La historia de Joel: De las drogas y el sexo, a ser padre de familia y misionero

Joel de Loera pasó del infierno de las drogas, el satanismo y la adicción al sexo y las mujeres, a ser hoy un padre de familia numerosa y líder entre los hispanos católicos en EE.UU.

Su historia es un milagro de conversión, lograda por la fuerza del Espíritu Santo. Las oraciones de su abuelita y su madre lo rescataron de ese infierno que lo tenía muerto y condenado en vida.

Hoy tiene varias promesas que cumple con la ayuda y la gracia de Dios: ama a su esposa, tiene solo ojos para ella, ama a sus seis hijos y los educa en la fe católica y conquista almas para Dios para llevarlas al cielo.

Un día Dios le permitió ver  todo el daño que había causado en su familia con vicios y su mala vida, como en una rápida película, todo el daño que causó en las almas y familias de sus amigos con su mal ejemplo y adicciones. Por eso ahora no pierde más el tiempo y quiere ganar almas para Cristo.

Es la historia impactante de Joel de Loera que pasó de estar en la lista del libro del infierno, a ir escribiendo su nombre en el libro de amor de las promesas de Dios. 

Joel, háblanos un poco sobre ti.

Mi nombre es Joel de Loera, nací en la ciudad de Oklahoma (EE.UU.) y soy el más chico de dos hermanos. Mis papás son de México, mi papá de Aguascalientes y mi mamá de Jalisco, y ellos vinieron a los Estados Unidos a finales de 1970. Crecí en un hogar en donde se practicaba la fe católica, quizá no muy fervientemente, pero sí íbamos a misa y rezábamos el Rosario.

Cuando regresé a la Iglesia estudié teología y tengo una licenciatura en Estudios Teológicos y una maestría en Teología Pastoral. Me dedico a servir en la Iglesia. Actualmente soy el director del Apostolado Hispano en la diócesis de Arlington (Virginia) y he fundado diferentes ministerios, en diferentes lugares. Y estoy muy activo en las redes sociales, junto con mi esposa, en nuestro ministerio Amor y café, un matrimonio católico enamorado.

¿Cómo fue tu niñez y adolescencia?

De niño siempre quise ser futbolista, actor y músico. De pequeño siempre jugué futbol, mi papá es fan de las Chivas y yo igual. Y también soy muy apasionado de la música porque mi papá y mis tíos son músicos. Como te decía, íbamos a misa, pero no había una intimidad con Dios, una relación personal con Jesucristo. 

Estaba en México cuando entré a la preadolescencia (11 años) y me empecé a desbalagar al ser víctima del bullying porque mi español no era perfecto. Fue un choque cultural completo y no recibí apoyo de nadie, ni de mis papás ni de mis maestros.

Y como ya no quería sufrir ese acoso en la escuela, un día me eché la pinta y terminé en un parque con otros niños que también habían hecho lo mismo, pero que eran mayores que yo. Estaban tomando cerveza, fumando, escuchando música rock y me invitaron a estar con ellos. Acepté y me introdujeron a todo lo que es la mala vida, la vida promiscua. 

¿Cuánto duró esto y cuáles fueron los cambios?

Esto duró más o menos un par de años antes de que mis papás se dieran cuenta. Me vestía de negro, tenía veladoras negras, escuchaba rock satánico, jugaba con la ouija, el vudú. Sentía que finalmente pertenecía a un grupo, así que seguí en ese estilo de vida.

En una ocasión, jugando la ouija, dije: “Si tú me das la fortaleza para defenderme de estos agresores, yo me voy a dedicar a esto toda la vida”. Así que recuerdo que en una ocasión, regresando a clases, uno de esos agresores me empujó, pero me levante y lo golpeé; todos se dieron cuenta y me felicitaron. Desde entonces me empezaron a respetar. Y yo creí que era gracias a la vida oscura que estaba comenzando. Y me empecé a meter más y más. 

Cuando tenía 14 años nos regresamos a Oklahoma, entré a la escuela y lo primero que hice fue buscar amistades parecidas a las que tenía en México, solo que en lugar de cigarro fumaban mota. Seguí jugando fútbol pero poco a poco perdí el interés, al grado de que el coach me echó del equipo porque olía a marihuana.

Era mujeriego y consumía diferentes drogas. Me iba a campamentos, hasta por un mes, en donde pasaba de todo: drogas, orgías y así fue mi vida prácticamente durante toda mi adolescencia. Trabajaba, pero a donde iba, el ambiente era siempre de fiesta, de drogas.

A los 16 años decidí dejar la escuela, me salí de la casa y me fui a vivir con una chica que era mayor que yo; llevaba una vida completamente desenfrenada. En cada una de estas etapas lo común era el sentimiento anticatólico y mi odio hacia la Iglesia. 

¿Y tus padres?

