Incluso en las zonas más pobres de la capital, uno de cada cuatro niños presenta niveles alarmantes de desnutrición
Desde enero de 2010, cuando un terremoto sacudió Haití, comenzó en este país una tremenda deriva alimentaria que se ha visto acompañada del caos político y de la violencia desatada por bandas de delincuentes que lo ha sumido en la miseria más absoluta.
El representante del Programa Mundial de Alimentos de la ONU en Haití, Jean-Martin Bauer, alertó – en una entrevista con la agencia alemana DW– sobre el inminente peligro de hambruna en el país más pobre del hemisferio y uno de los más pobres del planeta.
La escasez general de alimentos ha sido «impulsada» en los últimos meses por la violencia callejera; la ola de secuestros y actos de barbarie perpetrados por bandas que se disputan todo. Desde la distribución de droga hasta la de alimentos procedentes de la ayuda humanitaria de entidades como la ONU.
Y por si los fenómenos internos y las catástrofes naturales fueran poco, Haití –como buena parte de los países pobres del resto del mundo—se ve aquejado por la guerra desatada en Ucrania pues, según Bauer, la nación antillana depende 50 por ciento de la importación de alimentos.
En casos como el arroz, un alimento básico en la dieta de los haitianos, la dependencia de la importación aumenta y llega al 80 por ciento. Y a ello se auna la escasez de combustibles, la tremenda inflación y el caos político: tras un año y dos meses del asesinato del presidente Jovenel Moïse, nadi sabe qué poder real tiene el Gobierno.
Un millón de personas no tiene qué comer
Bauer dijo a DW que gran parte de los alimentos de Haití vienen de Estados Unidos, y muy poco de Ucrania. Sin embargo, la crisis en Ucrania tiene “un efecto dominó”, pues han aumentado en todo el mundo y esto lleva a una inflación interanual en Haití de 25 por ciento en comparación con el 2021 y un aumento de 50 por ciento en la canasta básica en el mismo período.
La combinación ha resultado letal para los haitianos que, por miles, han tenido que huir del país hacía destinos tan remotos como Chile o, desde luego, Estados Unidos. En México se han convertido en uno de los grupos de migrantes más populosos, junto con los “nuevos” migrantes: los venezolanos y los nicaragüenses.
La inseguridad general se ha cebado en los barrios periféricos de la capital, Puerto Príncipe; en donde se ha llegado a quemar la Catedral provisional (la Catedral fue duramente sacudida por el terremoto de 2010). Así como a secuestrar y a matar a misioneras que, a menudo, son las únicas que recogen a niños de la calle.
Según cifras oficiales 4,5 millones de haitianos (de una población de 11,4 millones de personas) se encuentran en este momento en una situación de inseguridad alimentaria; pero «entre esos 4,5 millones, hay un millón de personas que afrontan una posible emergencia alimentaria», subrayó Bauer.
La «fase de emergencia» afecta directamente a los niños. En las zonas más pobres de la capital uno de cada cuatro niños presenta niveles alarmantes de desnutrición. «La situación en Haití es mala. La inseguridad alimentaria puede parecer un término muy técnico, pero significa que la gente no tiene suficiente que comer».
Lo cual significa algo extremadamente claro pero difícil de escuchar en la sordera internacional que aqueja a nuestro mundo: «que hay que actuar pronto».
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