sonreír y les muestra el camino al Paraíso.
Esto lo supe cuando empecé a escribir mis primeros libros. Le pedí a un sacerdote al salir de misa que me hiciera el favor de leerlos, para cerciorarme de que no tenían errores de doctrina.
Sugirió llevarlos al Arzobispado para que el Censor Eclesiástico los leyera y me dieran el IMPRIMATUR.
Aquello me pareció muy engorroso. Le pedí nuevamente que los leyera. Yo quería publicar ya mis libros sin tener que esperar tanto. Entonces me dio las palabras que lo cambiaron todo y me siguen aún en el camino de la vida, sobre todo cuando el orgullo me quiere hacer daño.
El sacerdote notó que estaba inconforme. Me miró con serenidad y respondió:
―Si eres humilde lo harás.
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