Nunca le he agradecido suficiente tanto amor, y es que no hay forma de pagar su amor incondicional, es incomprensible para nosotros sabernos amados
Hoy me senté a reflexionar sobre todo lo que estamos viviendo. Estuve recordando mi infancia en Colón, una provincia costera a 124 kilómetros de la ciudad de Panamá donde conocí a Jesús y me enseñaron a amarlo. Jesús escondido en el sagrario.
Nunca le he agradecido suficiente tanto amor. Y es que no hay forma de pagar su amor incondicional. Es incomprensible para nosotros sabernos amados a pesar de los que somos y hacemos en nuestras rebeldías.
Agradar a Jesús
Recuerdo como si fuese ayer que subía los escalones para estar con Jesús y acompañarlo durante los recreos de la escuela.
La capilla quedaba en el primer alto del colegio. Iba con mis pantalones azules cortos, la camina blanca y una corbata color índigo. Era un niño, pero ya latía dentro de mí, un corazón enamorado de Jesús.
Subía los escalones en silencio. Meditaba mucho en las palabras de la hermana Ávila cuando nos pedía amar a Jesús con el corazón puro para agradarle y tenerlo contento.
Yo soñaba con la santidad. Quería ser santo para Jesús, pero un santo silencioso, del que nadie supiera. Un santo que solo Él notara. El silencio seria mi cómplice.
Ahora de grande sé que es verdad lo que una vez leí:
“Todos somos santos en camino”.
Esto me ha llenado de esperanza y alegría. Con los años retomé esos sueños ingenuos de la infancia, los anhelos de santidad, el deseo de tener contento a Dios con mis actos y pensamientos.
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… y Jesús me sacó de mi silencio
Rompí aquel silencio que tanto valoraba y me dediqué a escribir y compartir mis experiencias en la búsqueda de la verdad. Algo impensable en aquellos tiempos.
Contemplaba a Jesús en el sagrario y lo amaba. Ahora me sonrío al pensarlo. Él es el culpable de que yo escriba.
Me sacó de mi silencio, de una comodidad que valoré y disfruté por años. En esos tiempos éramos Dios y yo. Y me sentía feliz. Me sentía como santa Teresa de Jesús cuando decía:
“Solo Dios basta”.
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Todo cambió frente al sagrario
Esto te lo he contado en alguna ocasión y fue lo que trastocó mis propósitos y cambió el rumbo de mi vida para siempre. Ocurrieron muchas cosas sorprendentes. Las guardo como un tesoro.
Todo cambió para mí aquella mañana que pasé en oración frente al sagrario en la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, en la calle 50 de Panamá.
Tengo muchos testimonios que son fruto de aquella mañana de oración en la que recibí mi llamado y que en un principio no quise aceptar.
Pensé que era un error. “¿Por qué yo?” -le decía-. “¿No puedes buscar a otro?” Y por respuesta siempre recibía: “Escribe. Diles que los amo”.
Hoy muchos años después reflexiono sobre aquellos acontecimientos y me brotan del alma estas palabras que no me canso de repetir:
¡Gracias Jesús!
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¡Gracias, gracias, solo gracias!
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