Me escondía de mis papás, pero mi mamá iba a un grupo de oración y ella comenzó a orar, a meterse en la Iglesia. En una ocasión estuvo delante del Santísimo y le dijo: “Señor, aquí te entrego a mi hijo. Si Tú quieres sanarlo, sánalo. Si te lo quieres llevar, llévatelo, pero por favor ayúdanos”.

Mi familia era un infierno. Mi hermana estaba deprimida porque mis papás no le hacían caso, porque siempre estaban peleando conmigo. Mis papás hicieron de todo para rehabilitarme. Mi papá también estaba mal y estaban a punto de divorciarse. Los vicios afectan a toda la familia y por eso mi familia estaba sufriendo. 

¿Encontraste felicidad?

Yo estaba buscando la felicidad. Quería escaparme del bullying en un círculo vicioso que, entre más me metía, más sentía ganas de escaparme. Estaba buscando a Dios en el lugar equivocado y esa es la definición de pecado. Mi corazón estaba intranquilo, no descansaba. Buscaba descansar en sexo, en mujeres, en drogas, pero era una felicidad temporal y falsa. 

¿Cuánto tiempo duró este infierno?

Por sobredosis fui a dar al hospital y el doctor me vio tan mal, que les dijo a mis padres que era probable que yo tuviera SIDA. Los vi sufrir y, aunque algo me movió, no fue ese el momento de mi conversión. Fueron casi 10 años de infierno total y por la gracia de Dios estoy aquí. 

¿En qué momento llegó tu conversión?

Tuve una conversión a muy temprana edad, a los 21 años, y sigue siendo un camino de todos los días. Y fue por la gracia de Dios, porque yo no tenía el plan de dejar esa vida. Como al hijo prodigo, Dios me dio dones, talentos, aspiraciones y yo fui y lo despilfarre en una tierra lejana al corazón de Dios, lejana a mi familia. Ahí fue donde toqué fondo, donde recapacité. Y fue por medio de un retiro al que mi madre me forzó a ir. 

Mi abuelita acababa de fallecer en México y cuando me enteré quería llorar, pero no podía, no me salían lágrimas, estaba adormecido. Mi mamá me dijo: “Hijo, tengo que ir a México a sepultar a tu abuelita y a ella le daría mucho gusto que tú asistas a un retiro que habrá este próximo sábado. Si vas, te ayudo a pagar tu coche”.

Me dio el sentimiento de culpa y fui al retiro de renovación carismática con mi papá. Cuando entramos el coro estaba tocando alabanzas y los vi tan alegres que dije: “¡Qué se fumaron! Yo quiero estar como ellos”. Lo dije en forma de burla porque yo no podía estar feliz sin consumir alguna sustancia.

Y mírame ahora, también soy un loco, el Espíritu Santo ha obrado en mi vida, me ha rescatado de una vida pecaminosa. Creo que las personas que están lejos de Dios también hacen oración, aunque no lo sepan. Cuando uno tiene esos anhelos Dios escucha.

Así que cuando vi a los del retiro y dije que quería estar como ellos, Dios me escuchó y en ese retiro me dio una dosis del Espíritu Santo. En ese retiro comencé  a transformar mi vida para Cristo. 

¿Cómo fue esa dosis del Espíritu Santo y qué provocó en ti?

En el retiro había un diacono que tenía diferentes dones y, antes del almuerzo, se detuvo a orar por mí. Empezó a detallar todo por lo que yo estaba pasando. Le pidió a la gente que se pusiera de pie, que oraran por mí y todos comenzaron a hacerlo.

Yo quería escapar porque era incrédulo, pero respiré profundamente y fue cuando Dios utilizo ese momento para soplar sobre mí. Sentí una paz instantánea y comencé a recordar mi vida.

El Señor me reveló como mis padres, y otros padres cuyos hijos fueron influenciados por mí, estaban viviendo un infierno gracias a mí. Entonces dije: “Jesús, si tú realmente existes,  ayúdame, entra en mi vida, cámbiame”.

En ese momento empecé a sentir calor por todo mi cuerpo, a llorar, a gritar y sentí como la droga comenzó a salir por mis poros, porque mi lengua siempre estaba adolorida y mi nariz sangraba por tanta droga. Todo mi cuerpo tenía dolor cuando no me drogaba, pero después de la oración me sentí como un bebé, me sentí nuevo y le dije a mi papá que tenía mucha hambre. Yo no comía nada y cuando empezaba a sentir taquicardia me tomaba un vaso de leche para cortar la sustancia.

Ahí comenzó un cambio enorme. Estaba ansioso por llegar a la casa para fumar, pero en cuanto llegué y lo tomé una voz interior que me dijo: “¡No, no lo fumes!” Y no lo hice. Esto fue un 17 de junio del 2006 y ese día lo tengo guardado en mi corazón porque fue el día que el Señor me tocó, me llamó.

Sentí un llamado muy personal, sentí que el Señor me decía: “Joel, así como tú has arruinado la vida a muchos jóvenes y muchas familias, ahora tienes que ir con muchos jóvenes y muchas familias a llevarles mi mensaje de amor”. Desde entonces comenzó el proceso. 

¿Y la adicción al sexo?

No podía superar el ser mujeriego y seguía sin aceptar el catolicismo. Mi padre me insistía, pero yo le decía: “Sí quiero ser casto, pero todavía no”. Quería andar con muchas chicas. 

¿Cómo encontraste el verdadero amor?

Un día un amigo me dijo: “Tengo una amiga que te quiero presentar, acaba de llegar de México”. Me la presentó, salimos, pero la chica no podía ir sola conmigo, llevábamos a su hermanita. Yo no quería lidiar con eso y un día su mamá le dio permiso de salir sola y yo esperaba la ocasión para ir más allá, pero cuando la abracé me dio un fuerte codazo y me dijo que no, que apenas nos estábamos conociendo.

Me di cuenta que era una mujer diferente, que se daba a respetar y que valía la pena. Le llamé, le pedí perdón, la invité a salir y le pregunté que si quería ser mi novia, pero no aceptó, lo hizo hasta la tercera vez que se lo pedí.

En ese primer día de noviazgo le dije: “Te amo, me quiero casar contigo, quiero que tengamos muchos hijos y te voy a llevar a Europa” y ya se lo cumplí (risas). Dos años después de un noviazgo casto, nos casamos.

La castidad de ese noviazgo fue gracias a ella, y no es que haya estado muy metida en la Iglesia, porque fue hasta un retiro, al que asistimos juntos, que ambos empezamos a escuchar del valor de la castidad y empezamos a acercarnos a la Iglesia para hacer las cosas bien.  

El primer año de matrimonio fue difícil porque ambos teníamos heridas, ella estaba deprimida por el divorcio de sus padres y yo había dejado las drogas. La veía sufrir y quería ser su salvador desde que éramos novios, quería rescatarla. No nos entendíamos del todo, teníamos mucha falta de comunicación y, además, su familia no me quería porque sabía de mi pasado.

A la menor discusión, Nora, se encerraba en la habitación y nos ahogábamos en un vaso de agua. Pero gracias a Dios tuvimos un buen director espiritual y el deseo de ser un buen matrimonio, un matrimonio exitoso en el que estuviéramos siempre enamorados, viviendo el amor de Cristo. Ahora vamos para 14 años de casados, somos un matrimonio abierto a la vida y tenemos seis hijos. 

¿Cómo vives la castidad?

Es una lucha de toda la vida, porque me llegan imágenes, memorias, pero en la medida que voy madurando en la vida cristiana, lo voy superando, porque sí es posible. Las herramientas que más me han ayudado son: contemplar la pureza y la belleza de la Virgen María y rezar el Rosario.

Con cada misterio mi corazón empieza a calmarse y eso me ayuda no solamente con la ansiedad sexual, sino con las tentaciones de regresar a la droga. Gracias a Dios tengo una mujer que ha sido muy paciente conmigo, que me ha ayudado. Desde el comienzo los dos hemos estado atentos al compromiso de respeto con una buena comunicación. 

¿A través de “Amor y café” comparten lo que Dios ha hecho en sus vidas?

Así es. Ahora nos toca compartir lo que Dios ha hecho en nuestras vidas, lo que hemos hecho mi esposa y yo a través de “Amor y Café: Un matrimonio católico enamorado”. Ahí compartimos artículos, videos, podcast, imágenes; compartimos todo lo que hacemos como matrimonio, lo que hacemos como familia.

La oración siempre ha sido fundamental, vamos a misa todos los días, rezamos la liturgia de las horas, los niños saben rezar el rosario por si solos, y es algo que han sabido desde pequeños, porque ese fue nuestro compromiso desde el comienzo del matrimonio.

Siempre hemos tenido la oración como fundamento y la hacemos aunque estemos peleados porque tenemos un ritual del perdón. Nuestros hijos están enamorados de Dios, son músicos, juegan fútbol y todo esto lo compartimos en las redes sociales.

No somos perfectos, pero queremos animar a los jóvenes, a los matrimonios a que lo vivan así, porque Jesús vino para darnos vida en abundancia y esto se refiere a cada área, no solo a la espiritual.

¿Cuáles son los talentos de tu esposa?

Nora tiene muchos talentos, pero el que se le da con facilidad es el ser educadora, el estar con los niños, la paciencia y la creatividad. Nora no estudio para esto y es algo que se le da muy natural.

Aparte, cocina delicioso y sabe hacer de todo, además de que tiene el don de la oración, su oración siempre toca el corazón y sabe predicar muy bien. Cuando ella habla todos están atentos y comparte sus talentos con los demás. 

Para Seguir el Matrimonio de Joel de Loera y su familia visita este link

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